Bailando entre comida

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Capítulo: 60

La tensión en el despacho del director era palpable.

A un lado Jennifer, con la ropa llena de comida y una mirada asesina dirigida a mí. Al otro yo, con el pelo lleno de salsa de tomate y olor a italiano. Y justo en frente el director con expresión ceñuda mirándonos a las dos.

—Muy bien señoritas. Cuéntenme, ¿qué ha pasado?

Ambas hablamos a la vez.

Cada una contando su versión y echándole las culpas a la otra. Pero por supuesto, el director no llega a entender ni una palabra de lo que decimos.

—¡Silencio! —dice con rotundidad.

Las dos nos callamos de inmediato. Cabizbajas las dos, pero lanzándonos con miradas furtivas de resentimiento.

—Vamos. Intentémoslo de nuevo. —Retoma el director—. Ahora, de uno en uno. ¿Qué ha pasado?

Pero el resultado es el mismo que antes. Las dos acabamos hablando al mismo tiempo de nuevo, entrelazándose nuestras palabras y enredándose. Ninguna de las dos quería que la otra hablara sobre lo ocurrido, porque sabíamos que eso iba a meter en problemas a la otra.

—¡Silencio! —vuelve a gritar.

Claramente frustrado se toca el puente de la nariz (mirar si usa gafas), masajeando la zona para calmarse. Obviamente, esta situación no nos está llevando a ninguna parte, o no donde nos quiere llevar el director.

El señor S nos mira de Jennifer a mí y de mí a Jennifer. Y después de lo que parecen horas -pero seguramente fueron minutos-, decide hablar.

—Está bien. Viendo que esto no nos está llevando a ningún lugar, he decidido que lo mejor, será castigaros a ambas con limpiar la cafetería al finalizar las clases.

Las dos nos quejamos ¡no es justo! Mi implicación fue solo un accidente, cuando ataco Jennifer fue de forma consciente. Pero a Jennifer parece fastidiarle mucho más que a mí.

Ya tengo bastantes cosas en las que pensar como para tener que dedicarme a limpiar suelos y paredes. Jennifer y yo intentamos con todas nuestras fuerzas convencerlo, de que cambie de opinión, o de que al menos nos ponga otro castigo. Pero el director no da su brazo a torcer. Con eso, y unas anotaciones en nuestros expedientes, salimos del despacho odiando la situación y culpando a la otra.

—Todo esto es tú culpa —dice Jennifer con claro veneno en su voz—. Te arrepentirás de esto Linnea Cambell, lo prometo. —Y sin dejarme responder, se marcha moviendo sus caderas como la reina que se cree que es.

—Perra ponzoñosa.

Me toma un momento para observar mi ropa manchada por comida, y me siento sucia. Ahora mismo, daría lo que fuera por poder darme un baño, y sacar ese horrible olor a salsa de mi pelo. Comienzo a andar en dirección a los servicios. Al entrar compruebo que no hay nadie en ninguno de los cubículos para después ponerme a limpiar las manchas de la camiseta con el agua. El resultado no es muy eficaz. Las manchas ya se han secado y no puedo hacer que se aclaren. Paso de seguir intentado limpiar mi camiseta y me dedico a limpiarme un poco el pelo. Me agacho y retuerzo el cuello como puedo y quito los restos de comida. El agua acaba teñida de rojo junto con restos de espaguetis y puré de patatas.

La puerta de los servicios se abre para dar paso a Miranda cargando con mi mochila además de la suya.

—Ah, por fin. He estado buscándote por todos lados —dice cerrando tras de sí de la puerta.

Deja ambas mochilas junto al lavabo, y de la suya saca un paquete de toallitas, con la que me ayuda a limpiar las manchas de la camiseta y el pantalón.

Un toque de rockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora