Cuarto Creciente

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Luna

Rescátame entre la corriente de gente y sálvame de una vida inofensiva, rodeados de almas vacías, de cuerpos llenos de almas vacías.
Miss Caffeina

El techo de mi cuarto creciente da al aire libre y tiene unas vistas preciosas; pero ¡ay! Me siento tan sola

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El techo de mi cuarto creciente da al aire libre y tiene unas vistas preciosas; pero ¡ay! Me siento tan sola. Desearía que alguien me visitase de vez en cuando para mitigar este distanciamiento espacial que separa a la Tierra del espacio.

Así estoy: cansada de sentirme Luna llena y no ser más que una lacónica Luna menguante.

Y tenía que hacer algo, impedir un equinoccio o hacerme notar con uno de mis plenilunios esos que tanto gustan; ergo, no sería una muerta más a manos de la ausencia de fuerza gravitatoria ni me dejaría derrotar por meteoritos irrelevantes.

Una vez fui partícipe de un eclipse solar, recuerdo que la Tierra estaba tan contenta por conocer a ese insoportable... que emanaba felicidad. Ella había jurado nunca enamorarse, sin embargo después de un par de promesas y de días soleados, había accedido en concertar una cita con el Sol.

Pero yo estaba allí para salvarla. La Tierra era dulce, inocente, no tenía ni una pizca de maldad, aunque creía que era muy tóxica con sus insignificantes seres humanos y sus eternas mutuas batallas ¡Y dicen que ellos son una prueba de vida inteligente! El Sol no arruinaría a La Tierra como lo hizo conmigo mientras yo estuviera allí para evitarlo, así que me posicioné entre ambos y la rescaté de la infelicidad segura ¡Ah, pero la Tierra era decidida! Y no hay nada más suicida que alguien decidido a cumplir un propósito, y la Tierra no era la excepción; no paró hasta arruinarse, pero ya para ese entonces yo no pude hacer nada por salvarla.

Mientras tanto, en otro hemisferio no muy lejano...

Ayer estuve recordando a la primera chica que estuvo por aquí: Valentina era su nombre. Nunca la olvidaría, tenía un nombre precioso y era muy audaz. Fue la primera mujer que se arriesgó a conocerme.

Ella no era de las que colocaba banderas, como se dedicaron a hacer los anteriores; más bien se dedicaba a sonreír todo el tiempo como retando a la tristeza a que viniese a por ella, a echar una carrera, sabiendo que le ganaría.

Valentina no era de esas astronautas superfluas que se la pasaban observando mi silueta para aconsejarme cuándo debo hacer dieta y cuándo debo parar. A Valentina no le importaban mis menguantes de autoestima, ni mi creciente redondez, ni siquiera le importaba la ausencia de mi nueva fase, ni la ausencia de esbeltez que sufro cuando estoy llena. En la Tierra (y en Luna) hacen falta más astronautas nómadas como ella.

¿Dije nómada? Sí, supongo que lo era. Era una contradicción a todo lo absurdo de esta era donde no sabemos aún si el Sol es un ególatra porque adora que todo gire en torno a él, o si los planetas son unos aduladores masoquistas a los que les gusta dar vueltas en círculos alrededor de un astro que nunca se detendrá a observar su inefable belleza.

¿Belleza? ¿Qué es la belleza sino otra forma de fealdad? Es una fealdad especial, en la que te dedicas a atragantarte con la energía oscura que te carcome con tal de asumir y soportar la presión de todos los ojos sobre ti, que pretenden que salgas a brillar en las noches aun sabiendo que tu figura no es la más elegante ¿Cómo hacer eso sin autodestruirte y autocolapsarte?

El asunto aquí es que ellos desconocen la gravedad del asunto. Se creen modernos porque te dicen como si nada la manida frase de "tienes que quererte y aceptarte tal y como eres" y punto ¿Pero cómo hacer eso a pesar de su incesante medición? Que si me falta volumen en algunas partes y en otras me sobra grosor, que si mi superficie es demasiado extensa y aun así continúa en persistente expansión, que si el diámetro de mis caderas ya hace tiempo que sobrepasó el debido espesor, que si la densidad de mi masa no compagina con la longitud deseada...

Pero ocurre que nadie se para a preguntar por el crecimiento a gran escala de mi depresión, o por mi insípida alma en constante contracción, o por lo compacto que, con el tiempo, se ha ido convirtiendo mi corazón.

Nadie pregunta cómo se siente un novilunio, ni cómo es la cara oculta, ni los profundos astroblemas que los murmullos a tus espaldas van creando. Ellos son simplemente más controladores (aéreos), son de números, como Apolo 11, en vez de nombrar las cosas con formas o colores...o con sueños, que es mucho mejor; y suelen preferir los alunizajes correctos, nada de tambaleos ni vacilaciones. Se niegan a aceptar que antes de permanecer firme, todos somos víctimas de frecuentes rotaciones. Y el que diga lo contrario no es más que un lunático.

Nadie pregunta si es cierta esa teoría de que hay más oscuridad y más cráteres de lo normal en esa cara que nadie ve. Se sorprenderían al escuchar la respuesta porque la verdad es que el relieve escondido que nunca muestro al mundo no es más que el reflejo de las huellas de tantos selenitas que han pasado por aquí y nunca han tenido el valor de establecerse.

Se sorprenderían porque --claro (de luna)-- si esperabas una superficie volcánica y rocosa, áspera y temeraria, y te preparas para la expedición con brújulas, mapas y prejuicios afilados, entonces sería toda una novedad encontrar una luna de miel al otro lado.

Se sorprenderían al saber que al otro lado de mi cuarto creciente hay un terreno completamente escrutable pero solo para los más valientes.

Lo que separa a la Tierra del espacioWhere stories live. Discover now