Capítulo 14: Código.

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De la propia historia...

De la neblina salió una mujer vestida con elegancia, su piel era blanca con una cabellera rizada de color castaño claro, sus ojos cafés expresivos y facciones delicadas que le dieron un toque peculiar. La bella dama caminó hasta entrar al burdel que quedaba cerca del Puerto, ahí contempló la escena y se sentó en una de las mesas del centro.

—Una mujer como usted no debería estar en estos lugares —le dijo un marinero.

—Me parece un sitio adecuado —respondió ella coqueta.

Una de las meseras se le acercó y le preguntó si deseaba algo de beber a lo que la mujer asintió.

—¿Darán un show las mujeres que están sobre el escenario? —indagó.

—Sí, comienzan en un instante —anunció la mesera, luego fue por la orden de la elegante cliente.

—¿Por qué una mujer querría ver a otras desnudarse? —la cuestionó el mismo marinero que sin pedir permiso se sentó en la misma mesa que ella.

—Apreciar la belleza y encantó no debe ser cuestionado —expresó ella que se acomodó en su silla cuando notó que la puesta en escena iba a comenzar.

—¿Quién eres? —preguntó el marinero expectante.

—Soy Roz y vengo de visita a Pendingrin —contestó y luego llevó su mirada a cada una de las mujeres que de a poco se desvistieron.

Cuando el show terminó, Roz se levantó de la mesa y fue tras la mujer que más llamó su atención, la siguió hasta uno de los cuartos donde la bailarina entró.

—No lo hago con mujeres —le dijo la bailarina cuando notó que Roz entró al cuarto.

—Únicamente baila para mí, pagaré lo que desees —ofreció Roz con una sonrisa y le exhibió una bolsa llena de piezas de oro.

La bailarina no resistió la tentación del dinero, así que fue y puso seguro a la habitación, sin importar que no hubiera música, le bailó a Roz quien la vio atenta.
Disfrutó cada movimiento de la chica y comenzó a tocarse, adoraba sentir la excitación corriendo por su cuerpo hasta que la joven terminó su rutina y quedó frente a Roz que sonrió satisfecha.

—¿Eres bella? —le preguntó.

La bailarina se detuvo y caminó hacia un pequeño espejo que colgaba sobre la pared.

—No lo soy, mi madre siempre me dijo que era fea, mis ojos son muy grandes, mi boca es rara y ni hablar de mi nariz que es demasiado ancha —reveló la joven sin saber por qué.

—Con este lápiz puedes arreglarte, es mágico, solo corrige lo que no te guste —ofreció Roz.

—¡Estás loca! —reprochó la bailarina.

—Inténtalo, si lo haces te doy el doble de oro —indicó Roz.

La joven tomó el lápiz y se situó frente al espejo, pasó con lentitud el grafito por el contorno de su boca y de pronto vio cómo sus labios se volvieron más carnosos. Quedó tan maravillada con el resultado que no tardo en revisarse los ojos, la nariz, hasta las orejas. La bailarina no pudo parar, siguió corrigiéndose más y más. Cuando Roz terminó de observarla se levantó de su asiento y le pidió el lápiz de vuelta, pero ella no quiso devolvérselo.

Roz sonrió y levantó su mano, de pronto todos aquellos trazos que la bailarina se hizo en el rostro se volvieron heridas, el lápiz se transformó en cuchillo. Antes de que ella pudiera gritar Roz se acercó y le quebró el cuello con mucha facilidad, luego tomó el cuchillo que en su mano volvió a ser un lápiz.

PendingrinWhere stories live. Discover now