Las canciones de Celestina

Von MoonRabbit13

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Cada medianoche, en una radio independiente, comienza el programa de La Celestina. Una misteriosa locutora de... Mehr

Sinopsis
Canción 1
Canción 2
Canción 3
Canción 4
Canción 5
Canción 6
Canción 7
Canción 8
Canción 9
Canción 10
Bonus Track
Canción 11
Canción 12
Canción 13
Canción 14
Canción 15
Canción 16
Canción 17
Canción 18
Canción 19
Canción 20
Canción 21
Canción 22
Canción 23
Canción 24
Canción 25
Canción 26
Canción 28
Canción 29
Bonus Track
Canción 30
Canción 31
Canción 32
Canción 33
La última canción
Bonus Track - Epílogo
Agradecimientos
Otros títulos y... ¿continuación?
El consultorio amoroso de Celestina para personajes en apuros
Extra I: Un tiempo despúes
Extra 2: Historias que inspiraron a Las canciones de Celestina
Extra 3: Preguntas y Respuestas
Especial de San Valentín 1° Parte
Especial de San Valentín 3° Parte
Especial de San Valentín 2° Parte

Canción 27

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Von MoonRabbit13


Once upon a time

There was a boy, and there was a girl

Hearts that intertwined

We lived in a different kind of world


—¡Buenas noches, mis amores! Y buen comienzo de semana. Bienvenidos a Stereo Hearts, el programa de radio más romántico del país —dije al aire, intentando mantener mi alegría usual, lo que se me estaba haciendo un poco difícil esos días. Las cosas nuevamente se me estaban yendo de las manos...

Sacudí mi cabeza intentando espantar esas ideas.

Este no era el momento para sumirme en mis problemas. Ahora, mientras durara el programa, era Celestina y mi trabajo era alegrar y ayudar a los demás con sus problemas amorosos. Aun cuando yo no tenía idea de cómo manejar los míos.

Toda mi charla con Melissa había sido un poco difícil de asimilar.

Jesse tenía un hijo con otra mujer. Aquel hecho no me molestaba en sí, pero realmente no sabía qué pensar al respecto.

—¿Estás bien, Cele? —me preguntó Percy a través de los auriculares mientras sonaban algunas canciones—. Te ves un poco ida.

Debido a los ensayos de la banda, ella estaba reemplazando a Casiano durante algunos días de la semana. Todos estábamos intentando ayudar en lo que podíamos para que los chicos terminen de preparar su demo.

—S-sí. Perdón, me distraje —respondí, volviendo mi vista a mis apuntes sobre la mesa.

—¿Es por lo que pasó con tu novio? —preguntó tímidamente, con miedo de hacerme sentí mal o incómoda.

—Eso... —suspiré—, entre muchas cosas.

♥ ♥ ♥

—¡¿Lo sabías?! —exclamó Jesse—. ¿Lo sabías y no dijiste nada?

Antes de que Melissa se fuera junto con la compañía de teatro, ella me había pedido que le diera una carta a Jesse. «Tienes razón. Es hora de que le deje elegir a él» me había dicho ella al entregármela. En la carta, Melissa le contó por qué lo había dejado aquella vez, le habló sobre Eren.

Él supuso, no erróneamente, que yo sabía lo de Eren. Y ahora Jesse no solo estaba furioso con Melissa y con su madre, sino que también conmigo.

—¿Creés que tenía el derecho a decírtelo? —repliqué, dejando que mi voz resuene por todo su departamento—. Ella me confió un secreto y sabés muy bien que yo no hago ese tipo de cosas.

—¡Lo sé! —gritó y al ver que yo había dado un paso atrás, asustada, él intentó menguar su voz—. Lo sé. Pero aun así... Tengo un hijo. Tengo un hijo que apenas pude ver una sola vez.

Jesse se dejó caer en el sofá-cama, completamente exhausto y, apoyando los codos sobre sus rodillas, escondió su rostro entre sus manos. La carta un seguía en su mano. Yo simplemente me quedé parada. No sabía qué hacer, quería confortarlo, pero sentía que nada de lo que dijera sería lo correcto.

—Jesse...

—Por favor, vete, Cele —dijo con voz ronca. Le temblaban los hombros y las palabras de Melissa eran un bollo atrapado entre su mano y su cabeza.

—Entiendo cómo te estás sintiendo, pero...

—¿Lo entiendes? —preguntó con frustración, enfrentándome—. ¿Acaso entiendes lo que es descubrir que eres padre, que tu madre intentó asesinar a tu hijo y que la persona que querías se dejó sobornar antes de luchar por ti? ¿Lo entiendes, Cele?

No respondí.

—Eso es, no lo entiendes. Así que por una vez en tu vida no te metas en los problemas de los demás. Por una vez, tan solo vete.

Seguí sin hablar, pero tampoco me moví.

—¡Vete! —gritó con todas su fuerza y sus ojos al fin se desbordaron en lágrimas.

Y simplemente me fui.

♥ ♥ ♥

Inalcanzable

Como estrella tan distante

Un amor casi imposible

Invisible como el aire

Eres tan inalcanzable

—Cele, hay una llamada entrante —dijo Percy sacándome de mis pensamientos.

—¡Hola! —dije tomando la llamada con la voz más animada que pudiera lograr en ese momento—. Estás hablado con Celestina por Radio Underground. Decime tu nombre y en qué puedo ayudarte.

—Hola. Yo me llamo... Eh... ¡Martí! Sí, así es, soy Martín. No es un pseudónimo, eh —comenzó a decir una la voz nerviosa de un muchacho. Una voz que reconocí al instante. Era la voz de Ignacio, mi hermano.

¿En qué se había metido mi hermanito, la versión miniatura del playboy de Manuel, para que necesitase los consejos de Celestina?

—La verdad como que yo no confío mucho en estas cosas de ayuda amorosa. Para eso ya la tendría a mi hermana —continuó diciendo y no pude evitar sentirme herida ante ese palazo—. Pero estoy en un embole que no le puedo contar a ella. Bueno... Para ser directos, a cosa es que estoy saliendo a escondida con mi profesora de Matemáticas.

«¡¿QUÉ?!»

♥ ♥ ♥

El celular de Blanca volvió a sonar por tercera vez esa tarde. Ya me estaba enloqueciendo.

—¿Vas a contestarle o le contesto yo? —dije en un momento, acercándome a su teléfono que estaba sobre la mesa ratona del living.

Pero ella saltó sobre el sillón como un leopardo lo tomó segundos antes de que yo lo haga. Sin embargo, no contestó la llamada.

—Blanca, tenés que dejar de evitar a Renzo, por el amor de Dios —exclamé.

—No lo estoy evitando —respondió, pero era obvio que estaba mintiendo.

—Si no lo estás evitando, ¿por qué casi no han salido desde que volvimos de las vacaciones?

—Renzo ha estado ocupado con su trabajo y sus estudios... y esas cosas —respondió agitando una mano despreocupadamente.

Alcé una ceja, escéptica.

—¿Y por qué no salieron juntos ni siquiera en San Valentín? —pregunté, cruzándome de brazos.

—Porque me vino —volvió a mentir —, y... ¿me sentía mal?

—Okay, y entonces ¿por qué tu celular no deja de sonar con el tono de llamada que pusiste para él? ¿O por qué el otro día, él me preguntó si había hecho algo que te molestó porque vos estabas evitándolo?

—Okay, okay, quizás si lo estoy evitando un poquito —admitió finalmente, dejándose caer en uno de los sillones—. Es que desde el incidente en la fiesta...

—Cuando Olivia lo llamó "papá".

—Sí, ese. ¡Desde entonces no sé qué hacer con ese hombre!

Me senté junto a ella. Los chicos estaban fuera y Olivia aún permanecía en el jardín. En casa solo estábamos D'Artagnan, quien jugueteaba por el suelo, Blanca y yo. Quizás había llegado el momento de tener una charla de chicas.

—Renzo es un buen hombre, es serio y centrado, él te ama con locura y adora a Olivia. Así que ¿qué te impide dar el siguiente paso?

—El miedo, boluda —admitió—. Ya te dije que tengo miedo de que me lastime. De que... De que vuelva a pasar lo mismo de antes. Y que esta vez, también lastime a mi hija.

Estiré mi brazo y rodeé los hombros de mi melliza. Banca dejó caer la cabeza sombre mi hombro.

Ella había quedado embarazada cuando tenía diecisiete años. En ese entonces estaba de novia con un compañero de escuela. Eran la pareja más melosa que haya visto. Blanca realmente estaba enamorada de ese muchacho y ambos hablaban de sus planes de ir a la misma universidad y casarse cuando sean mayores. Pero cuando mi hermana le dijo que estaba embarazada, él simplemente desapareció. Por lo que supe, él no quería desaprovechar la oportunidad de una beca por tener que hacerse cargo de un bebé.

Cuando mi padre se enteró, casi la echó de casa. Pero mis demás hermanos y yo la defendimos; si la echaba a ella, todos nos iríamos de casa. Susy también salió en su defensa y fue quien hizo entrar en razón a mi padre.

Los meses siguientes fueron difíciles para todos pues había que hacer espacio en nuestra numerosa familia para uno más. Susy y América se encargaban de las cuestiones médicas y los chicos hacían de guardaespaldas cuando en la escuela intentaban molestar o soltar rumores sobre Blanca. También fueron los encargados de propinarle una buena golpiza al ex novio de Blanca, pero ella ya no quería saber nada de él.

Y cuando el gran día llegó, la sala de espera estaba repleta de gente. Nuestra familia, nuestros abuelos y algunas amigas de la escuela. Sin embargo, en la sala de parto solo estuvo Susy con ella.

Luego del nacimiento de Olivia, Blanca se esforzó como nunca en estudiar peluquería y entrar a trabajar en un salón de belleza. Por el momento ella aún era una aprendiz en un importante salón de la ciudad. Pero era cuestión de tiempo hasta que fuera capaz de cumplir su sueño de tener su propio salón.

Y ahora se había enamorado de nuevo.

―¿Por qué no intentás hablar con Renzo? ―le sugerí y recibí un resoplido como respuesta―. Pongan las cartas sobre la mesa. Decile que vos y Olivia son un combo. Y que sí, siquiera se le ocurre lastimarte, tus hermanos le partirán la cara. Sé que él estará de acuerdo.

Blanca dejó escapar una risa que se convirtió en suspiro.

―Odio cuando das buenos consejos. Se supone que soy inmune a ellos ―se quejó, antes de volverse hacia mí con una sonrisa malvada―. Hablando de eso... ¿Qué tal las cosas con tu chico?

―No lo sé ―admití, dejando caer mi cabeza sobre la suya. Ella olía a cabello recién planchado y mi perfume. La maldita volvió a robármelo.

―¿No han vuelto a hablar? ―preguntó.

―No. Supongo que él quiere su espacio y lo entiendo ―dije. Era verdad que él tenía mucho por asimilar y yo no podía ayudarlo en eso. Por primera vez me sentía completamente inútil, tan frustrada―. Pero yo también estoy molesta con él por haber reaccionado así. Lo amo, pero está actuando como un idiota.

―¿No estás preocupada por esta chicha, su ex? No quiero meter el dedo en la llaga, pero...

―No lo sé. Tal vez un poco ―admití, odiándome por ello.

Confiaba en Jesse. Pero también lo conocía lo suficiente, como para saber que él haría lo que considerara correcto. Y, al fin de cuentas, aunque intentara negármelo, sí estaba preocupada. Tenía miedo de que al final, Jesse eligiera hacer lo correcto. Que no me eligiera a mí.

♥ ♥ ♥

—¿Co-cómo es eso? —intenté decir al micrófono con calma. Debía ser Celestina quien hablase, no Celeste.

—Sé que está mal, ¿sí? Yo todavía soy menor... pero por unos siete meses, eh —se apresuró a aclarar—. Y... y aun así ella me gusta mucho. Ella es joven, tiene 22 años, la edad de mis hermanas mayores. Son sólo cinco años de diferencia. No es nada, aunque ahora se note mucho.

¡Dios mío bendito! En ese momento estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no comenzar a gritarle como la hermana mayor sobreprotectora que era.

—Ella me encanta, es inteligente y divertida, y no es como las chicas bobas con las que solía salir —agregó.

Pues claro, Nacho, al igual que Manu, tenía fama de mujeriegos. Y al parecer, Nacho ya se había cansado de salir con chicas de su edad y ahora estaba apostando por una presa más difícil. Pero si en verdad amaba a esa mujer o solo era calentura adolescente no estaba segura.

Y además de eso. ¿Qué clase de profesora se involucra así con un alumno? Ignacio podía parecer mayor de lo que era, pero aún era un niño de diecisiete años. Eso estaba mal mires por donde mires.

—Lamento decirte que, en casos como esto, la ley prevalece por sobre el corazón, y con mucha razón —dije al micrófono—. Aún eres menor de edad. Tener una relación con alguien mayor y que es tu profesora solo los perjudicaría a ambos, en especial a ella.

Desde la cabina Percy había reproducido Forbidden Love de Madonna, como si me hubiera leído la mente; aunque ella me miraba entre divertida y asombrada por aquella historia. Tomé mis notas sobre la mesa y escribí en ellas:

«Es Nacho.»

En un instante, el rostro moreno de mi amiga se conmocionó de sorpresa, su boca en una perfecta 'O'.

—Siéndote sincera, el único consejo que soy capaz de darte es que seas paciente —le dije a Nacho, quien me escuchaba atentamente—. Si en verdad se aman, esperar unos meses o un par de años no sería nada, ¿no? Pero si lo que buscan es simplemente la emoción de lo prohibido, esta terminará dañándolos. Recuerda que el que juega con fuego termina quemado.

«¿El que juega con fuego termina quemado? Mirá quién lo dice» dijo una vocecita en mi cabeza.

Hice lo que pude por acallarla, por no pensar en aquello.

Había luchado con todas mis fuerzas por no pensar en lo que ocurrió el sábado.

♥ ♥ ♥

Ese sábado había sido la despedida de soltera de América y Rina. Como compartían el mismo círculo de amigas y familiares, y la verdad nadie sabía muy bien qué hacer en casos dos novias, decidimos festejar el mismo día. Tampoco era como si iríamos a contratar un o una striper o cosas así. Dado el carácter de ambas, nos decantamos por ir a una disco a bailar y beber y disfrutar una noche de chicas.

Yo me esmeré en hacer ambas cosas.

Lo admitía, ahora estaba real, realmente molesta por lo sucedido con Jesse. Al principio lo había entendido, lo había esperado. Pero, cuando los días comenzaron a pasar sin que él se disculpara o tan siquiera se comunicara conmigo, comencé a enloquecer. Estaba enojada con él, sí. Pero también me moría de los nervios al no saber qué pensaba él. Cuál sería su elección.

Necesitaba distraerme. Así que ahogué todas mis penas, mi enojo y mi miedo, en Fernet y cantando canciones de despecho a todo pulmón.

La noche pasó rápido. Fue un solo destello de colores psicodélicos y movimiento y de risas con mis hermanas y amigas. Y, por primera vez yo había desaparecido de una fiesta antes que Blanca.

Recuerdo que, en un momento, cuando iba al baño, choqué contra otra mujer, la cual no se lo tomó bien. Al parecer era el tipo de chica que se molestaba con el simple hecho de que la mirases. Yo ya había tomado demasiado y tanto mis palabras como mis movimientos estaban flojos. Así que supongo que le habré contestado mal y, de un momento a otro comenzamos una pelea, de esas que solo consisten en cachetadas y tironeadas de pelo.

Lo siguiente que recuerdo es que unos guardias nos sacaron afuera. La muchacha se fue enojada y yo me quedé cerca de la puerta sin saber qué hacer. Mis hermanas no sabían lo que pasó, el lugar era demasiado grande como para que me hayan visto, y yo no podía volver a entrar.

Intenté llamar a Blanca, pero en vez de apretar la "B", apreté "C" antes de llamar y quien me contestó no fue mi melliza.

—¿Celeste? —dijo una voz masculina del otro lado.

—¿Quién sos? —pregunté y mi voz salió pesada.

—Soy Casiano, boba. ¿Qué pasa?

—Foh. Apreté mal —intenté decir, pero el alcohol estaba haciendo que me dé sueño, así que me recosté por la pared.

—¿Estás borracha? Esa música... ¿Dónde estás? ¿Estás sola? —comenzó a decir y creo que sonaba preocupado, pero no estaba segura.

—No sé, quizás sí. Pero vos no le digas a nadie —me reí—. Ahora esto sola... Bueno, con unos guardias cerca. Pero ellos son malos y me sacaron de la disco y ahora estoy solita —y, por alguna razón, comencé a llorar—. No quiero estar sola, Casiano, no me gusta.

—¿Dónde estás, Celeste? —preguntó casi gritando en mis oídos y escuché movimiento y voces conocidas cerca de él.

—En La Barra —logré responder.

—¿No dijiste que estabas afuera?

—En el boliche que se llama La Barra, boludo —exclamé, llorando cada vez más fuerte—. ¿Por qué nadie me entiende?

—Está bien, está bien —respondió Casiano, exasperado—. Yo estoy con Guido en Zombie's Bar. Estoy a unas cuadras nomas, voy para allá, pero dejá de llorar.

—Está bien —contesté antes de que cortara e intenté secar mis lágrimas. Era una fortuna que esa noche haya usado una máscara de pestañas a prueba de agua.

Unos minutos después, Casiano llegó en mi auxilio.

—Dios, estás hecha un desastre —dijo ayudándome a ponerme de pie.

Lo primero que hizo fue pedirme mi celular y llamar a Blanca. Le contó lo que pasó y mi hermana le pidió que me lleve a casa pues no quería arruinarles la noche a las futuras novias preocupando a Mer. Ella me cubriría.

—Vamos —dijo, y prácticamente me llevó upa hasta su motocicleta—. Por favor, sujetate bien, no sea que te caigas en medio de la avenida —agregó mientras acomodaba él mi cabello revuelto antes de ponerme un casco. Esa mujer había arruinado mi bonito peinado de trenzas.

El camino a casa transcurrió en silencio y, antes de que me diera cuenta ya estábamos frente a mi departamento. El viento de la calle me ayudó a menguar los efectos del alcohol; mi equilibrio seguía siendo malo, pero al menos mi mente se había despejado un poco.

Tan solo un poco, porque de pronto comencé a cantar una vieja canción.

—Me callo porque es más cómodo engañarse. Me callo porque ha ganado la razón al corazón...

—¡Oh, no! Comenzaste a cantar —se lamentó Casiano, pero en cuanto dijo ello me callé. Había olvidado cuánta vergüenza me daba cantar en presencia de otros—. Vamos, te acompaño hasta arriba —dijo y creí sentir un deja vú. No era la primera vez que él hacía todo aquello.

Pero a diferencia del cumpleaños de Manuel, ahora me encontraba en un estado aún más deplorable. Por lo que Casiano tuvo que mantener un brazo a mi alrededor para que yo no me cayera.

Él esperó a que yo abriera la puerta. Adentro todo estaba en silencio; mis hermanos y Olivia estaban durmiendo, sólo D'Artgnan estaba merodeando por la sala.

—Listo, ahora me voy —dijo Casiano, separándose de mí.

Pero antes de que siquiera lo pensara, sujeté su camisa. Yo no... no quería que se vaya.

—¿Por qué? ¿Por qué siempre sos tan malo conmigo, pero cuando necesito ayuda sos el primero en venir por mí? —dije sin soltarlo y apoyé mi cabeza en su pecho. Él olía a menta y viento, tan frío—. ¿Por qué sos así?

—No lo sé —admitió sin separarse, pero sin tocarme—. Creo que simplemente sacás lo peor de mí.

—Y yo... yo quiero eso. Quiero sacar lo peor de vos, quiero romper esa estúpida muralla de hielo que tenés. Quiero verte reír de verdad y llorar y... —confesé y comencé a llorar nuevamente, esta vez sobre su camisa a cuadros—. No creo que lo entiendas... ni yo me entiendo.

—Tenés razón, no te entiendo —dijo y finalmente me tomó por los hombros—. Dale, andá a dormir que solo estás hablando pavadas.

Levanté mi cabeza y miré su rostro como si fuera un acertijo, como si fuera un texto en un idioma que no sabía, como si intentara descifrarlo; sus pómulos marcados y ángulos afilados de su mandíbula, su largo cabello rubio que caía sobre su frente, los pircings en su nariz y orejas. Pero él no me dejó ver aquellos ojos azules que tanto me intrigaban.

—Casiano —lo llamé con voz llorosa. Y aunque él trató de esquivar mi mirada, finalmente no tuvo más opción que mirarme.

Me miró con una intensidad que jamás había mostrado antes. Me miraba como alguien que había perdido cualquier esperanza. Como quien estuviera a punto de saltar por un precipicio. El hielo de sus ojos se había derretido y ahora era fuego azul, el más ardiente y doloroso.

Mirarlo me dolía.

Así que cerré mis ojos y lo besé.

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