Capítulo 17 . EN ESTA CASA SOLO SE ACEPTA UN FRANCÉS PEDANTE

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Las palabras de Rámses danzan en la comisura de mi boca produciéndome cosquillas que me hacen sonreír. Saboreó en silencio mi helado, ajena a la conversación que mantienen los otros, concentrada en la cara de boba que debo tener por sus palabras, tratando de que no se filtren mis sentimientos hasta ellos. Sin embargo, cuando llega el momento de irnos, el peso de la realidad vuelve a aplastarme.

Rámses de una forma u otra me acaba de decir lo que siente por mí y yo de la misma forma evasiva le confirmé que él para mí no es me es indiferente, que me gusta, una revelación tanto para él como para mí, para ser bien sincera. Y ahora, nos dirigimos juntos a su casa, donde dormiremos juntos, bajo la estúpida regla de que no debo usar ropa interior en su cuarto. Esto pinta muy peligroso para mí.

La verdad es que confío en Rámses, más que en mi misma si de instintos hablamos, pues no sé lo que él piensa, pero yo aún suspiro con el recuerdo de aquel despertar; pero no me siento capaz de que entre nosotros pase algo, es muy pronto, es muy reciente. Y no me refiero al hecho de que apenas he tenido consciencia de sus sentimientos hacía mí, ni de que aún descubro lo que siento por él; hablo del hecho de que mis palabras fueron ciertas cuando le dije que estaba rota, rota por una persona que no debió existir en mi vida, Daniel. Él, que debería estar en el pasado, ha dejado una huella tan dolorosa en mí que me persigue en el presente y me acosará en el futuro. No puedo ni siquiera imaginarme algún tipo de intimidad sin recordar aquella nefasta tarde cuando él me robó toda mi inocencia.

Trato de mantener mi mente concentrada en el camino, escucho a Pacita preguntarle a los chicos si tomaron el bolso, el que momentos antes de su llegada yo lancé por la ventana con nuestras pertenencias para pasar la noche, y la voz de Gabriel cuando le confirma que Rámses lo tomó. Sin embargo, las luces de la calle oscura vuelven a abstraerme en mis pensamientos, por más que me resista.

No debo creer que cualquier hombre con el que establezca alguna conexión me saltará encima para abusar de mí. No todos son Daniel, fue lo que me repitió aquel consejero anónimo, al que llamaba constantemente. Cuando vi la publicidad por la televisión, sobre un grupo de psicólogos que prestaban ayuda gratuita en línea telefónica, pensé que era una excusa para alguna línea sexual, pero en la noche donde más deprimida me encontraba, porque era la primera noche que realmente extrañé a Daniel y eso me hizo sentir más sucia que ningún otro día, sucumbí a la curiosidad y llamé.

Resulta ser que la publicidad era genuina, y la persona que estaba al otro lado de la línea me escuchó con atención y me dio consejos útiles. Me dijo que llorara si quería, que gritaba si lo deseaba, porque me había ganado el derecho a hacer el berrinche que quisiera. Y para los días siguientes su ayuda me resultó mucho más útil. De todo lo que me dijo, porque siempre pedía hablar con el mismo operador, era que no todos los hombres a los que le gustase me saltarían encima presos de un arrebato de lujuria. Recuerdo que sus palabras me dolieron en el orgullo, pero eran ciertas y sinceras. Yo no era ninguna Jennifer López y ni a ella se le lanzaban encima con sadismo. Entonces, yo no podía tenerle miedo a cualquier hombre, solo por el hecho de tener un miembro entre sus piernas, porque tendría que tenerles el mismo miedo a las mujeres, porque si al caso vamos, también eran seres sexuales.

No Juzgues La PortadaWhere stories live. Discover now