La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar

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Como si de un milagro se tratara, pronto llegaron más soldados a caballo para ayudarnos a contener a los Ferig que llegaban desde el bosque. Waldemar se encontraba al frente de todos ellos. Llevaban escudos y armas.

—Hay más guerreros cerrándoles el paso a los Ferig que rodearon la ciudad —dijo Waldemar cuando estuvo cerca de mí—. Con eso, esperamos evitar que le hagan daño a la gente hasta que estén todos fuera de peligro, capitán.

Aquellos soldados nos cubrieron de la cuarta lluvia de flechas, apresurando a las personas para que se alejaran del lugar con presteza. No obstante, entre más gente se juntaba en las calles, más difícil era avanzar.

Los Ferig lograron alcanzarnos antes de que todos estuvieran a salvo; atacaron con fiereza, entraron a las casas buscando fuego y, tras unos momentos, los techos de algunas viviendas comenzaron a arder en llamas. Se escucharon más gritos en el momento que los seres del bosque, la mayoría de los que parecían humanos, se abalanzaron contra la barrera que habían formado unos cuantos soldados alrededor de los pueblerinos.

— ¡No se detengan! —exclamé hacia la gente—. No paren de moverse hasta llegar a la casa del señor de Versta. Ahí estarán a salvo.

Mientras trataba de unirme a la barrera que evitaba el paso de los Ferig, dejé con un soldado el resto de provisiones que mi caballo seguía cargando para que las llevara al refugio.

Yo no tenía puesta mi armadura, pero tampoco me permitiría quedarme sin hacer nada. Tomé una lanza que alguien me ofreció y me formé como pude entre los demás guerreros para intentar contener a las criaturas el bosque en tanto la gente se ponía a salvo. Perdí el aliento cuando un Ferig logró colarse entre nosotros y atacó a las personas, lastimando a dos o tres antes de que los soldados pudiésemos atraparlo.

Hay momentos que, a pesar de que se desearía fuesen eternos, terminan en un instante. En cambio, los más difíciles duran una eternidad. Así, el tiempo que estuvimos deteniendo el avance de los Ferig me pareció infinito. Los soldados retrocedíamos a la par que las calles quedaban vacías y la gente corría despavorida para ponerse a salvo. Las flechas se cobraron más vidas, las filas de guerreros se debilitaron poco a poco, además de que en el suelo yacían cuerpos inertes o personas en agonía mientras el fuego se contagiaba como una plaga por los tejados de cada casa, ahogado en la humedad de la nieve que seguía cayendo en calma.

En cierto momento, un dolor punzante recorrió todo mi pecho. Los Ferig llevaban las armas que habían tomado de nosotros en batallas anteriores y arremetían contra nosotros ferozmente. No tuve tiempo para quejarme, pero supe que estaba herido cuando vi rasgado el gambesón de mi uniforme y parte de mi piel tenía manchas de sangre.

Presionando para hacernos retroceder, los Ferig terminaron por reducirnos a una barrera inmóvil alrededor el lugar donde habíamos concentrado a los habitantes del pueblo. Los seres del bosque y los guerreros de Valkar quedamos frente a frente, agotados, con una chispa de furia que se extinguió junto con el fuego de las casas a lo lejos.

Atardeció en un vomitivo tono de gris; dejó de nevar, pero el frío no cesó. La barrera de soldados se asentó en tensa calma mientras que los Ferig ocupaban el lugar con indiferencia.

Cayó la noche sin que yo me moviera de mi lugar, observando a los Ferig, pendiente de cada uno de sus movimientos; recordé la vez que sucedió lo mismo en Frizgal, cuando aún peleaba bajo las órdenes del General Volksohn. Las criaturas del bosque encendieron fogatas, colocaron mantas y comieron al mismo tiempo que, de nuestro lado, los pueblerinos asustados se cobijaban en la oscuridad y los soldados se dejaban caer, rendidos, dentro de la barrera de humanos agotados.

Di un respingo cuando Ramund llamó mi atención.

—Capitán —me habló mi compañero—, por favor, entre a una de las tiendas que hemos podido montar y deje que traten su herida.

DornstraussWhere stories live. Discover now