Ivy Dean siempre ha sido una princesa con todas las letras y todo el significado de la palabra. Sin embargo tras la llegada de Isabella Swan al recíproco pueblito de Forks, la brillante reina de la secundaria parece ser la única que nota que suceden...
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FIJACIÓN
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SI TUVIESE QUE UTILIZAR UNA PALABRA PARA DESCRIBIR FORKS, probablemente hubiera sido deprimente. Le seguían cosas como feo, horrendo, espantoso, húmedo, sombrío, pesadilla, y un sinfín de adjetivos negativos que se había pensado el último par de años. Nunca había sido muy fanática del frío, la nieve y la lluvia, desde pequeña siempre había estado más encantada y atraída al sol, a los arcoiris y a las calurosas brisas que lo proporcionaban los veranos en el sur de Francia, visitando a sus abuelos. De alguna manera, su familia creyó que Forks era un excelente lugar para echar raíces, y ella terminó naciendo y creciendo en aquel lugar tan pequeño como una caja de zapatos en comparación al resto del mundo. Mundo que la gran mayoría de los habitantes del pueblo estaban dispuestos a ignorar por completo, lo cuál era un poco triste. Le molestaba ver y rodearse de gente sin ambición alguna, sin metas en la vida o con objetivos tan mundanos. A veces, la gente solía decirle que todo ella era demasiado. Y a veces, ella no entendía si eso era algo bueno o algo malo.
Aunque a aquella altura de la semana estuviese completamente agotada físicamente y sobregirada, eso no le impedía cumplir con sus tareas a diario. El entrenamiento que tenía con las porristas se lo complicaba, y no se sentía bien que los profesores le tuvieran consideración porque ella sabía que podía hacerlo igual o mejor que el resto, por lo que siempre andaba cargada de libros y con el tiempo contado. De arriba a abajo. De izquierda a derecha. Sabía que el estudio era su único boleto de salida de aquel pueblo, y haría todo lo posible para entrar a una buena universidad. Nunca había pensado en aplicar para una beca por deporte, aunque sabía que era más fácil que le dieran una por sus habilidades físicas que intelectuales. Pero se presionaba a sí misma, y la verdad era que le iba de maravilla; la NYU siempre había sido su objetivo. Y por supuesto que entraría, si tenía un promedio impecable. Aún así, no debía enfocarse en eso. No aún.
La hora del almuerzo era la única instancia del día en la que podía apagar su cerebro casi frito por al menos un ratito. Como en Forks absolutamente nada era común, Ivory Dean se sentó con el grupo de personas que en otro lado hubiesen sido señalados como las de perfil bajo y ciertamente, el tipo de personas con el que la rubia compartía mesa en cualquier otro lugar no se hubiesen mezclado jamás. Eso casi siempre desconcertaba a algún que otro estudiante nuevo. En esa ocasión, aquella mañana de miércoles fue a Bella Swan, una recién llegada, que no pudo creer que aquella chica vestida con un uniforme de porrista color azul y amarillo, y el cabello rubio atado en una coleta, se sentara frente a ella. La había visto por los pasillos hacía un par de horas, y le parecía raro que aún no le hubiera hecho ningún comentario ofensivo. En su otra escuela, las porristas eran algo malvadas. Pero esa no era Ivy: ella tiró sus libros a la mesa y sentó entre Eric y Ángela, lista para contarles cómo había estado el entrenamiento aquel día. Entonces notó a la nueva castaña frente a ella, y le dedicó una sonrisa.
