—A un lugar —contestó Irina, guiñándole un ojo. Y, sin dejarle tiempo a responder, sacó algunas prendas del placard y salió corriendo por el pasillo—. ¡Yo me ducho primero!

Anahí suspiró y esbozó una sonrisa que nadie vio.

—Wow —murmuró Irina sin saber qué palabra utilizar para describir la sorpresa que le causó el ver la pieza de Anahí con todo ordenado

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—Wow —murmuró Irina sin saber qué palabra utilizar para describir la sorpresa que le causó el ver la pieza de Anahí con todo ordenado.

—¿Te gusta?

—Me encanta —reconoció la morocha—. Cuando vuelvas a salir con el demonio ese, fijate si podés conseguir algo así, copado, para mi pared.

—Haré lo posible —prometió Anahí.

Irina se había tomado el trabajo de delinearse los ojos. Además, llevaba puesto un atuendo entre casual y atrevido. Lo que más resaltaba eran las botas con plataformas que le otorgaban casi ocho centímetros extra. No era su estilo usual, prefería la ropa holgada y deportiva, pero esta era una ocasión especial.

Anahí iba tan maquillada como siempre, con su cabello carmesí suelto y una gruesa vincha blanca que creaba contraste. Llevaba puesta una musculosa negra corta que dejaba a la vista el piercing de su ombligo y una minifalda entubada. Sus sandalias tenían casi diez centímetros de taco aguja, pero incluso con ellas se veía bastante más diminuta que su amiga.

—¿A dónde vamos? —preguntó la pelirroja—. No sabía qué ponerme.

—Así estás bien —aseguró Irina—, pero todavía no vamos a ningún lado. Salimos después de cenar, así que no te ensuciés.

Sus pisadas hacían eco en los silenciosos pasillos de El Refugio, aunque el sonido era opacado por la estridente voz de Irina que no paraba de reír a todo pulmón mientras contaba viejas anécdotas.

Esa noche en particular, cenaron más tarde que de costumbre, casi a las once de la noche. A Anahí esto le resultó extraño, pero las hermanas parecían considerarlo normal. Delfina dijo que se había entretenido con otras tareas y que se le había hecho tarde, mientras que Irina atestiguó que no era la primera vez que ello ocurría. Sin embargo, el rostro confundido de los niños daba a entender otra cosa. Así y todo, la pelirroja prefirió no preguntar; sabía que tarde o temprano le revelarían el misterio.

—¿Lista? —preguntó Irina cuando el plato estuvo limpio. Su voz reflejaba ansiedad.

—Sí —Anahí dudó porque era ya casi medianoche—, creo.

—¿Llevás cartera?

—Sep —confirmó la pelirroja.

—Genial, entonces voy a tirarte un par de mis cosas adentro, no tengo bolsillos.

—No hay drama.

Anahí colocó su bolsito sobre la mesa y la morocha puso su billetera dentro. Saludaron a Delfina y se marcharon con prisa.

Purgatorio (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora