Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.


Anahí se pasó la mañana ayudando a Lucio con la catalogación de los libros adquiridos en la subasta. La camioneta del correo arribó temprano y dejó tres cajas en la puerta. Los libros de más valor iban en el paquete más chico con un cartel que indicaba su fragilidad, mientras que los textos con precio fijo se apilaban en las cajas restantes.

—No sabía que catalogabas tus libros —comentó Anahí mientras sacaba los ejemplares de las cajas y los apilaba en el suelo en orden alfabético.

—Es algo común en las bibliotecas —contestó él desde el escritorio—. Ahora, pasame los datos de cada uno —pidió.

Anahí recitó título, autor y demás detalles de cada ejemplar mientras que Lucio anotaba la información a gran velocidad en pequeñas fichas de papel que colocaba en un cajón de su gran escritorio.

Una vez la catalogación estuvo terminada, el hombre comenzó a acomodar cada ejemplar en el estante correspondiente. Anahí no ofreció su ayuda porque no tenía ni idea de dónde iba cada cosa. Pero tampoco quiso molestar, por lo que separó su antología de Mujica Láinez y comenzó a leer los primeros cuentos, sentada en el piso y con la espalda contra una de las cajas. Lucio había olvidado buscar los manuscritos que le prometió durante la subasta, pero no importaba. Lo mencionaría recién cuando hubiese llegado al punto final del ejemplar que tenía entre sus manos.

—¿Lucio? —Anahí pronunció el nombre varios minutos después y esperó por una respuesta.

No le agradaba interrumpirlo porque sabía que él se ponía de pésimo humor al perder la concentración.

La pelirroja clavó su mirada en don Lucio que parecía no haberla oído. Llevaba casi cinco minutos en puntas de pie, leyendo los lomos de aquellos libros ubicados en el estante más alto, en busca del espacio correcto para colocar el ejemplar que cargaba en la mano derecha. Había repasado los títulos varias veces, pero parecía no encontrar el lugar indicado.

Su largo cabello negro ondeaba a cada paso que daba. Lo llevaba suelto, húmedo, luego de haber tomado una ducha. Algunas gotas caían sobre el piso y dejaban un rastro casi invisible. Anahí ya se había acostumbrado a verlo de entrecasa, sin sus trajes y corbatas, arremangado por practicidad, con el cabello suelto y pantuflas. Al principio se sorprendió un poco porque lo había imaginado siempre arreglado y vestido con elegancia, incluso para dormir, pero él también era humano. Y no existe humano que no se ponga cómodo en su propio hogar.

A pesar de todo, Lucio siempre usaba camisas. No le agradaban ni camisetas ni remeras y eso le llamaba la atención a Anahí. Suponía que se trataba de una costumbre, de algo del pasado que ella no lograba comprender.

—¡Acá estás! —murmuró él con un dejo de orgullo al encontrar lo que buscaba. Empujó los libros con la mano libre e hizo espacio para el nuevo ejemplar.

Purgatorio (COMPLETA)Where stories live. Discover now