El doncel, aún sin poder despertar del letargo en el que se había sumido al encontrarse con el radiante varón de ojos color miel, esperó que ningún soldado hubiera visto lo que pasaba entre él y Alvar. Una flecha enemiga volando cerca de su brazo terminó por devolverlo a la realidad abruptamente.

Con montones de sospechas sobre Alvar, pero sin tiempo para alimentarlas, el guerrero miró a su alrededor, buscando soldados para seguirlos liberando de las enredaderas que, por fortuna, habían dejado de crecer. Keon apenas pudo ayudar a seis antes de que los Ferig retrocedieran y se concentraran en una gruesa línea del lado del territorio que tenían bajo su poder.

Una barrera enorme de ramas retorcidas creció desde el bosque hasta el horizonte, separando a unos pocos soldados del resto de sus filas, con todos los seres del bosque, mientras que el resto del ejército se quedaba solo, como siempre, sin haber perdido ni ganado la batalla.

Poco después de que los Ferig se refugiaran detrás del enorme arbusto, el ejército de Valkar decidió montar una tensa guardia. Einar no permitiría que los seres del bosque avanzaran hacia Zeurum más de lo que ya lo habían hecho.

Keon procuró permanecer en una fila cercana al bosque hasta caer la tarde. Nadie se movía, pero él sentía que en cualquier momento los Ferig volverían a atacar. Aquello, sin embargo, no pasó.

Un médico llegó poco antes del atardecer para tratar las heridas menores de los soldados que se hallaban junto a Keon; el doncel también fue atendido, las espinas que las enredaderas habían clavado sobre su brazo izquierdo le dejaron una herida que, aunque era leve, ardía más que cien antorchas juntas. El médico trató el brazo del doncel con un ungüento de plantas medicinales para amortiguar el dolor y evitar que la herida empeorase, antes de irse a atender a los demás guerreros heridos.

A lo largo de toda la tarde, Keon no dejó de pensar en que, ese mismo día, había vuelto a ver a Alvar, el apuesto varón rubio. De su cabeza no desaparecía la idea de que había hecho mal al quedar tan prendado de él con los pocos días que estuvo a su lado en Tryuna, antes de que iniciara la guerra. Se sentía engañado; la imagen del varón misterioso y dulce que había visto en la ciudad no concordaba nada con la del guerrero que había visto ese mismo día. Alvar tal vez era un enemigo del reino; estar con él podría incluso ser desleal por parte del soldado.

¿Iría al bosque a buscar explicaciones?

Era muy arriesgado escabullirse; además, entrar al bosque podría considerarse traición si alguien lo descubría. Keon no quería traicionar al ejército...

Sin embargo, si Alvar estaba luchando por los Ferig y había tenido el poder para detener la batalla por él aquel día, seguramente había una razón que el doncel ignoraba. Necesitaba conocerla.

Finalmente, Keon optó por legarle al destino la responsabilidad de decidir en su nombre. Iría a buscar a Alvar solo si el General Dornstrauss no le asignaba la primera guardia nocturna. Si lo hacía, Keon ni siquiera intentaría acercarse más al bosque.

Y, tal vez, trataría de olvidarse de Alvar, convenciéndose de que era solo un enemigo.

Tal vez fue un capricho del destino el que al doncel no se le asignara la primera guardia. El soldado, al anochecer, tomó su espada y se alejó de la tienda donde supuestamente dormiría, caminando sigilosamente hasta llegar a un lugar más oscuro en el campo de batalla y caminar por la orilla del bosque, con dirección a la barrera de ramas que protegía a los Ferig.

Cuando creyó estar suficientemente cerca de Alvar, Keon se armó de valor y, sin soltar la empuñadura de su espada, se adentró unos pasos en el bosque. Ahí, aunque una media luna iluminara el cielo y el doncel no estuviese tan lejos de las antorchas de la guardia, la oscuridad lo dominaba todo. Era imposible divisar algo que no fuese negrura más allá de la nariz propia; los ojos del guerrero parecían nublados por un manto negro penetrable únicamente por las brillantes estrellas que poblaban el cielo.

DornstraussWhere stories live. Discover now