prefacio

677 92 5
                                    


Luka Hauser.
Silencios.

Sus sollozos resuenan en mi mente, la imagen de ella corriendo por la casa huyendo de ese monstruo que buscaba marcar su piel y romper su alma no se borra…

Siento el mismo miedo que me recorría mientras me mantenía oculto en el clóset de mi cuarto.

Ella me escondía para que no me hiciera nada a mi.

Ella siempre se llevó la peor parte.
Detallo mi mano temblorosa en busca del vaso de cristal lleno de aquel líquido que apagará mis pensamientos, necesito estar concentrado.

Sorbo un poco de ese whiskey que quema mi garganta, para luego de esa probada que calma mi cuerpo un poco beberlo todo de un solo trago, tomo la botella y me sirvo otro y hago lo mismo.

La puerta de mi camerino se abre de golpe. Ignacio me detalla, no dice nada cierra la puerta detrás de él.

Me quita el vaso y vuelve a llenarlo para devolvérmelo.

──En 10.

Me coloca los auriculares mientras me tambaleo.

──Estamos llenos hoy.

Conecta el aparato y siento el vacío en mis oídos. Niego molesto.

──Quítalo.

──Luka…

──Quítalo. ──gruño nuevamente agarrando uno de los cables para halarlo.

──Esta bien, está bien… ya lo quito.
Deja el aparato con los auriculares en la mesa.

──Yo sólo necesito sentirlo. ──sisea algo acalorado por el licor que ya abunda en mi sangre.

Noto la botella que ya se encuentra por la mitad. 

Me extiende el arco.

──Deja los demonios encerrados aquí, es hora de subir al escenario.

Mi infancia fue una mierda por culpa de ese monstruo que llegaba en las noches dispuesto a destruirnos. Sólo la sangre saciaba su sed. Mi madre recibió todo tipo de abusos… no supo decir basta, no tuvo la fuerza para huir y eso termino destruyéndola.

Ignacio me guía hasta las escaleras, recibe una botella de parte de uno de los organizadores y me da otro trago.

──El público te espera. ──dice. 

La orquesta comienza a sonar con fuerza, sujeto con fuerza el arco en mis manos, y subo tomando una fuerte bocanada de aire al escenario.

Los aplausos se intensifican cuando la luz central se posa en mi.

Mi violonchelo negro espera junto a mi taburete en medio del escenario, tomo asiento en medio de un fuerte mareo…

Tomo el instrumento en mis manos y todo el ruido que se genera en mi entorno se apaga, mi salvación…

Apoyo mi gran amigo entre mis piernas, y con su tallo de metal se mantiene firme al suelo. Inclino mi rostro para sentir la vibración que ejerce cuando froto las cuerdas de este con el arco.

Mis dedos toman su lugar en las cuerdas que se encuentran en el mástil, y estás empiezan a marcar las notas y cambian de posición a medida que mi toque se intensifica. Su sonido me tele trasporta a un lugar donde me lleno de paz…

Para muchos la melodía que imparte les abriga el alma, para mí él me llena de silencios, silencios necesarios.

Los cuales solo aparecen cuando lo siento vibrar entre mis manos, o cuando me he empinado una botella de whisky por completo.

Un profesor de música me presento un día a quien me llenaría de éxitos en mi adultez, no tenía nada… pero cada vez que podía que colaba en las clases de música solo para sentir las notas del cello.

Cerraba mis ojos con fuerza y todo aquello que gritaba mi mente, lo silenciaba las vibras que despedía el instrumento.

La orquesta se detiene…

Y es mi turno de darle al público eso que tanto quieren, y que tanto necesito.


El famoso preludio de la suite n° 1 solo en sol mayor, de Bach.


Las notas fluyen así como mi alma herida. Mi alma llena de oscuridad, de mierda y de monstruos.

La pasión me embarga, el sudor corre por mi piel, y mis dedos danzan por el mástil buscando las notas perfectas.

Termino la pieza para que la orquesta de inicio a la otra tonada, y me compagino con ellos para hacer vibrar al mismo ritmo al público que grita eufórico por mi presentación.

Nadie se imagina como es mi vida, la gente pensaría que estoy lleno de bendiciones y éxitos, cuando en realidad soy un maldito solitario, alcohólico y depresivo hombre que toco para sentirme vivo porque camino en medio de una vida oscura.

Sino estoy aquí. No soy nadie.

De una canción a otro, destruyó un arco y recibo otro… hasta que el concierto termina trayéndome de vuelta la realidad, donde el licor aún no a abandonado mi sistema sanguíneo y este solo pide más.

Me levanto para recibir el calor y las efusividad de los presentes, tomo cello y lo llevo comiendo para caminar hacia las afueras del escenario, Ignacio me detalla me espera con una botella en mano y mi sed me hace dejar todo atrás…

Tropiezo en las escaleras y caigo de bruces partiendo el mástil de mi violonchelo.

Y mi alma se quiebra un poco más como si fuese posible.

──¡Luka! ──grita Ignacio, y yo solo intento reparar el instrumento. ──. Deja así, tienes varios.

Le arrebato la botella y me la empino estando en el suelo.

──Pero alma sólo tengo una… y se está muriendo.

Amor platónico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora