Capítulo 2

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Narra Julia

Al abrir la puerta pude ver la espalda de mi amigo, quien se giró para verme al escuchar el ruido. Debo admitirlo, Dani es lindo. Es castaño, de tez blanca y sus ojos son de un tono entre verde y miel. Pero es una de esas amistades que no quiero perder nunca, así que planeo jamás intentar nada con él.

–¡Dani!– digo para pronto recibir un abrazo de su parte.

–¿Lista?– me preguntó al separarnos, pero se mantuvo con sus brazos reposando sobre mis hombros al hablar.

Miré mi ropa, cuando me vestí me puse una falda de mezclilla y me fajé ligeramente con una camisa que alguna vez fue completamente blanca, pero ahora tenía una pequeña mancha de helado. Miré mis pies, estaba en calcetas, y él al notarlo rió.

–Creo que no– se burló.

Rodé los ojos divertida por la situación y le abrí la puerta por completo, para que pueda pasar.

–Dame un momento, me cambiaré– dije una vez entró y cerré la puerta, y me alejé sin ofrecerle nada de la cocina a diferencia de las otras visitas, pues sé que hay la suficiente confianza para que tome lo que quiera del refrigerador o la alacena.

Subí las escaleras, y le avisé a mi tía de su llegada, quien no tardó en bajar a verlo, pues antes de cerrar la puerta de mi habitación pude escucharlo felicitándola.

Una vez cerré la puerta de mi cuarto, me acerqué a mi armario y tomé una camiseta beige con una frase blanca estampada en la espalda que nunca me tomé el tiempo de leer, pues la simple tipografía me pareció bonita. La dejé en mi cama, y me acerqué al espejo de cuerpo completo que tengo al lado de ella. No se notaba mucho la mancha en realidad, pero el hecho de sentirme sucia era lo que más me molestaba. Me desvestí quedándome en ropa interior, y tomé la camisa de mi cama, acercándome con ella al espejo.

Nunca he sido insegura con mi cuerpo, sé que no soy la persona más delgada, pero eso nunca me ha molestado. Recuerdo una vez en la escuela que tuvimos que calcular nuestro IMC para la clase de salud, y el de todos estaba saludable, incluyendo el mío, por lo que tampoco le molesta a mi salud.

Sin darle más vueltas al asunto, me coloqué la camisa y posteriormente la misma falda, para que esta anterior quede fajada. Me puse unos converse blancos y me cepillé el cabello una última vez antes de tomar mi teléfono y cartera,  luego salí de mi cuarto.

Al bajar las escaleras llamé la atención de mi tía e invitado, quienes voltearon a verme bajar. No pude evitar reír al ver a mi amigo con un plato de cereal a medio terminar y la cuchara llevándosela a la boca.

–Ay, te ves muy linda, corazón– dijo ella, mientras que Dani mostró sus dientes con una sonrisa. Estoy segura de que me sonrojé, pero lo traté de ocultar y le agradecí a mi tía por el cumplido.

–Estás roja– comentó entre risas mi amigo, a quien me limité a dirigirle una mirada de cansancio, provocando que él solo ría más.

–¿A qué hora es su película?– nos preguntó, y antes de que yo pudiera responder, Dani miró su reloj y lo hizo.

–Dentro de veinte minutos.

–Váyanse ya, llegarán tarde si siguen esperando– respondió ella.

–Okey– dije y me puse de puntitas para dejar un beso plantado en la mejilla de mi tía –, bye, tía.

–Adiós, pequeña– respondió ella besando mi frente.

Dani se despidió de ella y pronto nos encontramos caminando hacia su auto. Me subí del lado del copiloto y él al volante.

–Estamos muy cerca, ¿quieres pasar por un Starbucks antes de llegar?– sugirió colocándose el cinturón.

–No, qué pereza, Dani– dije removiéndome sobre el asiento, exagerando mis gestos de cansancio.

–¡Por favor! Quiero un caramel macchiato– rogó sonriente, arqueando las cejas al inclinarse ligeramente hacia mí.

–No sé– respondí fingiendo dudar.

–Te compro una galleta.

–Vamos.

Al acceder, no pude evitar reír ante su reacción. Subió ligeramente el brazo formando un puño con la mano y lo bajó rápidamente susurrando un "¡sí!". No pasó más tiempo para que pusiera el auto en marcha, y al par de segundos me miró de reojo.

–Ponte el cinturón– me dijo sonriente concentrado en salir de en medio de dos autos.

Obedecí a su petición, pues no había notado que no lo traía puesto. Pasaron pocos segundos para que finalmente saliera de entre los dos coches y arrancara en dirección al Starbucks.

Mientras él conducía, me encargué de conectar mi teléfono al auto y poner música. Aunque nuestros gustos musicales no son muy parecidos, hay algo que tenemos en común además de éxitos globales como Sweet Child O' Mine y Can't Help Falling in Love: y es gran parte de las canciones de Disney, y en especial aquellas de Phil Collins. Sin perder más el tiempo puse You'll be in my heart, de Tarzán, y no le tomó más de dos segundos a Dani reconocer la canción.

–¡Uff! Esa me fascina– confesó haciéndome reír.

Hubo una vez en la que, juro que sin acordarlo, terminamos cantando un verso yo y uno él de no recuerdo qué canción, y desde entonces hacemos lo mismo con TODAS. Lo cual es muy divertido en clásicos de la música como Dancing Queen, pues ninguno de los dos sabe más que el coro, así que peleamos siempre por ver quién lo cantará.

–¿No te gustaría ir a clases de canto?– preguntó él tomándome por sorpresa, ni siquiera me estaba esforzando en cantar y él creía que yo cantaba bien, nadie nunca me había dicho eso –Te urgen.

Juro que solté la carcajada más grande que pude haber soltado. Su comentario era lo último que esperaba.

–Eres un idiota– me defendí aún riendo, provocando que él también ría.

Al poco tiempo, finalmente llegamos a Starbucks y se estacionó. Bajamos del auto y nos encaminamos a la puerta. Él abrió la puerta para mí y se lo agradecí, pero mi sonrisa se esfumó al ver la fila que nos esperaba dentro del establecimiento.

–Mierda– susurré.

–Fórmate, iré al baño rápido– dijo él restándole importancia al asunto.

Lo vi alejarse y me encaminé al final de la fila sin perder más tiempo. Por desgracia, lo más humillante que me pudo haber ocurrido, me ocurrió antes de llegar, y resbalé con un pequeño charco de agua (y afortunadamente no café, pues habría manchado mi ropa) en el suelo. Tuve suerte de que no todos lo notaran, pues algunos muebles me cubrían de la vista de muchos. Pero no faltó quien se riera de mi caída.

–¿Estás bien?– me preguntó un desconocido, llamando mi atención y provocando que gire la cabeza para mirarlo bien.

JuliaWhere stories live. Discover now