3.Rosalie I: Un superhéroe

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La noche estaba sumamente avanzada cuando desperté.

—Ya era hora, ora, ora —me saludó una voz sumamente familiar.

Comencé a desperezarme poco a poco, el paisaje a mi alrededor apareció como una hoja de papel que cobraba vida. La presión atmosférica había bajado. El ambiente era húmedo y fresco, pero extrañamente sofocante. La sensación era rara, como si me encontrara dentro de un sueño, uno muy real. Las hojas de los abundantes árboles que nos rodeaban por todas partes rugían feroces agitadas por un fuerte viento. Las ramas no era lo único que se estremecían: mi pelo y mi ropa también. Se había levantado un fuerte vendaval que nos abrazaba a todos con manos frías, de un momento para otro caería una gran tormenta de verano. Reconocí a Idril, quien me sujetaba en sus brazos y que seguía desnudo, y los recuerdos volvieron súbitamente.

—¿Qué ha pasado? —pregunté con una voz que sonó más aguda de lo que me hubiera gustado.

—Comiste Fruta del Diablo. Parecen frambuesas, pero en su interior viven unas arañas diminutas venenosas, así que tuve que succionarte el veneno.

Al decir aquello, me mostró una amplia sonrisa de tiburón que enseñaba todos los dientes.

Al escuchar que había comido arañas me entraron unas náuseas tremendas y por poco vomitaba encima de él, pero esa sonrisa me inquietaba. ¿Qué quería decir con que había succionado el veneno?

—Idril, quiero irme a casa. ¿Por qué siempre acabamos metidos en líos?

—A mí también me gustaría irme, pero me temo que no podemos…

—¿Por qué no?

—Estamos en la Zona Maldita…

—¡La encontraste!

—Claro que sí, muñeca, ¿acaso lo dudabas?

Eso explicaba por qué la vegetación a nuestro alrededor era tan siniestra. Unas extrañas plantas viscosas de color violeta se aferraban a los pies de Idril. El camino estaba cercado por arbustos espinosos y plantas gelatinosas que debían de ser carnívoras, pues se apreciaba en su interior pequeños animales siendo digeridos por jugos gástricos. La única iluminación que había, a parte de los escasos rayos lunares que espesas nubes bloqueaban, eran unos hongos fluorescentes que brotaban de entre el musgo que cubría la parte inferior de los troncos. Idril no se movía del lugar y me preguntaba si eran por las plantas que se enroscaban en torno a sus tobillos y que parecían llamarme para que las acariciara.

—¿Por qué no nos podemos ir de aquí?

—Mira más atentamente a nuestro alrededor.

Lo hice y pude apreciar infinitos ojos rojos asomando entre los arbustos.

—¿Qué es eso? ¿Son amigos? Parecen muy monos.

—Si pinta de monos sí tienen, pero monos carnívoros.

—¿Qué?

—Dicen que tenemos una pinta muy sabrosa, que se darán un festín con nosotros.

—¿Les entiendes?

Lo único que podía percibir yo, era una sinfonía de gruñidos sin sentido.

—Me lo han dicho las plantas.

—¿Y si puedes hablar con ellos por qué no les dices que nos dejen en paz? Eres el Príncipe, no pueden hacernos nada.

—Ya lo he intentado, todos aquí están descontrolados, como si una ira irracional les poseyera. Debe de ser por la Neblina.

Léiriú I: La rebeliónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora