Visitas sorpresas

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Observo ambas fotografías. Por un lado, una con colores anaranjados, jugando con tonos verdosos. Por otro, una de color celeste, con un hermoso edificio en el fondo. Resoplo.

—Adriana, de verdad. No tengo idea, ambas son hermosas. ¿Por qué no eliges tú? —pregunto. Adriana niega con la cabeza.

—_________ piensa. Tiene que haber alguna que te guste más. Vamos, compáralas —me ruega. Niego con la cabeza.

—No puedo, son diferentes, pero igualmente hermosas. ¿No puede alguien de la editorial elegir? —pregunto.

—Quiero que lo hagas tú —responde—. Ya las acotamos a estas dos, ahora solo es cosa de elegir una.

Hago una mueca y vuelvo a mirarlas. Elegir una portada para mi libro es más complicado de lo que parece cuando la diseñadora hace portadas tan maravillosas y hermosas.

Estamos en el casino del hospital. Ya que mis turnos en urgencias eran tan caóticos, Adriana decidió venir por su cuenta a verme aquí, y tener nuestra reunión semanal. Todo iba viento en popa, la promoción del libro estaba increíble, pronto comenzaría con las giras, solo faltaba una cosa: la bendita portada.

Mi teléfono suena y la miro, sonriéndole a modo de disculpa. Saco el teléfono del bolsillo de mi uniforme y leo. Es de Tom, diciéndome que está en el hospital y preguntándome donde estoy. Le respondo rápidamente. Guardo nuevamente mi teléfono en el bolsillo y vuelvo mi atención a Adriana.

—Mi esposo viene acá, tal vez él pueda ayudarme a elegir —le digo. Adriana rueda los ojos.

—¿Cómo no puedes escoger una tu sola? —pregunta. Me rio.

—Soy una persona muy indecisa, por si no te has dado cuenta en mis libros —bromeo. Se ríe a carcajadas.

Adriana y yo no teníamos la relación típica entre un escritor y su editor. Tras vernos semanalmente, y con Sara del otro lado del mundo, se había vuelto mi amiga, de cierta manera.

Miro a la entrada y veo a Tom. Su sonrisa despampanante, su cabello con aquellos rizos incontrolables que tiene cuando le crece mucho el cabello, y aquella mirada sexy que me corta el aliento. Sin embargo, lo que más me sorprende es ver que a su lado viene un rubio alto, de ojos azules, y con una sonrisa burlona dibujada de oreja a oreja en su rostro. Me levanto de la silla y abro los brazos. Harrison me da un fuerte abrazo.

—Diablito, hace tanto que no te veía —me saluda. Me separo y le doy un manotazo en el hombro.

—Tonto —replico, rodando los ojos. Él se hace el ofendido.

—¿Me golpeas frente a tus pacientes? Que poca delicadeza —me acusa. Arqueo una ceja.

—No me provoques, hace mucho tiempo que no hago maldades, una venganza me vendría de maravilla —le advierto. Levanta las manos en son de paz.

—Hola tú —me saluda Tom. Le doy un beso. Tomo su mano.

—Tom, ella es la famosa Adriana. Harrison, Adriana es mi editora —le presento.

Adriana mira a Tom y luego posa sus ojos en Harrison. Sus mejillas inmediatamente se sonrojan, y puedo notar como se lo come con la mirada descaradamente. Le doy una mirada furtiva a Tom, que me mira como diciendo "parece que Sara tiene competencia".

—Un placer conocerte finalmente —le saluda Tom, sacándola de su trance.

—Igualmente —le sonríe ella, pero pronto vuelve a posar sus ojos en Harrison.

—Así que tú eres la santa que soporta a este diablo —dice Harrison, tendiéndole la mano.

Adriana se la acerca con una sonrisa coqueta y sin cohibirse, le da un beso en la mejilla a Harrison. Abro los ojos como plato y me miro con Tom. Muerte, eso es lo que veo en mi futuro. Por causa de Sara, al enterarse de que le he presentado a Harrison una chica sin tapujos, con la mirada que le da, me da miedo que incluso le bese.

—Y tú eres el chico que sufrió las venganzas de mi clienta —replica, con un tono provocativo, y un dejo divertido. Harrison, que ha quedado algo perplejo ante aquel beso en la mejilla, sacude la cabeza y vuelve en sí, sonriéndole.

—Me imagino que ya estás familiarizada con lo malvada que puede llegar a ser —replica Harrison. Tom arquea una ceja. Adriana suelta una carcajada coqueta, y pestañea, mirándolo mientras se muerde el labio.

—Algo. Pero ¿por qué no mejor me lo cuentas en la cena? —pregunta descaradamente.

Me atoro con saliva y Tom mira con los ojos abiertos a Harrison, que la mira aún más pasmado que cuando le dio el beso.

—Eh, ¿qué cena? —pregunta el idiota del año. Ay Jesús, Sara me va a cortar en trocitos. Adriana sonríe y pasa su mano por el cabello rizado.

—La de hoy en la noche. Tú y yo, a las ocho —responde sin tapujos.

Juro que el rostro de Tom pierde todo color. En su mirada puedo ver que piensa lo mismo que yo. ¿Qué coño hace esta? ¿Sabías que tu editora era tan coqueta? Sara nos va a asesinar.

Harrison ríe nervioso y me da una mirada, como diciéndome "¿Qué está pasando?".

—Yo, eh... suena... bien... pero, debo volver mañana temprano a casa, con mi prometida —replica Harrison, recalcando en la palabra "prometida".

Adriana rueda los ojos y hace una mueca.

—Ya sabía yo que alguien tan guapo no podía estar disponible —musita Adriana. Respiro profundo. Después de todo respeta límites—. Tu relación no es abierta ¿o sí?

Y hablé demasiado pronto.

—¡Tom! ¿Por qué no me ayudan tú y Hazza a decidir que portada elegir?

Cuando por fin vuelvo a urgencias, me siento temblorosa y mareada. Probablemente porque apenas he probado bocado al almuerzo, ya que tuve que interponerme entre Adriana y sus coqueteos descarados. Aunque ya no le proponía citas ni le preguntaba de su relación, podía sentir que estaba presenciando sexo visual, si aquello era posible.

Resoplo y me siento junto al mesón. Observo la pila de nuevos pacientes. Leo se apoya en el mesón y me mira sonriente. Arqueo una ceja.

—¿Qué? —pregunto.

—A la doctorcita le llego un paquete —responde, y deja en el mesón una caja rectangular, como en las que vienen los teléfonos nuevos, envuelta en papel negro, con un rosetón rojo oscuro.

—¿Y eso? —pregunto. Él se encoge de hombros.

—El guardia dijo que un repartidor la entregó. Tiene una nota —me indica.

Me levanto del asiento y me acerco a la caja. Por un momento siento nauseas, como si algo no estuviera bien. Ignoro aquella sensación y respiro hondo. Tomo la nota y la despego del papel.

—"Para ________, A" —leo. Miro a Leo, se encoge de hombros.

Saco la cinta y rompo el papel. La caja es de cartón, café. Abro la tapa con cuidado, soy algo paranoica en cuanto a empaques, ya que aquí el tema de las bombas o sobres con cianuro no es tan infrecuente.

Sin embargo, cuando veo el interior, me doy cuenta de que no hay una bomba ni polvo blanco. Si no un paquetón de fotos, mías y de Tom, asistiendo a eventos o de paparazis a lo largo de los años. Retrocedo un paso, sintiendo el vómito aproximarse a mi boca. No porque huela mal o tenga algo nauseabundo dentro, sino porque en todas aquellas fotos, me han rayado y han escrito "te mataré".

***

😱 ¿que QUÉ?

¿Adriana coqueteándole a Harrison?

¿Rayis con amenaza de muerte?

Y la pregunta del millón: ¿quién es A?

les leo, lectores insaciables <3

¿Cuánto dura un para siempre? (Tom Holland y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora