Suspiró, indecisa. Nunca le había gustado la ropa usada, en especial si cabía la más mínima posibilidad de que le hubiera pertenecido a alguien que ya falleció. Sin embargo, aceptaba con resignación que necesitaba ponerse algo limpio y que, después de todo, ella también estaba muerta, técnicamente hablando.

Dejó la nota a un lado y analizó las prendas. La bolsa contenía dos vestidos largos muy sencillos. Además, había un camisón pálido que le llegaría hasta las rodillas, ropa interior como la que usaba su abuela —con la etiqueta que indicaba que era nueva y nunca había sido usada— y un par de sandalias plateadas de taco alto. No era su estilo, pero al menos podría cambiarse.

Se dirigió al baño con cierta prisa y abrió la canilla para llenar la bañadera. Le habían dejado shampoo, enjuague y dos toallas blancas que le recordaban al hotel en el que se había hospedado el verano anterior, en la costa. Se daría un buen baño de inmersión, aprovecharía para relajarse por una o dos horas y luego preguntaría a las empleadas si tenían maquillaje para prestarle.

 Se daría un buen baño de inmersión, aprovecharía para relajarse por una o dos horas y luego preguntaría a las empleadas si tenían maquillaje para prestarle

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En El Refugio no se oían voces ni risas; los pasos eran silenciosos, expectantes. Muchos no habían notado todavía la ausencia de Anahí, pero un presentimiento les indicaba que aquella mañana el aire se respiraba de otra forma. Algo había cambiado.

Irina ya no podía demorar el anuncio. No era vergüenza lo que sentía, sino un creciente odio hacia sí misma. En incontables ocasiones había robado; unas cuantas veces casi la atraparon, y ahora no solo puso en riesgo a su mejor amiga, sino que su cobardía la condenó a una eternidad en el purgatorio. La pelirroja ya no podría tomar una decisión.

Quizás, en el fondo, esa había sido la intención de Irina desde un comienzo, en un desesperado intento por retener a Anahí a su lado. Suponía que la recién llegada deseaba regresar al mundo de los vivos para poder vengarse, por lo que Irina temía ser abandonada de nuevo a la soledad de una existencia vacía y monótona como niñera de un montón de pequeños que la veían como a una hermana mayor. Y aunque sentía cariño por los más jóvenes, también ansiaba poder degustar la libertad de hacer lo que quisiese y cuando quisiese: salir a bailar y tomar cerveza con alguien, ir de compras y todas esas cosas que podría hacer con una amiga como Anahí.

Antes de ir al comedor, la morocha se lavó la cara con agua helada. Era una costumbre que tenía cuando debía enfrentarse a algún problema.

Era hora de almorzar. Todos estarían reunidos y la oirían confesar sus acciones. Por un momento, Irina pensó en mentir, en decir que Anahí se sentía mal y quería dormir hasta tarde. Pero la mentira no se sostendría por más de un día y cada segundo que retrasara su anuncio sería como una puntada en el corazón. Odiaba ocultarle cosas a su hermana, pero también detestaba tener que admitir un error. Y haber robado y abandonado a Anahí con la patrulla de sunigortes había sido, hasta el momento, el más grave error de su existencia. Dudaba si podría cometer algo peor que aquello en el futuro.

Suspiró.

Notó que le temblaba la mano al sostener el anillo frente a la puerta que conducía al comedor. También sentía gotas de transpiración helada deslizándose con lentitud por su espalda.

Purgatorio (COMPLETA)Where stories live. Discover now