Capítulo 51

3.3K 240 21
                                    


Narra Julia

Joaquín continuó con el espantoso masaje, pero a mitad de este frunció el ceño, y al terminar me miró a mí con curiosidad.

Necesitaba a Koda... y tal vez también comer. Mi estómago rugió sonoramente, y una mirada piadosa por parte de daddy se dirigió a mí.

–¿Quieres algo de comer, nena?– me preguntó, para instantáneamente dirigirse a Joaquín –¿Puede comer ahora?– le preguntó.

Joaquín mantuvo la mirada sobre mí, hasta que finalmente le respondió a mi daddy.

–Dame un segundo– le indicó para nuevamente tomar su linterna y acercarse a mí.

Traté de calmarme, pues creo que aquello que tanto temía, estaba a punto de ocurrir. Mis piernas comenzaron a temblar levemente y volví a lagrimear un poco.

–Abre la boquita, corazón– me indicó el doctor, y yo no pude retener más mi llanto.

Mis daddies acudieron a consolarme nuevamente, pero Joaquín no dijo nada, limitándose a cambiar su mirada de curiosidad a una de preocupación.

Pasaron unos treinta segundos, y finalmente logré controlar mi respiración. Miré al doctor, quien se encontraba a los pies de mi camilla, sonriéndome piadosamente.

–Chicos– llamó a mis daddies –, ¿creen que puedan esperarnos fuera un momento?– les pidió.

Mi corazón volvió a acelerarse, pero al menos ya había logrado contener mi llanto. Papi y daddy intercambiaron miradas para luego dirigirse a mí.

–Estaremos aquí afuera, ¿okay, peque?– me comentó papi, y yo no dudé en asentir.

Volvieron a intercambiar miradas, y finalmente salieron de la habitación, dejándome a solas con Joaquín. Una vez cerraron la puerta, el doctor se dirigió a una esquina de la habitación, tomando una de esas sillas de oficina con ruedas, y la arrastró hasta el costado de mi camilla, para luego sentarse en ella.

–¿Puedo ver tu boquita, nena?– me preguntó, y después de unos segundos, me terminé resignando.

De igual forma se enterarían eventualmente, ¿no? Eso sí, las lágrimas de mi parte no faltaron.

Abrí mi boca lentamente, y saqué la lengua como me indicó. Apuntó su linterna a esta, y después de un par de segundos comenzó a asentir muy ligeramente, como comprendiendo lo que ocurría. Finalmente, soltó mi barbilla, haciéndome saber que ya había concluido, guardó su linterna de vuelta en el bolsillo de su bata y yo cerré mi boca.

Recargó sus codos sobre el borde de la camilla, y colocó su barbilla sobre sus puños cerrados, sosteniéndose a sí mismo, y se mantuvo mirando hacia enfrente en lugar de mirarme a mí.

Hubo un corto silencio, y finalmente habló.

–¿Papi y daddy lo saben?– me preguntó, mirándome de reojo.

Lagrimeé bastante, pero no sollocé.

–No– solté en un susurro.

Él asintió para luego volver a mirar enfrente suyo.

–¿Comiste hoy?– me preguntó con dulzura.

Por primera vez, sentí que finalmente podía hablar de esto con alguien. No me mal entiendan, no tengo la suficiente confianza en Joaquín como para poder jurar que no le dirá a mis daddies, pero por alguna razón, eso no me importaba ahora. Yo solo quería sacar esto de mi pecho.

–Sí– solté finalmente, y me miró con piedad.

–Sabes que no me refiero a si tragaste, o si masticaste al menos...– soltó para luego hacer una pausa y continuar –... ¿comiste hoy?

Lo miré a los ojos, y luego desvié la mirada mientras limpiaba mis lágrimas.

Negué con la cabeza, y él me volvió a hacer una pregunta.

–¿Comiste ayer?

Me mantuve pensativa, la verdad era que sí, pero no quería mentirle haciéndole pensar que comí mis tres comidas.

–Desayuné– solté.

Hubo otro silencio, pero no piensen que fue incómodo. Por fin, sentí que alguien sabía cómo hablar conmigo de este tema.

–Nena...– soltó llamando mi atención –... sabes que debo decirle a tu papi y a tu daddy, ¿verdad?– agregó con dulzura, como si estuviese consciente de lo doloroso que era esto para mí.

Pronto comencé a llorar, pero eso no me limitó de asentirle. No porque quisiera que les diga, sino porque sabía que tenía que hacerlo. Joaquín acarició mi mejilla.

–No tienes porqué estar pasando por esto solita, nena– me consoló una vez devolvió su mano a su posición original –. ¿Cuándo comenzaste?

–No lo sé– solté, y era verdad, ni siquiera lo recordaba.

–¿Quieres decirles tú?– me preguntó, aún manteniendo la dulzura en su voz.

Continué llorando, ya no podía detenerme.

–No lo sé– repetí, limpiando mi rostro.

Joaquín me extendió una caja de pañuelos y no dudé en agradecerle, tomar uno y sonarme la nariz. Busqué a mi alrededor un bote de basura, encontrando uno al lado de la camilla, por lo que solo tuve que soltar el pañuelo desde mi altura para que cayera en este.

–Esa lengüita debe ser tratada, corazón– me dijo –. Y para ello debo decírselo a tus daddies.

Suspiré y cerré los ojos, abriéndolos finalmente unos segundos después.

–Tengo mucha hambre– sollocé.

–Lo sé– me respondió él, acariciando mi cabeza –. Es una enfermedad horrible... pero solita no podrás curarte.

Lo miré a los ojos, secó mis lágrimas con su pulgar y luego volvió a hablar.

–¿Te parece si los dejamos entrar y les decimos juntos?– me sugirió con su sonrisa piadosa.

Tomé otro pañuelo y volví a sonar mi nariz, repitiendo el proceso del basurero. Joaquín tomó mi mano y la apretó con fuerza, pero no la suficiente para lastimarme.

–Está bien– solté, y se acercó para dejar un corto beso en mi frente.

–Aquí estoy, nena, ¿okay?– me dijo –No me iré... no estarás solita.

Asentí y tallé mis párpados con mis puños cerrados.

–Gracias– susurré.

–Tranquila...– me calmó, y pocos segundos después se puso de pie para aproximarse a la puerta.

Tomó la perilla y se giró para mirarme con una sonrisa.

–Eres muy valiente– soltó –. ¿Lista?

Sequé el resto de mis lágrimas rápidamente y suspiré, para finalmente asentir unos segundos después.

Me sonrió y giró la perilla por fin.

–Chicos, ¿pueden entrar?– lo escuché decir, y mi corazón volvió a acelerarse.

JuliaWhere stories live. Discover now