Ivy Dean siempre ha sido una princesa con todas las letras y todo el significado de la palabra. Sin embargo tras la llegada de Isabella Swan al recíproco pueblito de Forks, la brillante reina de la secundaria parece ser la única que nota que suceden...
A Ivy no le parecía la gran cosa cumplir dieciocho años. Primero, porque creía que tenía una madurez y una percepción de la vida bastante formada para su corta edad. Segundo, si bien le emocionaba la idea de la legalidad y la mayoría de edad, no había casi nada que no hubiese hecho ya. La única cosa que la tenía preocupada eran las admisiones a la universidad y el comienzo de su futuro porque aún no tenía ni idea qué haría con respecto a su próximo año.
Por supuesto, también estaba el hecho de que ahora sabía que el mundo no era el lugar que siempre creyó que era. Pero aquel era un pequeño detalle con el que había aprendido a vivir y no podía negar que le emocionaba de sobremanera.
Para empeorar la situación, su abuela le había suplicado que aplicara para alguna universidad en Francia, en un afán de tener a su nieta más cerca. Desde que su hija y su esposo fallecieron, Lilah y Ivory eran la única familia que le quedaba a Ivonne Benoist. Así que durante las dos semanas que Ivy y Lilah pasaron con su abuela, la mayor de las Dean encontró folletos de universidades francesas hasta en la sopa.
Cuando regresó a Forks, la despedida de Ivy e Ivonne fue incluso más nostálgica que de costumbre. Llenó a su nieta mayor de cariño y arrumacos, le recalcó cinco veces más lo muy parecida que era a su madre y le dijo que la amaba, y que estaba segura que llegado el momento tomaría las decisiones correctas. Le extrañó mucho porque su abuela no era así y sonó como una despedida más que otra cosa, algo que despertó cierto desconcierto en ella. Pero suponiendo que hablaba de la universidad, lo dejó pasar.
Y estuvo tan ocupada preparándose para volver a clases que honestamente no tuvo tiempo para pensar en otra cosa. Pero sin embargo, en ningún momento su mente dejó de pensar en que algo había cambiado en ella, en el ambiente y en general.
El único momento en que no pensaba en esas cosas era cuando estaba con Jasper. En aquella ocasión lo observó leer un libro concentrado. Las pocas tardes que pasaron juntos en la casita del árbol después de su regreso de las vacaciones, las pasaban en silencio disfrutando la compañía del otro, como si fuese un descanso de la cotidianeidad y la locura que eran sus vidas. A veces observaban el lago y una vez él le enseñó a lanzar piedritas al agua y que estas rebotaran.
Aburrida de leer, tomó una uva y se la lanzó deseando tomarlo desprevenido. Bufó cuando él la agarró con agilidad antes de que lo golpeara y le sonrió burlón.
—Eso no se vale —reprochó, arrugando la nariz.
—¿Qué se supone que hiciera? ¿Qué te dejara golpearme con una uva?
