Capítulo 80

1.5K 94 2
                                    


Narra Sebastián

–A ver, bebita...– comenzó a hablar, llamando la atención de ambos mientras yo me dedicaba a mi siguiente tarea: la crema antirozaduras –hagamos algo... ya que te da vergüenza decirlo, entonces tendrás que dejarte revisar cada que nos salte una sospecha– agregó, y sinceramente, creo que es una buena idea. Después de todo, solo es palpar su pañal unos segundos y ya está –. Y no quiero escuchar quejas o berrinches... ¿okay, monita? Tienes que obedecernos, y te checaremos siempre que lo creamos necesario– finalizó con una leve firmeza.

–A mí me parece un trato justo– comenté tomando la botella de talco –, ¿qué prefieres tú, bebé? ¿Decirnos o tener revisiones de pañal?– agregué para luego alzar sus piernitas y dejar caer el talco sobre toda la parte trasera.

La nena se removió ligeramente, supongo que inconforme con sus opciones, pero mientras no se nos ocurra otra opción, tendrá que resignarse. Se mantuvo en silencio unos segundos, aún reflexiva, hasta que finalmente habló.

–¿Como... cuántas... revisiones serían... al día?– preguntó insegura, jugando con sus manitas.

Finalmente bajé sus piernitas y coloqué talco en la parte frontal y su entrepierna.

–Las que creamos necesarias, princesa– respondió Mateo, manteniendo el semblante autoritario sobre mi niña.

–Pero... ¿cuántas son... las necesarias?– volvió a preguntar, y mi marido me miró como buscando mi opinión.

–No lo sé, bebé, tal vez diez o quizás solo tres, dependerá de cada día– le respondió sorprendiéndola.

–No sé, amor, yo creo que tres es muy poco en todo el día– argumenté mientras cubría el vientre de la nena con la parte frontal del pañal, recibiendo un gesto de mi marido que me hacia saber que concordaba conmigo.

–¿Muy poco?– preguntó ella con ligera preocupación.

Tomé la cinta derecha y la adherí a la imagen de animalitos de bosque en la parte frontal, luego tomé la cinta izquierda y me ayudé de ella para ajustarlo a su cinturita, pegándolo finalmente a la misma imagen. Habiendo finalizado mi cometido, lo jalé un poco hacia arriba, buscando asegurarme de que estuviera bien posicionado, y al confirmarlo, dejé un suave beso en su ombliguito, haciéndola sonreír por fin.

–¿Y bien, princesa?– le pregunté con una sonrisa tranquila, erradicando al instante la suya.

–¿Lo prefieres?– le preguntó mi marido. La nena bajó la mirada, y él continuó –Yo creo... no sé qué pienses, amor– agregó ahora dirigiéndose a mí para luego mirar a mi niña –... que si escoge decirnos cada que tenga un accidente, debemos castigarla cuando no lo haga– finalizó, provocando algo de miedo en ella.

–Tienes razón– solté, y la verdad, sí la tenía –, ¿de qué otra forma nos aseguraremos de que nos avisará?

Intercambiamos miradas él y yo para luego dirigirnos a la princesa, con una mirada interrogante.

Se tomó unos diez segundos quizá, en responder finalmente. Y me alegró su respuesta, pues no me gusta la idea de tener que castigarla.

–Prefiero que me revisen– soltó aún algo avergonzada.

Ambos sonreímos con tranquilidad, y nos turnamos para besar su cabecita.

–Muy bien, nena, entonces así será– solté para luego tomarla en brazos y colocarla en mi cintura.

Mateo me hizo el favor de recoger las cosas que utilicé para su cambio y devolverlas a sus respectivos sitios designados, así como tirar en el basurero el pañal sucio de la nena.

-------------------------

¿Quién hubiera dicho que armar un castillo de almohadas sería tan divertido? Hubieron tantos intentos fallidos de por medio, tantos desplomos y cambios arquitectónicos de último momento. Pero al finalizar y meternos, notamos que valió la pena el resultado. Max ya estaba dentro durmiendo, ni siquiera lo vimos entrar, pero nos alegramos al verlo, en especial mi nenita. Nos recostamos y decidimos ver una película, así que salimos un momento a asaltar la cocina por algo de comer.

Mateo tenía a la nena en brazos, acurrucada en su cuello y aferrada con una manita a su camisa. No puedo evitar sonreír cada que me veo en la necesidad de girarme para mirar a mi esposo.

Me dispuse a ver el refrigerador, anunciando lo que este contenía por si a mi marido se le antojaba algo, y cruzando los dedos por que mi princesa quiera aunque sea un sándwich, pero no pensamos exigírselo pues recién desayunó. Al mencionar la pasta que sobró de la cena de anoche, Mateo me pidió que la saque, y así lo hice.

–¿Quieres cereal, amor?– me preguntó, a lo que yo accedí mientras terminaba de darle una mirada rápida al contenido del refrigerador para luego cerrar la puerta –¿Qué se te antoja, bebé?– le preguntó ahora a mi nenita en un tono dulce, como buscándola convencer. Me aproximé al microondas, dispuesto a calentar la comida de mi marido, pero sin despegar la mirada de ellos en el proceso.

La nena se escondió en su pecho, como queriendo evitar la confrontación.

Tal vez la estamos presionando mucho.

Pronto me llegó la duda; ¿por qué tenemos tanta hambre? Desayunamos hace poco. Saqué mi teléfono del bolsillo y antes de encenderlo, pudimos escuchar un pequeño rugidito proveniente del estómago de la nena.

–Corazón... tienes hambre– le dijo con calma y dulzura un preocupado Mateo mientras comenzaba a mecerla.

Finalmente encendí mi celular llevándome una sorpresa. Ya podíamos llamar a esto "hora de la comida", eran poco más de las dos de la tarde, ¿cuántas horas estuvimos jugando?

–Son las dos y cuarto, por eso tenemos hambre– solté para luego guardar el cereal de vuelta en la alacena y dirigirme a ellos.

–¡¿Son las dos?!– exclamó en voz baja mi esposo, haciéndome sonreír –Entonces  no podemos comer así, hay que buscar un restaurante.


Narra Julia

Me removí en sus brazos. Sé que son permisivos y flexibles conmigo, pero no me gusta la confrontación a la hora de comer. Afortunadamente sé que estoy progresando, ya prácticamente no me insulto al hacerlo.

Recordé al instante mi experiencia pasada, y la oportunidad que me estaría brindando el ir a un restaurante: baños. Unos a los que sí puedo entrar.

–¿Quieres salir a comer, monita?– me preguntó daddy acariciando mi cabeza, haciéndome salir de mi escondite para luego mirarlo –¿O prefieres pedir algo y comer aquí?– agregó con una sonrisa de comprensión.

–Si no quieres salir, está bien, bebita...– dijo ahora papi –podríamos...– soltó pensativo desviando la mirada para luego volver a dirigírmela a mí –ver una película dentro del castillo y pedir de comer lo que tú quieras.

Analizando nuevamente mis opciones, me decidí por la obvia.

–¿Podemos salir?– les pregunté.

–¿Segura?– me cuestionó papi mientras daddy dejaba un suave beso en mi cabeza. Asentí, recibiendo un beso ahora por parte de papi en mi mejilla.

–Okay, nena.

JuliaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu