Lo acompañé en silencio hacia su coche, con mi brazo anudado al suyo, y me dio otro beso al alcanzarlo. Si no fuera porque estábamos a solas, Dimitri no habría puesto la mano sobre mi trasero.

—Tened muchísimo cuidado —supliqué, mirándolo a los ojos—. No salgáis a ningún sitio, y no aceptéis ninguna llamada desconocida. Mantenme informada de todo puesto que tendré mi teléfono activo durante toda la noche. —Dejé que me besara los nudillos.

—No me he olvidado de tus requisitos, mon amour. Nos vemos luego.

Una vez que su vehículo desapareció junto a la multitud de coches, me dirigí a The Mouse con paso acelerado. De camino, le envié un mensaje a Alexia para pedirle que no llegara tarde porque la cafetería tendía a llenarse. The Mouse había ganado fama en las últimas semanas gracias a sus pastelillos de frambuesa y chocolate, acompañados de la fabulosa cocinera que preparaba cenas desde las siete de la tarde y hasta las diez de la noche. De todos sus platos, mi favorito era la carne de ternero acompañada de zanahoria. Había sido mi hermano quien me informó de que una amiga de su infancia llamada Samantha trabajaba con su familia en The Mouse, y prácticamente me ordenó que probase la comida por él.

—Una mesa para dos —indiqué a la camarera de ojos claros y cabello castaño cuando llegué a mi destino.

—Por supuesto, Catherine —contestó Samantha—. Ya tienes tu sitio reservado.

—Qué extraño. Alexia todavía no ha respondido a mi mensaje.

—No ha sido necesario: sé que os gusta sentaros al lado de la ventana, aquella que da a la pequeña plaza. —Si algo caracterizaba a Samantha, era su espléndida memoria. Solo habíamos estado ahí tres veces y ella ya había memorizado nuestros pasteles preferidos y el sabor de los batidos que solíamos pedir—. Por cierto, ¿cómo está tu hermano?

—Sumido en la ajetreada vida de un californiano —me burlé—. Te manda saludos.

—Lo suponía. —Samantha me guio a través del pasillo adornado de guirnaldas.

The Mouse contaba con cuatro dependencias, cada una era de distintos colores. Aquella situada al lado de una plaza con rosas era la de tonalidad lila pastel, que se veía como una habitación más púrpura. Tomé asiento en el asiento acolchado y le pedí uno de sus célebres batidos de chocolate con nata montada. Alexia tardaría en llegar y mi estómago rugía lo suficiente como para ser algo vergonzoso. La noche anterior, mi amiga se había puesto en contacto conmigo para preguntarme si me apetecía tener una noche de chicas. No se molestó en adornar el mensaje con sus característicos emoticonos, pero sí me resultó... graciosa, la manera en la que se refirió a la última película de Los piratas del Caribe.

—Lo tendrás en cinco minutos. —Samantha me informó y se marchó, sonriente.

Dispuse de tiempo para tomarme tranquilamente el batido y para contestar a los últimos mensajes que mis padres me habían mandado. Alexia estaba desconectada desde hacía más de una hora, lo cual me resultaba inusual. Removí la cucharilla de metal, con el codo derecho apoyado sobre la mesa y el móvil a unos centímetros de mis ojos. ¿Sería Alexia capaz de plantarme sin darme un aviso? Mi dedo pulgar se paseó encima del símbolo de llamada, dudando sobre qué hacer. Tampoco pude tomar una decisión, porque su número apareció en mi pantalla a los dos segundos y me sobresalté.

—¿Acaso estabas leyéndome el pensamiento? —me burlé, recostándome en la silla.

—Buenas tardes, señorita Miller. Leer sus pensamientos no entra en mis capacidades.

Una voz masculina inundó mi oído, causando que soltara el bolígrafo. No, no portaba conmigo una libreta o un estuche. Pertenecía a Samantha, lo había olvidado aquí.

Cuarenta semanas [Los Ivanov 1] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora