Capítulo 7.

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Era el día miércoles 10 de mayo y Giorno Joestar ya estaba más habituado a pasar el día en la estancia infantil. Todavía era una nueva experiencia para el pequeño de 6 años pues seguía siendo su primera experiencia lejos de casa durante horas sin la compañía de sus padres y rodeado de otros niños, pero indudablemente se sentía más tranquilo y cómodo con el lugar.

Giorno no tenía expectativas acerca de la estancia infantil, desconocía por completo cómo era el ambiente y la manera en la que se manejaban las cosas por lo que sin importar lo observador e inteligente que era, no pudo predisponerse antes de ingresar, tampoco pudo crearse una idea de lo que debía ser el lugar. Al final, enfrentarse el nuevo desafío sin ideas prediseñadas fue lo que más le ayudó a adaptarse. Estaba acostumbrado a seguir una rutina y los cuidadores tenían una muy bien establecida al mismo tiempo que cada día era diferente gracias a los temas de conversación de sus compañeros y a los juegos que quisiesen jugar.

Ese día estaba siendo igual de rutinario que los demás, por supuesto que eso no molestaba al niño Joestar, tampoco a su compañero Narancia pues al infante de 4 años solo parecía importarle tener a alguien para jugar. Mientras esperaban la llegada de los niños mayores para tener más compañeros de juego, Giorno ayudaba a Narancia con un rompecabezas, el cual llevaba un buen rato intentando terminar.

La atmósfera transpiraba paz, los niños parecían concentrados en su juego y los cuidadores les vigilaban con atención ya habiendo preparado el almuerzo para servirlo en breve. La paz se vio bruscamente interrumpida cuando la puerta de entrada se abrió con fuerza emitiendo un fuerte sonido acompañado de rápidas pisadas.

– ¡Bruno! ¡Abbacchio! ¡Es una emergencia! – Guido Mista entró al lugar con prisa sin siquiera dejar su mochila en los casilleros.

Por supuesto semejante entrada alertó a adultos y niños. Giorno y Narancia dejaron de lado el rompecabezas y Abbacchio, quien estaba sentado en el suelo, se levantó de golpe.

– ¿Qué sucede, Mista? – Cuestionó Bruno tratando de moderar su voz, sin embargo se podía escuchar una nota de preocupación en ella.

– ¡Necesito su ayuda! ¡No tenemos tiempo! – Exclamó el niño con la misma urgencia.

– ¿Qué pasa? ¿Dónde está Fugo? – Cuestionó Abbacchio con una expresión de alarma teniendo el entrecejo fruncido.

– ¡No hay tiempo! ¡Es una emergencia! – Repitió con la misma mirada brillante de hasta ahora. Sus manos se aferraban a los tirantes de su mochila y se apretaron con más fuerza para su última declaración. – ¡El día de las madres es el domingo! –.

Tanto Bucciarati como Abbacchio estaban desesperados, Mista no decía qué había ocurrido y solo repetía que era una emergencia. Siendo cuidadores, muchos escenarios cruzaron por sus cabezas, cada uno peor al anterior. Estaban al borde del colapso cuando el niño finalmente expresó el problema y en cuanto lo asimilaron, la preocupación y angustia fue reemplazada por una extraña sensación de decepción mezclada con alivio y enojo.

Por parte de los pequeños, Narancia solo siguió mirando con curiosidad al niño mayor, pero Giorno, quien también se imaginó algunos malos escenarios, se confundió enormemente y tenía problemas para entender cómo se sentía.

– ¡Necesito su ayuda! – Repitió Guido Mista de la misma manera que antes. Su voz urgente no cambió en lo más mínimo demostrando que para él, sí se trataba de una emergencia real.

Sin embargo las reacciones que obtuvo en esta ocasión fueron distintas. Abbacchio volvió a sentarse y desvío la mirada hacia la dirección contraria, Bruno se quedó en su lugar demorando un poco en hablar.

– Mista... ¿Dónde está Fugo? – La voz de Bucciarati salió en un tono serio y bajo con un ligero toque de cansancio.

El niño del gorro no tuvo que responderle pues un par de pisadas se escucharon del otro lado del muro y Fugo hizo su aparición en la sala unos segundos después.

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