Capítulo 40

3.9K 255 24
                                    


Narra Julia

–Nena...– comenzó a hablar Mateo –estuvo muy mal lo que hiciste... y no hablo de lo que dijiste, hablo de haber huido.

Lo miré con tristeza, no quería que se enojaran conmigo.

–Lo siento– solté sollozando –, por favor no se enojen– supliqué mientras tallaba mis ojos –. Sé que no debí huir... pero tenía miedo de que ya no quisieran verme.

Sebastián rió ligeramente y Mateo besó mi mejilla.

–Monita, nunca vas a lograr alejarnos de ti– me dijo Mateo risueño. Dándome algo de esperanza.

–Hagas lo que hagas, siempre vamos a amarte. Tal y como eres– agregó Sebastián del otro lado.

Hice saltar mi mirada de uno al otro para luego ver mis manos. Ahora necesitaba a Koda más que nunca.

–¿Necesitas a tu osito, bebé?– me preguntó Sebastián como leyéndome la mente.

Asentí y él se puso dude pie sin decir nada más, para luego dirigirse escaleras arriba, dejándome sola con Mateo.

–Perdón por lo que dije– solté limpiando nuevas lágrimas en mis mejillas.

–Ey, tranquila.– me respondió –Peque...– agregó direccionando mi mandíbula hacia él, ocasionando que nos miremos a los ojos –a mí nunca me molestó que me hayas llamado así– confesó.

Y no pude retener más las lágrimas. Mateo me cargó para luego colocarme sobre sus piernas, y recargó mi cabeza sobre su pecho, calmándome en el proceso. Un par de segundos después, llegó Sebastián con mi peluche, el cual no dudé en tomar una vez me lo extendió. Lo abracé por fin, y escondí mi rostro en el cuello de Mateo.

Cerré los ojos un minuto, necesitaba descansar un poco, pero pude sentir cómo se removía Mateo, como si estuviese hablando con su esposo sin hacer ruido.

–Princesa...– soltó finalmente Mateo.

Salí de mi escondite para mirarlo, y él besó mi frente.

–Monita, queremos hablar contigo de algo– agregó Sebastián llamando mi atención. Ahora me encontraba mirándolo a él, pero seguía recostada en el pecho de su marido.

–¿Voy a tener otro castigo?– le pregunté, resignada a cualquier cosa que me ocurra.

Ellos se miraron mutuamente, para que luego respondiera Mateo.

–Creo que en este caso no tendrás otro castigo, pero si llegas a huir de nuevo, tendrás algo peor que solo quedarte en la esquina, ¿está bien?– me advirtió.

Asentí, ya no me importaba que me regañen, solo quiero estar con ellos.

–Entonces, ¿de qué querían hablar?– le pregunté ahora a Sebas.

Nuevamente intercambiaron miradas. Ahora Sebastián se mostraba ligeramente inseguro, tal vez hasta nervioso, pero no podía ver desde mi lugar el rostro de Mateo, a menos que yo alzase la mirada.

–Bebita...– comenzó a hablar Sebastián, dejando una ligeramente larga pausa después de la primera palabra –¿sabes lo que son los... littles?

Mis ojos se abrieron como platos, y mi rostro comenzó a arder, haciéndome saber lo rojo que se estaba tornando. Ambos rieron ligeramente.

–Creo que es un – soltó Mateo divertido por la escena.

Nuevamente escondí mi rostro en su pecho, y de allí no planeaba salir nunca más. Quería que me trague la tierra, qué vergüenza. Pude escuchar cómo Sebastián se removía sobre el sofá para acercarse a Mateo y a mí. Puso su mano sobre mi cabeza, y la acarició. Me removí ligeramente en los brazos de Mateo, no porque no quisiera sus cariños, sino por la humillación, pero él continuó con el gesto.

–Monita– me susurró Mateo.

–Mande– respondí unos segundos después, sin salir de mi escondite.

Hubo un corto silencio, y pude sentir el cuello de Mateo torcerse en dirección a su esposo.

–¿Quieres ser nuestra little, bebita?– me preguntó.

Dejé de respirar un instante. Saqué la mirada de mi escondite para mirarlos un segundo y luego volver a esconderme rápidamente. Me estaban sonriendo ambos.

–Creo que no escuché– solté haciéndolos reír.

–Que si... ¿te gustaría ser nuestra baby, corazón?– me preguntó ahora Sebastián.

Mierda, estoy llorando de nuevo.

–Aw, tranquila, princesita, no te sientas presionada, ¿okay?– me consoló Mateo sacándome de mi escondite, obligándome a mostrarles mi ahora sonrojado rostro.

–Es que...– solté borrándoles la sonrisa lentamente –es que... sí quiero– agregué en un último sollozo.

Casi al instante, sus sonrisas volvieron al rostro de cada uno, intercambiaron miradas y me atacaron con besitos, haciéndome reír finalmente.

–¡Mi niña!– exclamó Mateo convirtiendo el ataque de besitos en uno de cosquillas.

–¡Mi bebé hermosa!– exclamó ahora Sebastián, alzando ligeramente la camisa de mi pijama para soplarme de una manera indescriptiblemente divertida en la panza.

–¡Ya! ¡Alto!– supliqué risueña.

–¿Alto? Alto... ¿qué?– me cuestionó Mateo con una sonrisa.

Apenas comprendí lo que me decía, cubrí mi rostro por la vergüenza, ocasionando que Sebas ría.

–Vamos, bebita, ya me has llamado así– me incentivó Mateo sin borrar su sonrisa.

Sentí que en cualquier momento me orinaría de la risa, así que decidí dar el gran paso de una vez, por el bien de mi estatus social (el cual al parecer no era muy alto en esta casa).

–¡Ya!– reí –¡Papi, por favor!– rogué finalmente, y Mateo me tomó en brazos para llenarme nuevamente de besitos.

Una vez se detuvo, pude ver sobre su hombro a Sebas, quien me miraba con una sonrisa de oreja a oreja.

–Hola, mi amor– me saludó dejando un beso en mi frente.

Reflexioné unos instantes en lo que diría a continuación, pero al hacerlo me di cuenta de que fue una buena decisión la que tomé.

–Daddy– lo llamé sonriente. Y su mirada se iluminó como nunca antes lo había hecho. Miró a Mateo, quien se giró para verlo de vuelta, una vez escuchó lo que dije.

–Ven aquí– me indicó acercándose a mí con los brazos extendidos –. Amor, pásamela, la quiero cargar– le pidió a Mateo, ahora comenzando a lagrimear ligeramente.

Mateo y yo le permitimos que me tome en brazos, y una vez lo hizo, ambos nos fundimos en un abrazo como nunca antes.

–Mi bebé– me susurró –. Eres mi bebita, ¿okay?– agregó mientras acariciaba mi cabeza.

Asentí, y pronto los tres nos encontrábamos llorando nuevamente.

JuliaWhere stories live. Discover now