Capitulo 107

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Durante la noche, solo podía escucharse el viento y la madera crujir ante el fuego.

Era una noche agradable, por un lado estaban las esposas de Arthur conversando tranquilamente mientras que por el otro estaba un serio Robert junto a una sonriente campesina que no paraba de hablar sobre cualquier cosa.

Arthur se quedó observando a estos últimos con curiosidad. Robert fingió notablemente un bostezo y se levantó mientras se despedía de Izora, la mujer con una amigable sonrisa correspondió su despedida.

Viendo a Robert alejarse, la sonrisa de Izora desaparecía entre más larga se hacía la distancia entre ambos. Podía sentirse la soledad que la rodeaba.

Abrazando sus rodillas mientras miraba las llamas de la hoguera, cualquiera sabría que se estaba preguntando que hacía mal.

Arthur sabía perfectamente cuánto habían interactuando ambos y la verdad es que no había progreso más que este.

—¿Por qué no los ayudas? —Preguntó Miri.

Arthur se giró con sorpresa y vió a su esposa Miri junto a él. Está le dió una pequeña sonrisa.

—Esto es algo que deben resolver ellos mismos, no se puede intervenir en ello. —Respondió Arthur mientras le devolvía la sonrisa.

—¿Entonces te hubieras casado conmigo si mi padre no hubiese intervenido en tus asuntos? —Miri le dió una ligera pero intensa mirada.

Arthur soltó una pequeña risa, tomó la mano de su esposa y la besó.

—¿Te han dicho alguna vez que tienes buen corazón? —Preguntó Arthur—. Por favor, nunca cambies.

Miri se sonrojó un poco, Arthur le dió un beso en la frente antes de irse a buscar a Robert.

Este estaba sentado bajo un árbol mientras comía una manzana, la oscuridad hacia difícil notarlo a simple vista pero si ponías atención era fácil hacerlo.

Arthur se sentó cara a cara con él, no hubo palabras, solo un breve asentimiento y ambos comiendo frutas. Aún sin palabras, los hombres solo necesitaban verse a los ojos para saber exactamente lo que querían decirse.

Robert quien intentaba evitar esa mirada, suspiró.

—¿Vienes a preguntar por Izora? —Preguntó.

—¿Quieres hablarlo? —Preguntó Robert.

—Es una mujer extraña... Decidida, esperanzada. Pero aún así, su corazón es débil. —Explicó—. Es igual a mi esposa...

Robert le dió un mordisco a su manzana.

—Una vez me atacó un Jabalí mientras ayudaba a un pequeño grupo de caza en mi aldea, mi esposa Astrid casi se derrumba al verme pero yo no estaba tan grave como parecía. —Robert soltó una pequeña risa.

Su risa desapareció rápidamente.

—Cuando los bandidos atacaron la aldea, ella no tuvo miedo. Fue incluso más rápida que yo al tomar el cuchillo para defenderse pero antes de que me diera cuenta, en un parpadeó ella ya estaba muerta frente a mí. Lo siguiente que recordaba era que intenté pelear con uno de ellos y de repente todo se volvió negro. Para cuándo desperté ya estaba viajando en la caravana con el resto.

Robert bajó un poco la cabeza.

—No pude proteger ni a mi esposa ni a mi hija. Y no hay día en el que no deje de pensar en ellas, ni siquiera cuando Izora me mira a los ojos... —Suspiró.

—¿Entonces la mantienes alejada por temor a hacerle daño? —Preguntó Arthur, Robert asintió con la cabeza—. ¿Ella lo sabe?

Robert volvió a asentir con la cabeza.

Rey De Reyes - Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora