Canción 32

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Crear, soñar, dejar todo surgir

Aparcando el miedo a sufrir.


—¡Hola, mis hermosos oyentes! Buenas noches y bienvenidos a Stereo Heats, el programa de radio más dulce y romántico del país. Hoy tenemos una programación muy, muy especial para ustedes.

Desde la cabina Percy me miraba con una sonrisa pícara. Quizás me estaba sobrepasando con mi entusiasmo. O quizás mi repentino cambio de ánimo era lo que le extrañaba.

Luego de que Jesse se hubo marchado a España, permanecí bastante triste durante un par de semanas. Había muchas cosas por asimilar, por tratar de entender de mí misma, de mi corazón. Volví a encerrarme en mí capullo de sábanas, películas románticas y tareas de la facultad hasta que al fin me sentí lista para volver al mundo.

Para hablar con Casiano.

♥ ♥ ♥

No quise acordar en verme con él. Eso sonaba como tener una cita y eso era aún muy pronto para mí. Así que una tarde de sábado le pregunté a Percy si sabía dónde estaría él y fui a encontrarme "casualmente" con Casiano a la salida de su ensayo con la banda, a eso de las siete.

A pesar de que no quería que esto pareciera una cita, me pasé toda esa tarde pensando en qué ponerme. Aun cuando sabía muy que no debía esforzarme tanto en mi apariencia. Pero la idea de verme con él, de este modo, me ponía nerviosa. Por lo que terminé eligiendo la ropa que me hacía sentir cómoda: un jean claro, un suéter verde que me quedaba un poco grande y unas botitas. Intenté maquillarme y peinarme como siempre; aunque dejé mi cabello suelto deliberadamente al recordar la sensación mano de Casiano en mi nuca. No es como si hubiera esperado que algo como eso sucediera nuevamente.

En realidad, no sabía qué esperar.

A la hora acordada llegué a la nueva base de la banda, un estudio de ensayo y grabación mucho más grande que la cabina de la radio y con mejor sonido, además de que ahora los chicos poseían más tiempo para sus ensayos. Pero sin dudas lo que me encontré no era lo esperable.

En la vereda del edificio, los chicos estaban tirándole harina y huevo a Casiano.

—¡Ey, Celeste! —me saludó Marlene. Se mantenía alejada del caos, pero colaboraba a este intentando arrojarle huevos a Casiano desde lejos—. Tomá uno. Quizás tengas mejor puntería que yo —dijo dándome uno de sus misiles.

—¿Qué está pasando? —pregunté.

—Casiano se recibió de médico veterinario ayer, y no le había dicho nada a nadie. ¡Yo recién ahora vengo a enterarme que él estaba estudiando eso! ¡¿Podés creerlo?!

—Sí que lo creo. Yo me enteré hace unos meses nomás —respondí, rechazando la oferta de Marlene a unirme a aquella masacre.

Los chicos parecían muy molestos porque Casiano les ocultó esa parte de su vida y porque no pudieron celebrar semejante acontecimiento sino hasta ahora. Pato y Renzo lo arremetían con mayor bronca que Guido. La tradición demandaba que, cuando una persona se graduaba de la universidad, sus allegados lo celebraban ensuciándolo con harina, huevo, polvo de colores o cualquier cosa que encontrasen por ahí.

Casiano estaba empeñado en esquivar todo lo que le lanzaran, pero cuando Guido me vio y gritó mi nombre, el rubio desvió su atención y fue víctima de un puñado de hojas secas y barro que le lanzó Pato. Por un momento, él se quedó mirándome. Tan embelesado que estuve a punto de pedirle a Marlene que me dé ese huevo para lanzárselo.

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