Alguien golpeó la puerta, de inmediato dirigí mi atención a esta. Antes de ser capaz de abandonar la cocina para recibirlo, mi padre apareció cual fantasma desde las escaleras y se me adelantó.

«¡Demonios, no!».

Caminé detrás de sus pasos con rapidez, mientras él abría la puerta para Dimitri. Intenté mirar al exterior por encima de su hombro, no obstante, y debido a que yo era muy baja y mi padre muy alto, no logré divisar nada más allá de sus hombros.

—Usted debe ser el célebre Dimitri Ivanov. —Mi padre utilizó su tono de voz gélido y grave, uno que me provocaba escalofríos—. Mi nombre es Dante Miller, sin embargo, y debido a que es la primera vez que hablamos cara a cara, tráteme de señor Miller.

Mi expresión debió de asemejarse al cuadro de El grito, porque Dimitri se encontró con mi mirada temporalmente y aprecié que contenía la risa. Aceptó la mano que Dante le extendía —Dios mío, nadie lo llamaba así porque era demasiado formal— y no necesité asomarme de nuevo para ser consciente de cuánto apretaba su mano. Papa había perdido la tonalidad morena en los nudillos, tornándose blanca por la fuerza. Era consciente de que no había confianza entre Dimitri y mi familia, y sabía que hubieran rechazado la propuesta si supieran lo que sucedió en el club de lucha. Pese a ello, me habría gustado recibirlo de otro modo o, al menos, con la presencia de papá a cien metros de distancia.

—Es un placer conocerlo al fin, señor Miller. —Dimitri le sonrió con amabilidad.

—Me gustaría decirle lo mismo, pero no miento a mis invitados —respondió él.

—Vale, de acuerdo. Por favor, papá. —Me interpuse entre ellos.

Dimitri humedeció sus labios antes de agachar su rostro hacia mi posición. Recorrió con la mirada el modelito que llevaba puesto y reprimió una sonrisa que habría delatado nuestro secreto. Yo también tuve que contener la risa para regresar al pequeño pero infantil acuerdo al que habíamos llegado hacía unos días, en el dormitorio de su casa.

El recuerdo regresó a mí.

Terminaba de secar mi cabello con una toalla antes de adentrarme en la habitación, con los pies descalzos. La casa de Dimitri había regresado a la normalidad gracias al mobiliario recién adquirido, uno que yo ayudé a elegir cuando lo acompañé al centro comercial. Había sido un día bastante diferente y divertido porque muchas personas no dejaban de mirarnos, creyendo conocernos, aunque sin atreverse a aproximarse. Observé a Dimitri trabajar desde la silla de su escritorio, pasando a limpio unas anotaciones que él realizó a mano. Me aproximé a él y coloqué las manos sobre sus hombros. Recorrí el contorno de estos con la yema de los dedos, deslizándolos hasta sus pectorales y terminé abrazándolo por la espalda.

—No me distraigas —murmuró él al sentir mi tacto—. Tengo que terminar este documento para mañana si quiero asistir a la cena con tu familia, Catherine.

—Vamos, llevas todo el día frente a la pantalla. —Aproximé mis labios a su cuello.

Comencé a recorrer su garganta con mi boca, dejando pequeños besos hasta la oreja. En respuesta, Dimitri no hizo más que exhalar un pesado suspiro antes de dedicarme una mirada poco amigable. Al menos mantuvo la sonrisa de satisfacción. Tamborileó los dedos sobre la cantidad de números que poblaban el folio, y dijo:

—Desearía que el informe se terminase solo, pero me necesita. —A pesar de sus palabras, se las apañó para deslizar la mano libre bajo la suave tela de mi pijama.

Recorrió mis caderas y glúteos con las manos antes de sentarme sobre su regazo. Creyendo que podría besarle de una vez, me apartó hacia un lado con suavidad y quitó sus manos de mi cuerpo al mismo tiempo. Dimitri extendió los brazos para seguir tecleando. Fruncí el ceño, frustrada. No buscaba sexo, nada de eso. Tan solo necesitaba un poco de sus mimos, de sus caricias. Era lo único que quería en esos momentos.

Cuarenta semanas [Los Ivanov 1] [COMPLETA]Where stories live. Discover now