Capítulo 37

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¿Dejarla jugar?

Ella no tiene ni la más remota idea de lo que puede llegar a provocarme. Un paro cardiaco, es poco.

La observo mientras se pone de rodillas frente a mí, llevándose hacia abajo mis pantalones. Me tengo que forzar a quedarme extremadamente quieto y recordar el mecanismo de respirar.

Una corriente eléctrica baja por mi espalda y me hace estremecer cuando sus labios se separan y me toman. Es como ser arrojado en medio de una tormenta y no ser capaz de controlar nada. Sin poder evitarlo, llevo mis manos hacia su cabeza y me aferro a sus cabellos, tratando de encontrar un poco de cordura.

Ella gime a mí alrededor y casi me corro de placer. Las sensaciones flamean a través de mi cuerpo, subiendo por mi columna. Estoy perdido, jamás podré ser libre de esta mujer. Y no quiero serlo.

Gruño entre dientes y no puedo evitar el movimiento de mis caderas. Gwen gime nuevamente, su boca se tensa, su lengua me acaricia y me pone tan malditamente duro que se siente como si fuera a morir.

Intento hablar, intento pedirle misericordia, pero no puedo hablar. A penas logro respirar. Una de sus manos se alza y acaricia, lo que su boca no puede tomar. Mis ojos se cierran y mi cabeza cae levemente hacia atrás.

Ella está amándome de aquella forma. Ella está chupándome la vida.

—Gwen... —murmuro su nombre entre dientes.

Logro mirarla una vez más, sólo para ver cómo la mitad de mi polla desaparece dentro de sus dulces labios. Ella está decidida a matarme, continúa lamiendo, mordisqueando y gimiendo a mi alrededor. Es como estar muriendo, aterrador y a la vez necesario.

Pero llego al punto en que un toque más y voy a perderme, voy a morir.

La levanto lejos de mí, ignoro su jadeo de protesta y la empujo de espaldas en la cama.

Gwen respira pesadamente y lucha contra mi agarre, hasta que sacudo sus caderas hacia delante para mí. 

Debo hacerla pagar, tengo que devolverle el placer, la agonía. Sostengo sus muslos abiertos y me inclino hacia ella, atrapando su clítoris entre mis labios. Ella se queda inmóvil, mientras un débil quejido escapa de su garganta. Gruño contra ella, sabe a mujer caliente, dulce, a paraíso. No sé con qué seguir comparándola. Es perfecta.

Dobla sus rodillas, entregándose a mí sin vergüenza, permitiéndome mayor acceso a su carne más íntima. Y juego con ella, devolviéndole todo lo que me ha hecho. Sus gemidos llenan la habitación y mi mente. Ella está cerca, puedo sentirlo por la forma en la que sus dedos tiran de mi cabello, pero no quiero parar, quiero darle alivio. Es un sentimiento primitivo, salvaje.

—Por favor —dice apenas audible.

—Tranquila —la tomo por las caderas, clavándola en su lugar —Déjame jugar un minuto más, ¿No querías eso? ¿Jugar?

—Maldito —protesta entre dientes.

El insulto me hace reír un instante, y luego le entrego un suave mordisco. La observo más allá de sus preciosos pechos, su rostro ruborizado y transpirado. Mi lengua juega con ella, con el pequeño montículo en donde reside su placer.

Yo estoy atormentándola, haciéndola suplicar, rogar y me encanta. Pero decido apiadarme de su necesidad. Subo por su cuerpo, besando la piel que se presenta en mi camino, hasta encontrar sus labios que me responden con desesperación.

Antes de poder entender que está pasando, ella me empuja y me obliga a acostarme de espaldas en la cama. Su mirada es intensa, salvaje y sé que estoy metido en problemas.

Peligrosa Obsesión (Remake) EDITANDOWhere stories live. Discover now