Capítulo 30.

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Pannacota Fugo era un niño extremadamente inteligente, su intelecto fue descubierto desde muy temprana edad. No solo tenía habilidades para las cuestiones académicas sino que también poseía una gran comprensión de los hechos a su alrededor que le dotaba de una asombrosa madurez para su corta edad.

Fugo tenía únicamente 8 años, pero era perfectamente capaz de comprender muchas cuestiones de la vida adulta y de la vida en general. Él sabía perfectamente el motivo por el cual de vez en cuando tenías sesiones con una terapeuta, entendía la preocupación de su abuelo hacia sus ataques de ira y los arranques violentos que estos detonaban. Lo entendía y lo apreciaba, por eso no se quejaba, no había leído muchos libros de psicología, pero sabía que esta era benéfica así que lo aceptaba sin oponer la más mínima resistencia.

Muchos niños de su edad no podrían comprenderlo, pero él sí lo hacía, sin embargo había una cuestión acerca de la terapia que no le agradaba del todo y no se trataba de la terapeuta, pues esta era muy agradable y podía ver el profesionalismo en su trabajo. No, no era de la terapia en sí, sino del hecho de quién era la persona que siempre le llevaba a sus sesiones.

— ¿Quieres un poco de agua, Fugo? —
Preguntó Bruno.

— No, gracias —
Respondió Fugo de forma educada, pero también un poco monótona.

Bruno no insistió más, simplemente miró al niño durante unos segundos para luego desviar la mirada para evitar incomodarlo. Sus ojos azules se dirigieron hacia cualquier esquina de aquel consultorio. No era la primera vez que estaba allí, ya lo conocía muy bien y dudaba que hubiese algo nuevo que ver, pero debía distraerse de alguna forma. Bajo ninguna circunstancia quería hacer sentir al niño incómodo, no más de lo que ya era obvio que se sentía.

La sala de espera de aquel consultorio era acogedora, las paredes eran de un tono beige elegante y acogedor a la vez tenía dos sofás largos para recibir a al menos seis personas o tal vez 8 si eran algunos niños, tenía aire acondicionado el cual hacía un pequeño ruido que en lugar de ser molesto resultaba extrañamente reconfortante, había un mueble con libros, revistas científicas y algunos cuentos infantiles, también había una pecera con unos cuantos peces pequeños de varios colores y un enorme reloj sobre el muro. El lugar tenía además dos puertas, una que era la de la entrada hacia la sala y otra que llevaba hacia la oficina de la psicóloga, la cual permanecía cerrada todo el tiempo tuviese o no pacientes.

El lugar era silencioso el único ruido era el del aire acondicionado y resultaba ser una bendición, pues no a muchas personas les agradaba el silencio absoluto. Bruno no tenía problema con el silencio, al menos no la mayoría del tiempo, eran solo unas pocas las circunstancias en las que el silencio le incomodaba y esa era una de ellas.

Afortunadamente la puerta de la oficina se abrió y por ella se asomó una mujer de largo cabello oscuro y anteojos.

— Buenas tardes, señor Bucciarati, Pannacotta —
Saludó con educación y una sonrisa amigable.

— Buenas tardes, doctora Miller —
Saludó Bruno imitando el gesto de la mujer.

— Ya puedes pasar, Pannacotta —
Le dijo al niño abriendo la puerta por completo para permitirle entrar.

Fugo asintió y sin mucha ceremonia se levantó del sofá para entrar en la oficina.

La doctora intercambió una mirada cómplice con Bruno quien únicamente dibujó una media sonrisa en el rostro, pero no era una de alegría ni felicidad sino una de preocupación. La doctora cerró la puerta cuando el niño ingresó y ahora Bruno debía esperar a que terminara su sesión de una hora.

Esa era una situación en la que Bucciarati se encontraba cada vez que Fugo tenía otro de sus arranques de ira en la escuela. Cada vez que uno de esos incidentes ocurría era enviado a tomar una sesión de terapia.

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⏰ Last updated: May 18 ⏰

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