Capítulo 54. NO ME JUZGUES...

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—Iremos detrás de ti.

Mi papá me tendió su teléfono personal y me mostró que en su otra mano estaba el teléfono de su trabajo. Asentí en dirección a mi padre y Gabriel. Los vi trotar hasta la camioneta, donde el chofer esperaba para servirnos de escolta.

Fue solo en ese momento, cuando la ambulancia arrancó y Diego comenzó a administrar algunos medicamentos, que me permití ver el estado de Amelia.

Diego rasgó sus jeans con una tijera y dejó al descubierto sus piernas, esas que tanto adoraba y que ahora tenían varios hematomas en distintas tonalidades. Sus brazos tenían múltiples cortadas, que como me explicó Diego, eran de los vidrios que estallaron, los rescatistas tuvieron que cortar las bridas que mantuvieron sus manos unidas, las marcas en sus muñecas eran profundas y no paraban de sangrar, su carne al rojo vivo, incluso con algunos jirones de piel.

Diego las limpió con delicadeza, pero me moría por hacerlo yo. Su mano izquierda estaba fracturada, el hueso sobresalía de una forma antinatural; su pie izquierdo también lucía mal, pero no podía saber si era fractura o esguince.

—Tengo que abrirle la camiseta—anunció Diego, como si me estuviese pidiendo permiso, aunque lo haría me opusiera o no.

Su estómago y pecho tenían marcas rojas profundas, una horizontal a su cintura, otra inclinada que le iba desde su cadera derecha hasta el hombro izquierdo, que eran producto del cinturón de seguridad.

Llevaba su sostén puesto, ese de color verde con pequeñas flores amarillas, que me gustaba tanto y por el cual siempre la molestaba solo para verla molestar; y debajo de él alcancé a ver algunas marcas rojizas.

Su cara tenía un fuerte golpe en ambas mejillas, uno más grande que el otro. Su nariz estaba llena de sangre y bastante malograda e hinchada, su boca rota e inflamada. Y por último, tenía un fuerte golpe en la cabeza, aunque no era una cortada profunda según lo que Diego podía revisar. Toda ella estaba cubierta de sangre, golpes, moretones y raspaduras.

Su imagen era desastrosa y a pesar de eso me siguió pareciendo bella.

Diego avisó por radio toda su pesquisa a la emergencia del hospital a donde nos dirigíamos, mientras yo, con miedo de romperla, de herirla o de lastimarla me atreví solo a colocar mi mano sobre la suya.

Stay with me, fica Comigo, reste avec moi, stare con me, quédate conmigo Bombón—le rogué una y otra vez, en todos los idiomas que conocía durante todo el trayecto.




El hospital más cercano, con lo necesario para atenderla, se encontraba a una hora de distancia, por suerte, sus signos vitales estaban lo suficientemente estables para soportar el traslado.

No Juzgues La PortadaWhere stories live. Discover now