5.Idril II: El despertar del ensueño

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"He intentado indagar en la cabeza de ese ser, de intentar comprender sus actos, el por qué de la escarcha de su mirada. ¿Cómo una criatura de la madre naturaleza se había descarriado tanto? ¿Cómo los dioses permitían que existiera alguien así? Quizás él era una prueba que todas las razas unidas por primera vez debíamos enfrentar."

Reflexiones del barón Mostachoblanco

PALACIO DE LOS ESPEJOS, ALCOBA DEL PRÍNCIPE IDRIL. 10:20 AM

IDRIL

Cuando Gelsey me llamó «hijo mío», sabía que algo malo se avecinaba, pero no podía imaginar hasta qué punto. El Sistema Solar con todos los planetas, las estrellas y los astros se me cayeron encima. Gelsey tenía que estar bromeando, al fin y al cabo llevaba un día muy raro, traté de convencerme de que se trataba de eso.

—Estás acabando con mi paciencia hoy. De mejor humor hasta me habría reído —le espeté.

—No estoy bromeando —dijo completamente serio, lo más serio que le había escuchado nunca que ya era decir. Tan serio, que hasta se empezó a desatar cierto nerviosismo en mi interior.

—Buen intento, pero no es suficiente. Sabes de sobra que Rosalie y yo nunca nos vamos a casar —me encargué de remarcar el «nunca» por si no le había quedado lo suficientemente claro. El sastre me pinchó sin querer con un alfiler—. ¿Qué estás haciendo? —le regañé, conteniéndome una lágrima de dolor.

—Lo siento, Alteza. Tenéis un cuerpo maravilloso.

—Rosalie y tú os vais casar. Esta noche durante la fiesta te mostrarás más encantador que nunca con ella y le pedirás matrimonio.

—Pero las demás mujeres...

—Me importa un cuerno que el resto se suicide. Asumirás tu responsabilidad como Rey y te casarás con ella.

Estaba tan perplejo por la noticia, que ni siquiera podía enfadarme. Esto tenía que ser una pesadilla. ¿Por qué a mí?

— Por eso tanto bombo con la fiesta, ¿verdad? Y este maldito traje con seda de capullos de ondinas también...

—Seda de capullos de ondinas y cabello de ninfa, Alteza —me corrigió el sastre.

—¿Está hecho con pelo de verdad? —pregunté horrorizado.

—Es el hilo más hermoso, fino y resistente que existe. La ninfa Eurídice se cortó sus cabellos muy emocionada, pues no hay nada que la cause más felicidad que su Príncipe...

—¡Me da igual! —le corté. Como si yo me supiera de memoria el nombre de todas mis concubinas—. No pienso llevarlo.

Me bajé del taburete en el que me hallaba subido y arranqué las dobleces que se sostenían con agujas.

—Idril, detente —ordenó Gelsey en un tono que no admitía ser contrariado.

—Eres un maldito traidor. Finges que te importo, pero en realidad lo tenías todo planeado de antemano, ¿verdad?

—Me importas mucho más de lo que podrías imaginar —proclamó con ese tono enigmático que a veces empleaba para confundirme—. Tenemos que hablar y me temo que aquí hay alguien que ha oído demasiado.

Dicho esto, se acercó al sastre y a mí y le arrebató las tijeras. Todo sucedió muy rápido. Sentí el ardiente acero hundiéndose en mi antebrazo; Gelsey lo había deslizado por mi piel. Intenté morderme el labio para refrenar el grito, pero dolía demasiado y no lo pude soportar.

Léiriú I: La rebeliónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora