Inesperadamente

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—Ah, no está bien que una desconocida me bese pero sí que un "amigo" tuyo lo haga —vocifera Harrison.

—¡No! ¡Pero tú fuiste y te emborrachaste con esa! —grita Sara.

—¡Y tú fuiste a tomar café!

—Idiota —escupe Sara.

—Exagerada.

Gilipollas.

—¡No me insultes en español!

Miro mi comida. Pero que desayuno más agradable. Estos días han sido realmente un infierno.

Hoy debo entregar el manuscrito del cuarto libro, y estoy tan nerviosa, que las manos me tiritan, soy más torpe de lo normal, y ahora ni siquiera creo que pueda comer, mi estómago es un revoltijo. Y por si no tuviese suficiente drama en mi vida, a Harrison y Sara se les ocurre discutir, y he tenido que ir a buscar al idiota de mi amigo, que por cierto, me vomitó en los zapatos. Nine West, se los cobraré.

Los hermanos de Tom comen como si tuviesen tres estómagos, y me da asco verlos comer así. Alejo mi plato de comida y bebo mi jugo de frambuesa.

—¡Era tu crush de la infancia! —grita Harrison.

—¡Adolescencia! —le grita Sara. Si, son tal para cual. Tom me mira y ruedo los ojos.

—Parece que las paredes de esta casa no son muy buenas —bromea Paddy, tratando de hacer más ameno el desayuno—. Tal vez deberías dejarlo dormir en el jardín y devolverme la habitación de invitados.

—La verdad yo lo encuentro reconfortante —comenta Sam, con la boca llena, lo miro con asco.

—¿Reconfortante? —le pregunta Tom. Los gemelos asienten.

—Es como en los viejos tiempos —replica Harry. Nos reímos.

—Aún recuerdo esa asquerosa apuesta para Halloween —sacude la cabeza Tom.

—Iugh —rio.

—O cuando se peleaban por quien era más amigo de _________ —agrega Sam. Mi sonrisa desaparece y Tom se queda en silencio, tomando mi mano. Harry agacha la cabeza y mira a su hermano.

—Esos no eran Sara y Harrison, eran Sara y... Martin —le dice.

Sam enseguida se arrepiente y abre la boca para disculparse, pero levanto la mano y pongo mi mejor sonrisa.

—Descuida —le digo, miro a Tom—. Creo que será mejor que me vaya, no quiero llegar tarde con el tráfico infernal de Los Angeles.

—De acuerdo —asiente Tom, se inclina y me da un beso—. Suerte, te irá bien.

—Eso espero de lo contrario estos nervios habrán sido en vano.

Me levanto de la mesa, me despido de los demás y me dirijo a la entrada. Saco mi bolso y las llaves del coche. Estaba soleado, perfecto para andar con un enterizo largo de lino, ligero. Subí al coche, me coloqué el cinturón y mire el espejo retrovisor. El recuerdo de presente estaba más fresco que nunca con lo del libro. A veces, al despertar, por unos breves segundos olvido que está muerto, y pienso en llamarlo para saber de él. No es hasta que cojo mi teléfono que reparo en que no hay forma de que me vaya a contestar.

Sacudo la cabeza. No tengo tiempo para llorar, estoy hecha un desastre con los nervios como para además añadirle aquello. Enciendo el motor y abro el portón. Salgo de casa y tomo rumbo a la editorial.

En el camino no puedo dejar de pensar en los peores escenarios. Si no les gusta, debo volver a empezar de cero, y no tenía tiempo ni energía para ello. ¿Qué pasa si me pedían hablar sobre Martin? No quiero reabrir aquella herida. ¿Y si vuelven a preguntar por hijos? Dios, no. Demasiado drama con aquel tema.

¿Cuánto dura un para siempre? (Tom Holland y tú)Where stories live. Discover now