✦ DÍA 2 - Capítulo 4 ✦

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Santiago se sentó en el piso y apoyó su espalda contra una de las paredes. Parecía distraído, como si algo le molestara.

—Tu pieza es aburrida —murmuró—. La próxima vez que venga, te voy a traer un par de dibujos enmarcados para que puedas decorar el lugar.

—Es una buena idea. Los voy a estar esperando —contestó Anahí con una sonrisa. Le encantaban los niños; esa era la razón por la que se había convertido en profesora. Y, si bien enseñaba a adolescentes, siempre que podía pedía que la transfirieran a los grados más bajos, aunque hasta el momento no se lo habían permitido—. Entonces, Santi, ¿a qué viniste?

—A preguntarte si te gusta El Refugio y si te caen bien Iri y Delfi —respondió el pequeño.

—Supongo que sí. Hay cosas que extraño, cosas que no entiendo. Tengo muchas preguntas, pero no encuentro el momento indicado para hacerlas.

—Capaz yo te puedo responder algunas cosas. Sé mucho del lugar. Soy todo un experto.

—A ver, no sé por dónde empezar. —Anahí se sentó en el piso, junto a Santiago, y clavó su mirada en el cielorraso—. ¿De verdad estoy muerta?

—Sí. Pero no es tan malo como suena. Acá nos divertimos bastante. Jugamos todo el día, nos leen cuentos, cada tanto viene un profesor a enseñarnos cosas. —Se rascó la cabeza, pensativo—. Capaz a vos no te interesa porque ya sos grande. Pero la tenés a Iri, que es muy divertida. Van a poder hacer cosas de chicas como... —se mordió el labio inferior—, no sé qué hacen las chicas.

Anahí rio.

—Ir de compras, hablar de chicos lindos, tomarse fotos, ni idea —bostezó—. ¿Sabés qué hora es?

—No. Pero me parece que ya es de noche, porque cenamos hace un rato —contestó Santiago—. Aunque supongo que eso ya lo suponías.

—¿No hay relojes en este lugar?

—Solo en el comedor. Y yo todavía no lo sé leer.

La pelirroja suspiró. Añadiría eso a la lista mental de cosas indispensables sin las cuales no podría sobrevivir. Por el momento, el listado era sencillo: ropa, maquillaje, almohadas y un reloj. Ah, y de paso un iPod o un equipo de música. Asumía que pedir una computadora era demasiado, si es que existían allí.

Anahí extrañaba la luz del sol. Anhelaba salir de aquella construcción subterránea y caminar entre la brisa envenenada de la ciudad, con el humo que se metía por sus fosas nasales y las bocinas que retumbaban en sus oídos. Ella era una chica de ciudad, siempre lo había sido. Amaba el bullicio constante, las luces y las vidrieras.

Temía enloquecer si permanecía mucho tiempo en El Refugio, sin poder controlar el paso de las horas, sin saber cómo estaba el clima, ignorando incluso si era de noche o de día. Toda su vida había sido paranoica en relación con el tiempo. Estaba acostumbrada a mirar el reloj en su celular cada cinco minutos; y ahora sabía que pronto perdería no solo la noción de la hora, sino también de los días, los meses y los años. Si se quedaba ahí para siempre, sería incapaz de diferenciar veranos y primaveras, otoños e inviernos. Eso suponiendo, claro está, que en aquel lugar se aplicaran las mismas reglas en el calendario que en el mundo de los vivos.

Sí, estaba muerta. Algo en su interior gritaba que era una certeza, pero otra parte de ella todavía no terminaba de aceptarlo. Sabía que era verdad, pero la negación la protegía de entrar en pánico.

—¿Analí?

La voz de Santiago la sacó de su ensimismamiento.

—Perdoná, pensaba en la ciudad. Quiero recorrerla —murmuró—. ¿Tiene nombre?

Purgatorio (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora