¡Lamento la tardanza mis hermosas flores!
¡Ya está aquí un poquito más de esta fascinante historia!
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Estaba deleitándome con aquel dulce sabor divino mientras su lengua jugaba con la mía a ver quien de los dos descubría primero nuevas sensaciones que experimentar cuando esos jugosos labios del deseo se apartaron de mi bruscamente —y probablemente me quedé con morritos de idiota queriendo más porque no había sido suficiente—. Fue en ese momento cuando escuché el ruido, ¡Joder!, ¿Es que el edificio se venía abajo?
Incluso me tapé involuntariamente la cabeza con los brazos como si de alguna forma eso me protegiera —hija mía, si te cae un peñusco de esos enormes en la cabeza, no te va a salvar un huesecillo de chichinabo que tienes por brazo— pero mejor eso que esperar el golpe.
—¡Sifus!, ¡Ven aquí! —le escuché gritar.
¿El príncipe gritaba? Pues ahora me entero... pero parecía que tenía carácter, sí. Fue en ese momento cuando vi a la bola de pelo correteando por el almacén y tirando todo a su paso.
—¡No!, ¡Sifus! —volvió a gritar ese semi-dios y entonces le observé, tan bien vestido, tan perfecto, tan guapo... corriendo detrás de la bola de pelo que le toreaba porque no le hacía ni caso.
En ese instante estallé en carcajadas sin poder evitarlo.
—No tiene gracia —dijo unos segundos después.
—¡Oh sí! —exclamé—. Sí que la tiene —añadí tratando de contenerme, pero era imposible.
—¿Excelencia? —escuchamos de pronto la voz que provenía desde la entrada y en aquel momento la bola de pelo llamada Sifus se escapó corriendo entre las piernas del sirviente que parecía algo somnoliento y aturdido.
—Lamento el escándalo Bernard, no recordé que el gato de mi madre siempre anda rondando el almacén —mencionó tratando de quitarle importancia.
¿Gato de su madre?, ¿Qué esa bola de pelo maldita era de la reina?
En realidad, no sé de que me extraño, si era igual de antipático que ella; de tal palo, tal astilla, aunque Bohdan no era así... no era así en absoluto.
—No se preocupa excelencia, mañana limpiaré este destrozo —contestó amablemente el mayordomo mientras parecía invitarnos a marcharnos. Yo me quedé con mi mini botecito de Nutella entre las manos mientras salía y suponía que el semi-dios me seguiría detrás, aunque cuando me di la vuelta ligeramente observé que le decía algo al empleado y éste asentía.
El camino por los pasillos hasta mi habitación fue algo silencioso e incómodo, pero es que después de protagonizar aquel beso insólito no sabía que decir... todo lo de después había sido tan ridículamente gracioso que se había esfumado ese ardor que pareció sentir en el momento y era incapaz de decir algo que no fuera estúpido, me conocía lo suficiente para saber que si abría la boca solo diría una sandez.
—Creo que esta es mi habitación —dije cuando llegamos a la puerta. Lo cierto es que hacía un frío de tres pares de narices porque iba en un camisoncillo de verano y me estaba aguantando por estar a su lado un rato más, de otro modo me habría metido "cagando leches" en la habitación calentita.
—Si, así es —contestó vagamente.
—Bueno... pues.... —dije alargando las palabras mientras giraba el pomo de la puerta para entrar—. Supongo que lo mejor será que...
—Lamento lo de antes —soltó de pronto y me hizo mirarle con los ojos expectante—. No estuvo bien, no sé por qué ocurrió, pero siento si te confundí —añadió atropelladamente y sin tan siquiera mirarme fijamente.
¿Qué lo lamentaba?, ¿Qué se supone que lamentaba?, ¿Besarme o que apareciera el gato y nos interrumpiera? Ah no... que ha dicho si me confundí, eso significa lo primero... ¡mierda!
—¿Confundirme? —dije en voz alta.
¿En qué iba yo a confundirme?
—Será mejor que olvidemos que pasó —dijo justo antes de marcharse sin siquiera decir un "buenas noches" y me quedé totalmente absorta.
¿Hola?, ¿Acababa de tirar la piedra y esconder la mano?
«Que olvide lo que pasó» pensé una vez acostada en aquella mullida cama que era como dormir entre nubecitas de algodón.
—Muy fácil decirlo —susurré mientras comenzaba a dormitar en sueños divisando un par de ojos azules y unos labios con sabor a gloria bendita.
—¡Din!, ¡Din!, ¡Din!
El repiqueteo de una campanita incesante me despertó. Cuando fui consciente de que alguien andaba revoloteando por mi habitación y me pasé una mano para frotar los ojos porque veía aún borroso.
—¡Buenos días señorita Abrantes! —exclamó una voz aguda y desagradable.
—Buenos días "soprano" —dije con la última palabra en español.
—¿Cómo dice? —exclamó de pronto y probablemente mirándome, pero yo estaba bajándome de la cama.
—¿Qué hace aquí? —pregunté cambiando de tema.
—Prepararla para el desayuno, por supuesto —contestó como si eso fuera lo más evidente desde luego.
—¿Prepararme?, ¿Es que tengo que luchar por la comida o algo así? —pregunté insólita. ¿Pero de qué iba esta gente?
—¡Oh por dios!, ¡no! —exclamó y estuve segura de que mis tímpanos explotaron, hasta incluso me toque los oídos y miré que no sangraban—. Solo estoy aquí para asegurarme que acude correctamente.
—¿Es que su excelencia me considera tan torpe que teme que me pierda en el camino? —pregunté
—¿Qué? —contestó la criada con la boca desencajada—. ¡No señorita! Solo me enviaron para ayudarla a elegir correctamente su atuendo.
¡Perfecto!, ¡Ahora resulta que no me sé vestir sola! Treinta años de vida tirados a la basura... aunque bueno, mirando el chándal con el que llegué y la ausencia de bragas, no es tampoco que me debiera extrañar tanto la verdad.
—Um... vale —consentí al final.
Para mi sorpresa toda la familia estaba en el desayuno, incluida la reina dueña de la bola de pelo maldita que interrumpió ese magnífico beso que había compartido con "su hijo".
—¡Buenos días Celeste! —exclamó la pequeña Margarita y en ese momento sonreí acercándome para sentarme a su lado como hacía desde que llegué.
—Buenos días Margarita —contesté igualmente jovial.
—Cuando se dirija hacia su excelencia la infanta Margarita, deberá tratarla con honor a su título —escuché por parte de la bruja rubia de la esquina que evidentemente se dirigía hacia mí.
—Querida —contestó el padre de Bohdan en ese momento que a pesar de estar leyendo el periódico parecía escuchar la conversación—. Creo que es tu hija la que debe decidir al respecto, puesto que es a ella a quien se dirige y que a mi me conste, fue ella quien la tuteó primero.
Para mi sorpresa, aquella mujer solo hizo un gesto descortés y se limitó a beber el café, té o lo que leches tuviera en aquella taza de porcelana fina con flores pintadas. Me dieron ganas de decirle ¡Celeste 1, Reina maldita 0! Pero me contuve.
—Señorita, su desayuno —sentí una voz tres de mí que me hizo apartarme y ver en ese momento una bandeja de tostadas finas acompañadas por unos mini botecitos de nutella como justamente el que había visto la noche anterior, para ser exactos tres.
¿Por qué me servían eso?, ¿Cómo sabían de mi preferencia por esa crema de cacao? En ese momento miré a Bohdan que para mí consternación me estaba observando y juro que vi como sus ojos destellearon, pero inmediatamente apartó la vista, ¿Me lo habría imaginado?