Capítulo 2

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Me gusta estar en silencio mientras estoy admirando el cielo sentada en el alféizar de la ventana. Ya saben, mirando la inmensidad de este, los tonos que va tomando y las nubes que se forman. Mientras piensas en la creación del mundo y cosas demasiado sofisticadas como para que las entiendas, lector.

Hasta que mi estado de tranquilidad se ve afectado por dos personitas, los dos rubios y de ojos verdes: mis hermanos. Ambos tienen trece y son mellizos. Iguales en su aspecto y en lo insoportables que llegan a ser. Aunque los hermanos siempre decimos eso, ¿no? Hasta que a alguno le falta un riñón, necesita sangre o un corazón y le darías el tuyo sin pensarlo dos veces.

 —Alex, ¿podemos sacar a pasear a Lila? —pregunta Jake abriendo la puerta mientras tiene la vista en el celular. Antes de que pueda contestar Dylan se asoma también, seguramente esperando mi respuesta.

—¿Hablas con mamá? —cuestiono en cambio dirigiéndome a Jake. Me levanto y tomo la correa de Lila. 

Jake niega con la cabeza. 

—Con Logan. 

Su novio. Y sí, mi hermanito salió del closet a los once. Al principio mamá lo tomaba como una broma, después se fue dando cuenta de que eso no era así. Logan es su novio, un chico que ha estado en su clase desde primaria. La verdad es que me agrada y Jake siempre está pegado al celular gracias a él. 

—Vamos rápido porque traerán de comer —digo empujando la puerta. Ambos rubios se dan la vuelta y caminan hasta la entrada. 

Una bola de pelos dorados casi me tira al suelo al cerrar la puerta de mi habitación detrás de mí. Lila es una Golden Retriever, demasiado hiperactiva y muy encimosa. 

Me gustaría decir que no fue un regalo de mi novio muerto y que mirarla no me hace recordarlo pero estaría mintiendo. Y es una de las muchas cosas que dejó en mi corazón que hace que siga doliendo. Tampoco digo que sea culpa de Lila, ella solo es una pequeña gigante perrita que lo extraña. 

Porque sí, ella lo amaba. 

Sería incapaz de contar todas las veces que Lila chillaba, recostada frente a la entrada esperando a que Trevor apareciera para que ella pudiera brincarle encima y poder lamer su rostro.  

¿Y cómo le explicas a un animalito que eso ya no puede suceder? ¿Acaso es cierto y ellos lo sienten, lo huelen en ti? 

Lila se pasó los mismos días que yo en la cama, junto a mi. Siendo el apoyo moral de la otra, supongo que ella más para mí. 

—Vámonos Dylan. —Jake me trae de vuelta a la realidad. 

Camino hasta la cocina, donde puedo ver que aún hay restos del confeti de la fiesta de los mellizos. 

Dato curioso: no cumplen el mismo día pero lo hacen así para ahorrarse el preparativo de ambas fiestas. Tampoco comparten signo zodiacal. Jake fue quien nació diez minutos antes según su acta de nacimiento, Dylan se tardó lo suficiente para que dieran las 12 : 07 del día siguiente, así que su cumpleaños es el 23 de junio y el de Jake el 22. 

Le pongo la correa a Lila y los cuatro salimos en dirección al parque. Mis hermanos charlan, bromean, ríen mientras caminamos. Yo voy en silencio, me gusta más así. Al girar en la esquina ambos toman el camino más largo sin siquiera decírselos. Y es que de las muchas cosas que dejan las personas marcadas en tu corazón también hay lugares, como puede ser el supermercado que siempre evito que es donde él trabajaba. También lo son canciones, que cambio cada vez que están en la radio. 

Pero también hay cosas que no puedes borrar, como recuerdos. Tampoco es que quiera borrarlos, solo quiero que dejen de doler. 

Al llegar al parque le dejo el poder de la correa a Jake y me siento en una banca mientras los observo. Lila corre, juega. Incluso se acerca y socializa con otros perros. Brinca sobre Dylan haciendo que este caiga en el césped.
Los mellizos juegan, ríen, corren junto a Lila mientras el tiempo pasa. El cielo va oscureciéndose poco a poco, llenándose de colores anaranjados y una ligera brisa comienza a golpear en nuestros cuerpos haciendo que mi cabello negro se ondee ligeramente. 

Regresamos a casa justo cuando nuestros padres llegan. Papá me sonríe, en cambio mamá me da un ligero empujón para pasar ella primero. Son pequeños gestos, acciones que te destruyen poco a poco. 

Porque sí, mi madre me odia. Y no es que me lo esté inventando, durante mis casi dieciocho años de vida me lo ha demostrado. Al principio era más sutil, algo casi imperceptible. Después, cuando mis hermanos nacieron y ella vio que habían salido igual a ella —con sus ojos verdes, pecas y rubios—, fue cuando finalmente pudo demostrar su odio hacia mi abiertamente. 

¿La razón? 

Tendría que preguntarle si es que hay una específica. Principalmente creo que es que no me parezco a ella y es que no es mi culpa que se haya idealizado una vida perfecta con una hija que fuera idéntica a ella, pero sí fue así. Lo único que tengo de ella son las pecas en mis mejillas, lo demás lo saqué a mi padre. Cabello negro, muy oscuro como si fuera teñido y lacio. Ojos marrones, excepto que uno de mis ojos hizo el intento por aclararse un poco, dejándome con una extraña heterocromía de dos tonos diferentes de café, ni siquiera llegó a ser miel.

Y sí, mi madre me odia tanto que incluso cuando murió mi novio no mostró ni una pizca de empatía. Tampoco cuando me internaron por depresión y un intento de suicidio, pero eso lo contaré después. 

Al terminar de poner la mesa todos nos sentamos, es lo que haría una familia normal, ¿no? Pues a mí nunca me ha agradado mucho la idea. Una comida familiar da paso a preguntas, conversaciones en las que no quiero ser el centro de atención y algunas veces peleas o discusiones. A veces incluso me siento mal por preferir comer en cualquier otro lugar que en esta mesa junto a ellos. Por suerte hoy hablan entre ellos, poniéndoles atención a los mellizos, lo cual me libra de cualquier tipo de conversación.

Sola #1 [✓]Where stories live. Discover now