Broken

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Es curioso, incluso extraño. De pronto aquello por lo que creías que existías cambia completamente. Algo inesperado puede volverse el centro de tu universo, en un corto segundo. Curioso como todo se acopla a aquella nueva meta o promesa futura.

Y aún más curioso cuando eso es arrebatado de nuestras propias manos en una centésima de segundo.

El dolor se expande, te olvidas de cómo se respiraba, te olvidas de cómo era vivir. ¿Cómo puede mi corazón seguir latiendo cuando la razón para seguir ya no está? Te inunda, te quiebra, esparciendo mil pedacitos de ti hasta que no sepas como era estar completa. Y sin embargo, sigues respirando, tu sangre sigue corriendo por tus venas. Por fuera, nada. Por dentro, todo.

Crees que ya nada vale la pena. No sabes porque continúas existiendo. Quieres que todo simplemente se apague, se vuelva a negro. Pero no ocurre. En cambio, el tiempo pasa, el mundo sigue adelante. Y tú ahí, sigues viviendo, sigues presente. Aunque no haya razones, aunque no lo sientas así, aunque no lo quieras.

Y de pronto, sin que siquiera te des cuenta, estás en otro tiempo, ya no eres esa misma persona. Y miras atrás y no puedes creer que hayas sobrevivido aquello, que sigas en el mundo. No quieres haber sobrevivido. Pero lo hiciste.

Cuando el dolor te rompe en mil pedazos, te olvidas del futuro, y solo vives en aquel mar oscuro de desolación. Y es cierto, el tiempo cura todo, incluso si no queremos.

Nos olvidamos de que el mundo no se detiene.

Porque el tiempo, el maldito tiempo, es imperdonable.

*

Tres días después

Miro sin mirar. Como sin saborear. Respiro, sin quererlo.

Sentí como en aquella habitación de hospital me comenzaba a ahogar en la más fría y desoladora agua. Y ahora, no podía salir. Tampoco quería salir. No entendía por qué debía continuar. ¿Cuál era el punto? ¿Para qué? ¿En serio creen que me puedo recuperar de esto? ¿Creen que quiero continuar?

No era solo mi dolor el que me tenía así. Era el dolor en los ojos vacíos de Tom. En la expresión devastadora de mi madre. Eran las lágrimas de mis amigos.

Era la habitación junto a la nuestra, pintada de un color anaranjado, con una cuna de madera. Era mi vientre, aun abultado. Mis pechos adoloridos por la leche que se acumulaba, y que a nadie podía amamantar. Era mi reflejo, una extraña cuyo rostro no reconocía, y que parecía una cascara hueca.

Mi madre, que había cogido el primer avión cuando todo pasó, se encontraba junto a nosotros. De no ser por ella, ninguno se hubiese levantado de la cama. Apenas y logramos llegar a casa. Pensaron que tal vez dolía menos estar acá que en el hospital donde mi mundo explotó. La verdad, no sé con claridad que era mejor.

Mientras amarra mi enterito, me atrevo a levantar la mirada. No quiero ver mi rostro, ya sé que fantasmas se encuentran en él. Quiero ver mi vientre. Los vestigios de aquello por lo que había cambiado al completo mi mundo. Mi cerebro lógico (había separado en distintas partes mis pensamientos) me repetía constantemente lo que ya sabía. "En unas semanas estará como antes".

Antes. Antes de que estuviera rota. Antes de que todo explotara. ¿Quería que llegara ese momento?

—El coche está esperando —dice Tom, con voz monótona. Volteo a mirarlo.

Los ojos enrojecidos, sus ojos apagados, su piel pálida. La luz se había pagado también en él.

Tomo una bocanada de aire y asiento. Otro funeral más al que asistir, otro pedazo de mí que se va. Tal vez, el más importante y doloroso de todos.

*

Doce días después

—Hija por favor —suplica mi madre entre lágrimas.

—No puedo —sollozo, sintiéndome ahogada.

Con un peluche de araña entre mis brazos, sosteniéndolo firme contra mi pecho, lloro desconsolada. Un sueño. Un simple sueño, eso era lo que me estaba destruyendo ahora. haber soñado con el calor de aquel pequeño cuerpo contra el mío, sus manos sosteniendo mi dedo, durmiendo profundamente, seguro, a salvo de todo lo malo que hay en este mundo cruel e inhumano.

Pero entonces desperté. Recordé el calor de su cuerpo moribundo, el latir de su enfermo corazón, los últimos minutos en los que fui feliz en esta vida. No pude seguir.

Me acerqué a la cuna, aún no se cual era mi intención. Tal vez pensé que este dolor que me está matando era solo una pesadilla horrible. Que mi pequeño Martin seguía vivo.

Volvi a romperme. Caí al suelo de rodillas, y grité.

—¿Por qué no se apaga? —sollozo entre los brazos de mi madre.

—¿El qué cariño? —pregunto ella desesperada.

—El dolor. La vida. Todo. No quiero más.

Me afirma mientras yo siento como me desvanezco en una cruel tortura: sigo respirando, mi corazón sigue latiendo. Aunque yo no quiera.

*

Dieciocho días después

Mi brazo se estira. El cuerpo que duerme a mi lado usualmente no está. Me siento de golpe, temerosa. Tom no está, su lado de la cama está vacío. Miro a todos los lados. Noto la luz del pasillo encendida.

En silencio, me levanto y salgo de la habitación. Escucho ruido en la cocina, el agua correr. Bajo las escaleras, temerosa y extrañada. Debían ser pasados las tres de la mañana. ¿Qué hacía lavando vajilla a estas horas?

Me detengo a unos metros de distancia, abrazándome a mí misma. Los frascos de la leche que mi cuerpo produce para aquel ser que ya no está con nosotros están sobre la encimera. Me estremezco ante la punzada de dolor que me atraviesa.

Tom toma uno de los frascos y lo vierte en el fregadero. Estaba lavándolos. Aquella leche no sirve para nadie. La desecha y luego limpia los frascos. Leche inútil, leche que duele.

Entonces ocurre algo que no esperaba. Tom coge otro frasco, pero antes de que pueda verterla por completo, se le cae de las manos y solloza, quebrándose por completo sobre la encimera. Llora desconsolado. Llora como un animal herido.

Sabía que sufría al igual que yo. Pero verlo así, roto, tan roto como yo, es algo que no esperaba, y que me duele. Quiero consolarlo, quiero decirle que todo estará bien. ¿Pero cómo puedo hacer eso si yo estoy igual de mal? ¿Si yo tampoco encuentro razones para seguir?

Sin pensármelo me acerco y lo abrazo por la espalda. Se sobresalta ligeramente al sentir mis brazos rodear su torso, pero pronto me acepta y solloza con más fuerza. Se apoya en mí, asi como yo me he apoyado tantas veces en él. Lloro en silencio, permitiéndole a él quebrarse por completo, una y otra vez, con seguridad de que estaré yo para volver a armar cada parte suya que se desmorona.

*

Cuatro meses después

Es curioso. Curioso como todo cambia en unas centésimas de segundo.

El dolor destruye, el tiempo cura. Aunque no lo queramos, aunque prefiramos dejar de respirar. No permanecemos rotos para siempre. De a poco, con todo lo que se tenga a mano, volvemos a tomar cada trozo de nosotros y a colocarlo en su lugar. A veces el mismo, a veces uno distinto. Pero sobrevivimos.

Siempre va a estar ahí, aquella huella imperturbable, casi un tatuaje imborrable. Para recordarnos que el dolor estuvo ahí. Para recordarnos que sobrevivimos.

Cada vez se hará más pequeña la marca. Cada vez dolerá menos. Pero siempre, siempre permanecerá.

Aunque no queramos. Porque el tiempo, el maldito tiempo, es imperdonable.


***

No hay palabras.

¿Cuánto dura un para siempre? (Tom Holland y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora