Extra | Mi adiós

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¿Alguna vez le han hecho daño a alguien?
Supongo que es inevitable que eso suceda. Muchos pueden responder negativamente a esa pregunta y creer que le hacen un favor al mundo mintiendo, cuando es claro que incluso queriendo no hacerlo, sucede.

Pero siempre sabemos cuándo es que a nosotros sí nos han hecho daño. Duele demasiado, quema por dentro y a veces se convierten en heridas de aquellas que por la superficie no pueden verse, pero que duelen incluso más que las físicas.

El daño que puedes hacerle a alguien se logra tan fácilmente que es incluso absurdo.

Nunca culpé a nadie, ni lo hago. Sucedieron demasiadas cosas en mi vida como para señalar solo una y muchísimas personas me hicieron daño como para poner todo ese peso en alguien.

Pero la verdad es clara: ni siquiera es la mía.

La depresión es una perra silenciosa, llega sin avisar y sin que te des cuenta, se mantiene contigo y nadie la nota. Todos creen que pueden hacerlo, que deberían verte llorar todo el tiempo. Pero lo que no saben es que también puede verse como una sonrisa amplia, una broma que hace reír a todos, puede verse como una persona normal.

¿En realidad somos capaces de ver cuándo una persona está destrozada?
Si siempre esperamos a que esa persona llore, tenga medias lunas oscuras debajo de sus ojos y no se levante de la cama ¿en realidad estamos viendo algo?
Porque alguien destrozado también sonríe, te hace reír, es tu apoyo cuando más lo necesitas. Es esa persona que está incondicionalmente, que parece la más feliz de todas. Pero también es esa persona que oculta su dolor detrás de tantas capas, y ocultarlo no significa que no le duela, sino que es una experta en aparentarlo.

Y finalmente, llegó ese momento. Donde fingir simplemente es algo lejano.

Nunca me gustó escribir en hojas completamente blancas, la mano incluso se me acalambra cuando termino. Tenía que hacer una modificación.

Finalmente me levanto del escritorio y doy una vuelta por la habitación. La luz de la luna se cuela entre las cortinas, la media noche está cerca.
Paso las yemas de mis dedos como suelo hacerlo en la biblioteca, el hecho de pensar en ello también me recuerda a él y lo que hice apenas unas horas atrás.

Me repriendo mentalmente porque no debí haber hecho eso, no debí haber besado a Samuel si lo único que buscaba era que me olvidara. No debí haber besado a Samuel cuando sé que nunca podría llegar a sentir lo mismo que él siente por mi.

Recorro el estante del que la mayoría de las cosas están en el suelo, entre ellas, apartando un par de libros y pequeños dibujos que escondí, encuentro una plumilla.
La plumilla que usaba Trevor. La misma que alguna vez me regaló, y como todo, parece que quedó atrapada en el tiempo. El pequeño plástico brilla cuando lo muevo de un lado a otro observandolo.

Es algo estúpido, pero lo llevo hasta mi nariz. No hay rastros de él, ya no más.
Supongo que eso también va junto con la muerte, todo desaparece y eventualmente tu recuerdo y tus cosas también.

Paso la yema de mi pulgar una vez más antes de guardar el plástico en mi pantalón.

Vuelvo la vista hacia mi escritorio y lo que significa aquello que está en la superficie. Suspiro y tomo la hoja en la que tanto tiempo me costó escribir.
«Trevor» dice el sobre en el que meto la carta que le hice, lo cual es igual de estúpido que el simple hecho de seguirlo mencionando, lector. Porque sabemos que no va a leerla.
Aún así la dejo junto con lo demás, como si fuera algún tipo de despedida o algo así.

Siempre me ha parecido que la noche tiene algo especial, algo que solamente las personas que se quedan a esperarla lo saben. Las cosas brillan, son y se sienten de manera diferente.

Sola #1 [✓]Where stories live. Discover now