1.Idril I: La Promesa

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  • Dedicado a Miranda Glez-l
                                    

—Eres un maldito desobediente —me reprochó el hombre misterioso que ahora estaba atrapado entre las zarpas de la peligrosa criatura.

Me llevó unos largos segundos procesar que había estado a punto de ser devorado por un dinosaurio rosa.

—¿De dónde ha salido eso? —inquirí, atónito.

—Vale ya chicos, bajadme o no respondo de lo que pueda pasarle a tu hijo, Madelaine.

No tenía ni idea de a quién le estaba hablando, pero no quería quedarme quieto sin hacer nada, por lo que me preparé para pasar a la acción, al fin y al cabo él me había salvado sacrificándose a sí mismo. Entoné unas melódicas palabras mágicas y las patas delanteras del dinosaurio con que sujetaba a su presa comenzaron a temblar como si se hubiesen vuelto de mantequilla, y así liberó al hombre misterioso que cayó con estilo al suelo. Las garras de la gran criatura le habían desgarrado la camisa y parte del pecho. La piel magullada lloraba sangre mezclada con jirones de carne púrpura y, sin embargo, su rostro ni se inmutaba. Tenía que ganar tiempo para poder curarle, por lo que conjuré un hechizo más poderoso. Las pelusas de diente de león que flotaban a nuestro alrededor se volvieron cortantes y ordené que se abalanzaran sobre el dinosaurio, quien cayó de bruces aullando de dolor y sacudiéndose en un intento desesperado de quitarse las molestas partículas que se pegaban a su cuerpo como plumas sobre una sustancia pegajosa. 

Me dirigí satisfecho por haber hecho algo de utilidad hacia donde estaba mi extraño acompañante, creando más flores curativas. Él no me miraba a mí sino que parecía pendiente de percibir algo aparte. No había llegado a su lado aún, cuando alguien más se abalanzó sobre él, enzarzándose ambos en una pelea en la que no me quedaba claro quién llevaba la ventaja. 

—¿Qué le has hecho a Dini, desgraciado? —sonó una voz femenina a mis espaldas, la misma que había escuchado antes. 

Giré ciento ochenta grados para toparme con una mujer humana de aspecto plebeyo. Ésa fue la primera vez que vi a Madelaine, aunque no observé su verdadera esencia como me había dicho el Joker que tenía que hacer, sino que simplemente la vi como quien mira una flor cualquiera sin pararse a pensar que quizás esa flor es más especial de lo que parece a simple vista, que la forma de sus pétalos es más compleja y cautivadora de lo que pensabas. Simplemente me pareció una humana feúcha del montón, que carecía de sentido alguno estético y sin curvas. La primera vez que la observase de verdad tardaría en ocurrir varios meses después, pero hasta que ese momento llegara, a los dos nos quedaban por vivir un montón de experiencias cada cuál más loca y surrealista que la anterior.

—¿Dini? ¿Ese bicho tiene nombre? —pregunté, muy asombrado.

—¡Pues claro que tiene nombre! Él vale mil veces más que tú.

Estaba realmente alterada y enfadada conmigo por haber atacado a su mascota asesina.

—¡Él nos atacó primero! —me defendí—. Además, ¿con qué derecho me hablas de esa forma? Te encuentras ante el Príncipe de los Feéricos de Luz, así que mide tus palabras, pequeño alhelí.

—¿En serio? ¡Qué emoción! —exclamó fingiendo exaltación—. ¿Y qué vas a hacer, seducirme?

—Yo no me junto con gente de tan baja categoría, eso sería repugnante —dije retorciendo la boca en una mueca de desdén—, pero puedo hacerte otras muchas cosas.

—¿Sí?

En esos instantes Maddie no podía parecerme más estúpida. Se estaba ganando ser usada como sacrificio durante el próximo Carnaval. Chasqueé los dedos para demostrarle con quién estaba tratando, mas nada ocurrió.

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