Capítulo 29

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Narra Julia

Decidida por no tocar más el tema, limpié mis lágrimas y dirección mi mirada hacia Max, quien se encontraba recargando su hocico en mi muslo izquierdo. Le rasqué por detrás de las orejas, provocando que cierre los ojos, e instantáneamente cambié de tema de conversación.

–¿Cuánto falta para que llegue la comida?– pregunté limpiando mi nariz con mi brazo. Fingiendo una sonrisa.

Se mantuvieron en silencio, y no pasaron más de dos segundos para que intercambiasen miradas.

–Linda...– soltó Sebas suavemente, y yo no logré contener los sollozos más tiempo –oh, ven aquí– agregó poniéndose de pie para después tomarme en sus brazos.

Ahora sí estaba llorando. Él me colocó sobre sus piernas, y puso su mano detrás de mi cabeza, recostándola sobre su pecho. Afortunadamente este ya no estaba mojado. Mateo se puso de pie y colocó sobre mi espalda una toalla seca, arropándome. Escondí mi rostro en el cuello de Sebas, odio tocar este tema. Dani sabía que me acosaba María, pero nunca le comenté a nadie sobre la vez que me tocó en el baño de la escuela. Tal vez me sentí demasiado en confianza con ellos.

Mateo arrastró la silla en la que yo antes me encontraba hasta dejarla a un lado de su esposo y de mí, se sentó en ella y comenzó a acariciar mi cabeza.

–¿Cómo se llama?– me preguntó, pero creo que tardé mucho en responder, pues continuó hablando –Yo sé que debe ser muy difícil, princesa... nadie debería estar pasando por esto, y menos tú, sigues siendo una niña.

–Gracias por haber confiado en nosotros, nena– agregó Sebastián dándome suaves palmaditas en mi espalda.

–Peque...– soltó Mateo –debes decirle a un maestro, ¿hay alguno al que le tengas confianza?

Traté de calmarme, dejé de sollozar pero las lágrimas seguían cayendo por mis mejillas.

–No quiero– respondí, pero luego me di cuenta de que; no es que no quiera, sino que me da miedo.

Me falta muy poco para graduarme, no quiero al director en mi contra.

–¿Te gustaría que nosotros hablemos con tu tía?– me sugirió Sebas.

Negué con la cabeza. Sé que no es justo que yo esté pasando por esto, pero prefiero afrontarlo cuando mi vida académica no esté en juego.

Los tres nos mantuvimos en silencio un rato, a excepción del sonido de mis leves sollozos, claro.

–Eres muy valiente, peque– me dijo Sebas.

–Demasiado– agregó Mateo para luego besar mi cabeza.

No me considero valiente. Al fin y al cabo, sigo llorando por ello, es algo que aún me afecta, y ni siquiera me atrevo a tocar el tema con mi tía.

–Cuando estés lista para hablarlo, aquí estaremos para apoyarte, ¿está bien?– me hizo saber Sebas mientras acomodaba la toalla sobre mi espalda.

–¿Quieres cambiar de tema, monita?– me preguntó su marido, y no dudé en asentir –Okay...– y como caído del cielo, se hizo escuchar finalmente el timbre de la entrada.

–Debe ser la comida– dijo Sebastián, y Mateo se puso de pie para ir en dirección a la puerta.

Sebastián me envolvió en la toalla y se puso de pie, aún conmigo en brazos.

–Sh, sh, sh... tranquila, aquí estoy– me susurró, mientras me balanceaba ligeramente de arriba a abajo.

Poco a poco se fue acercando cada vez más a la entrada del jardín. Cruzó por la, ahora abierta (gracias a Mateo, supongo) puerta corrediza, y permitió que Max entrase a la casa antes de cerrarla.

–Llegó la comida– exclamó Mateo desde la mesa del comedor, colocando en ella un par de bolsas de papel.

Sebas me miró y continuó balanceándome, ahora mientras nos acercábamos a su esposo.

–¿Crees que quiera hablar después?– escuché a Mateo susurrarle, pero no creo que haya sido su intención que yo escuche. La respuesta de Sebas, en cambio, no la pude oír.

–¿Quieres bañarte, monita?– me preguntó Mateo con una sonrisa tierna.

Limpié mi rostro con mi antebrazo, y asentí. Pronto Sebastián me bajó al suelo, permitiéndome dirigirme a mi habitación. A unos metros de distancia, detrás mío, se encontraban ellos, que supongo también tenían planeado irse a bañar.

Al llegar a mi cuarto, me decidí por evadir los pensamientos que me llegaban a la cabeza. Cerré la puerta detrás de mí y me dirigí a mi maleta, tomando de ella unos viejos mom jeans, ropa interior y una camiseta de tirantes color naranja, para luego dirigirme con ello en mano hacia el baño. Dejé la ropa sobre la tapa del inodoro y abrí la llave del agua de la regadera. Esperando a que esta se vuelva caliente, me dispuse a buscar con la mirada una toalla que se encuentre a mi disposición, encontrándola finalmente en una estantería sobre el inodoro. Me puse de puntitas y alcancé la toalla, la tomé y la coloqué sobre mi ropa.

Apenas me comencé a desvestir, decidí mirarme al espejo. Me alegró darme cuenta de que ahora, al alzar los brazos lo suficiente, se me notan las costillas. Espero pronto se me noten sin la necesidad de hacer aquel movimiento.

Me bañé rápidamente, y al salir de la regadera me sequé con la toalla y me vestí. Mi cabello seguía mojado, pero sabía que pronto se secaría así que no me preocupé. Me lo cepille frente a mi reflejo y finalmente salí de aquel cuarto, encontrándome con la mirada a mi muñeca, aún recostada sobre la cama. Sonreí recordando el momento en el que me la compraron. Sin dudarlo más tiempo, la tomé y me dirigí con ella al primer piso.

Al llegar al comedor, pude notar que Sebas y Mateo aún no terminaban de bañarse, así que dejé a Rapunzel sobre una silla y me dirigí a la cocina, donde busqué y conseguí tres manteles, tres platos y los cubiertos necesarios para ellos. Desconocía qué iban a comer, por lo que tomé un cuchillo, un tenedor y una cuchara para cada uno, después de todo, lo mío eran una hamburguesa, papas y jugo.

Acomodé todo en un extremo del comedor, pues se trata de uno rectangular, colocando cubiertos en los lugares a cada lado de la cabecera, donde planeaba sentarme yo para tener a ambos junto a mí.

Abrí la bolsa de McDonald's, sacando de ella la cajita feliz y mi bebida, para luego colocarlas en mi lugar. No quería comenzar a comer sin ellos, así que me distraje ocupándome de acomodar su comida también. Abrí la bolsa de Uber Eats, descubriendo dos ensaladas.

En ese instante me detuve. Miré mi comida, avergonzada, para luego volver a dirigir la mirada a la bolsa abierta frente a mis ojos.

¿Qué estoy haciendo?

Ahora decaída, tomé los envases con su comida y puse cada una en uno de los lados de la cabecera de la mesa. Tomé mi muñeca y me senté en mi silla.

Creo que ya no tengo hambre.

JuliaWhere stories live. Discover now