52 · Qué realidad

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Sábado 21 de Abril, 2018

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Sábado 21 de Abril, 2018

BRUNO

—Ángel, ¿no crees que deberías estar en casa a estas horas? —le pregunto a mi hermano con poco entusiasmo.

Son las diez y media de la noche, y el muy gilipollas sigue trabajando. Respiro hondo, cuento mentalmente hasta un millón y trato de tener un poco de tacto, aunque, si soy sincero, no tengo ni idea de cómo hacerlo. Me aclaro la garganta, me meto las manos en los bolsillos y me quedo parado frente a él.

—Eh —le digo—. ¿Estás sordo o qué, capullo?

Creo que es mi falta de empatía la que provoca que mi hermano aparte la vista del coche y me dedique una mueca de fastidio. Suelta un bufido, se apoya contra el borde del capó y agacha la cabeza.

—¿Qué quieres, Bruno? —dice con cansancio.

—Que vuelvas a casa. Danielle lleva todo el puto día sola —le recuerdo—. Aunque, bueno, más que todo el día, lleva todo el mes.

—Eso no es cierto —se limita a responder.

—Vale, no, tienes razón —murmuro moviéndome porque estoy de los nervios—. No ha estado sola porque he estado yo con ella. Otra vez. Me estoy pelando clases y hasta faltando a exámenes porque tú te pasas el día aquí metido y ella está en la mierda, pero parece que a ti te da igual.

Ángel me mira con los ojos llenos de rabia y se acerca hasta mí a grandes zancadas. A pesar de que soy un par de centímetros más alto que él, mi hermano tiene más fuerza bruta y más mala hostia. Supongo que esa es la razón de que se me suban los huevos a la garganta. Pero, si quiero hacerlo reaccionar, este es la única forma que conozco que puede funcionar con Ángel.

—Vas a perderla —le digo envalentonándome—. Vas a perderla por gilipollas, y esta vez yo estaré más rápido.

—Repítelo si tienes huevos, Bruno —gruñe Ángel sujetándome con violencia del cuello de mi camiseta.

—¿Qué quieres que te repita, Ángel? —empiezo—. ¿Que, como sigas haciendo el gilipollas, Danielle se acabará enamorando de mí? ¿O que acabaremos follando en tu propia casa porque tú te niegas a tocarla desde lo que pasó?

Sinceramente, el puñetazo me lo venía venir minutos antes incluso de entrar en el taller. Lo que no me venía venir era que fuera a doler tanto y que, después del primero, lo seguiría un segundo y un tercero. Acabo en el suelo, con mi hermano, que pesa un puto quintal, encima de mí, mientras trato de parar los golpes sin mucho resultado. No quiero defenderme, no quiero devolvérselos porque sé lo mucho que está sufriendo. Por lo que siento un gran alivio cuando escucho la voz de Víctor llegar hasta nosotros desde la puerta del taller.

—¡Ángel, tío, para!

Su amigo lo agarra por los hombros y logra quitármelo de encima, salvándome el culo. Me quedo tendido en el suelo, con todo el cuerpo dolorido y ganas de pegarme un tiro. Cierro los ojos y no tardo en ser consciente de que tengo la cara llena de sangre.

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