POV Rámses. Y LO HICISTE DELANTE DE MÍ

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Pasé la noche en vela pensando en Amelia y en todo el enjambre de emociones que ella estaba despertando en mí: celos, rabia, necesidad, tristeza, rabia, alegría, felicidad, calidez, frío, vacío, llenura... amor; y todos estos sentimientos me agobiaban. Era mucho en muy poco tiempo y la gran mayoría nunca los había experimentado.

Cuando por fin amaneció me levanté de la cama, me alisté para el Instituto y preparé el desayuno para mi hermano y para mí. Gabriel no volvió a tocar el tema, pero cada vez que podía se me quedaba mirando, como si viéndome fijamente revelaría todo lo que estaba ocurriendo dentro de mí.

—¿Me contarás?—preguntó por fin cuando estuvimos camino al Instituto, era inteligente de su parte preguntarme cuando no tenía lugar a donde escapar.

—No hay nada que contar—respondí, pero sabiendo que seguiría insistiendo continué—, no ha pasado nada entre Amelia y yo.

—¿Y tú quieres que pase?—ladeó su sonrisa

—Si

—¿Qué quieres que pase?—debía darle un premio o un golpe por su insistencia

—Todo—confesé.

Al parecer ahora tengo una maldita boca que no sabe quedarse callada. Yo, que siempre he sido reservado, ahora sufro de verborrea.

Soy un maldito libro abierto

Llegamos al Instituto a la misma hora de siempre, con la única diferencia que hoy más que nunca quería ver a Amelia. Gabriel se entretuvo saludando a algunos chicos que veían clases con nosotros, mientras yo solo caminé al salón de clases teniendo la seguridad de que la conseguiría allí. Pero para mí decepción, ella no estaba. Me senté en mí puesto habitual a esperar que llegase, pero las clases empezaron sin que ella o Marypaz aparecieran. Cuando fue el primer descanso fui al cafetín con la esperanza de conseguirlas allá, pero mientras pasaba mi vista por las mesas mi hermano me interrumpió

—Vamos, Pacita nos necesita—dudé en seguirle, sonaría egoísta, pero no era mi problema. Él notó mi molestia—Pacita dice que Amelia nos necesita.

Lo miré confundido y fue cuando exasperado me mostró la pantalla de su teléfono, donde un mensaje de Pacita decía exactamente lo mismo que acababa de decirme. Me salté algunos puestos en la fila y pedí algo de comida, si no tenían intenciones de ir al cafetín a comer, le llevaría algo para que lo hiciese.

—Gracias por venir chicos—la seguridad de la voz de Pacita me sorprendió. Gabriel se acercó a saludar a las chicas, yo me mantuve al margen viendo a Amelia.

Su rostro estaba enrojecido como solo podía estarlo por horas de llanto, grandes ojeras se dibujaban debajo de sus ojos, dejando en evidencia la falta de sueño, lo que me extrañó, considerando que la dejé prácticamente en un coma la noche anterior.

No Juzgues La PortadaWhere stories live. Discover now