Las canciones de Celestina

By MoonRabbit13

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Cada medianoche, en una radio independiente, comienza el programa de La Celestina. Una misteriosa locutora de... More

Sinopsis
Canción 1
Canción 2
Canción 3
Canción 4
Canción 5
Canción 6
Canción 7
Canción 8
Canción 9
Canción 10
Bonus Track
Canción 11
Canción 12
Canción 13
Canción 14
Canción 15
Canción 16
Canción 17
Canción 18
Canción 19
Canción 20
Canción 21
Canción 23
Canción 24
Canción 25
Canción 26
Canción 27
Canción 28
Canción 29
Bonus Track
Canción 30
Canción 31
Canción 32
Canción 33
La última canción
Bonus Track - Epílogo
Agradecimientos
Otros títulos y... ¿continuación?
El consultorio amoroso de Celestina para personajes en apuros
Extra I: Un tiempo despúes
Extra 2: Historias que inspiraron a Las canciones de Celestina
Extra 3: Preguntas y Respuestas
Especial de San Valentín 1° Parte
Especial de San Valentín 3° Parte
Especial de San Valentín 2° Parte

Canción 22

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By MoonRabbit13


Till it happens to you, you don't know

How it feels,

How it feels.

Till it happens to you, you won't know, It won't be real

No It won't be real

Won't know how it feels.


Espero que al menos mi historia

No quede sólo en la memoria

Y traiciona nuestra trayectoria

Que no se repita jamás este cuento

Por primera vez, no supe cómo comenzar mi programa. No podía encontrar las palabras correctas, no me salían las palabras. Así que, cuando terminó la canción de Porta, hubo un largo silencio.

—Hola, mis amores —dije sin mi habitual alegría—. Probablemente la canción que acabamos de escuchar no les ha parecido algo extraña... fuera de lugar en el estilo de Stereo Heart, pero quizás sea porque hoy no será un programa normal—. Las palabras salían torpemente de mi boca a causa del nudo que sentía en la garganta.

Miré a mis compañeros, del otro lado del cristal estaban Percy y Casiano, por primera vez él me miraba con atención. A mi lado, frente al otro micrófono se encontraba Marlene. Sus heridas habían comenzado a desaparecer, pero el dolor seguía allí, en sus ojos, donde el maquillaje no podía taparlo. Aunque sus manos temblaban sus ojos brillaron con decisión cuando me miró y asintió.

—Esta noche hablaremos de un tema muy importante —dijo Marlene tomando su micrófono—. Hoy hablaremos sobre la violencia de género. Y lo haremos en primera persona.

♥ ♥ ♥

Pasó una semana desde que habíamos llegado a la casa de Marlene, cuando descubrimos que estaba siendo hostigada por su novio.

La policía llegó y comenzó su investigación, con nosotros cuatro como testigos. El novio de Marlene no negó nada, incluso admitió que deseaba matarla. La policía no hizo mucho al respecto. Luego de días de papeleos y burocracia, sólo le pusieron una orden de alejamiento y designaron una psicóloga para acompañar a Marlene. Pero ella no tenía a donde ir, su familia vivía en Mendoza y ella se había mudado al departamento de su novio, al que no podía regresar.

—Con Pato aquí, ya no tenemos mucho lugar en casa —había dicho Percy cuando intentábamos darle un hogar temporal a Marlene. Los cuatro estábamos fuera de la delegación policial de violencia doméstica y de género, esperando a que Marlene terminara una de sus primeras sesiones psicológicas. Desde que aquella noche no nos separábamos de ella, temíamos por su seguridad.

—En mi departamento hay demasiadas personas —respondí yo—. Podemos hacerle lugar, pero lo que ella necesita es tranquilidad.

Nos quedamos un momento en silencio, pensando en un lugar apropiado para ella. Quizás alguno de los chicos...

—Que se quede conmigo y Cassidy —comentó Casiano y todos nos volvimos a mirarlo, extrañados—. Yo no estoy mucho tiempo en casa y puede compartir habitación con mi hermana, ella no la molestará.

—¿Estás seguro? —preguntó Guido, igual de sorprendido que nosotras, pero algo más... ¿Acaso estaba preocupado? ¿De qué?

Casiano solo se encogió de hombros y se dirigió a la sala de espera de la delegación. Cuando Marlene salió del despacho de la psicóloga, le dijo que podría quedarse con él por un tiempo. Para nuestra sorpresa, ella aceptó.

♥ ♥ ♥

—"Violencia de género" es una frase que, horriblemente, hemos comenzado a escucharla con frecuencia —dije al micrófono—. Cada día oímos casos sobre chicas desaparecidas, mujeres asesinadas, niñas abusadas. Cada día, todas nosotras salimos a la calle con miedo de que seamos las próximas, acongojándonos cada vez que nos gritan obscenidades o intentan manosearnos en el transporte público. Sin embargo, lo más terrible es cuando aquella violencia llega desde quien más amamos.

—Porque ese es el peligro más grande —habló Marlene—. ¿Cómo podríamos cuidarnos de aquella persona a quien amamos, de quien nos dice que nos ama? Las asociaciones de lucha contra la violencia de género siempre nos previenen, nos explican los síntomas y nos enseñan. Pero, para quienes han pasado por esto, es casi imposible saber cuándo el amor se convirtió en dolor.

Ella hizo una pausa tratando de detener las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Ella no lloraría más frente a alguien, y no lo hizo. Sino que tomó una gran bocanada de aire y cuadró sus hombros con determinación.

—Yo no supe distinguir aquel momento —continuó—. Fueron mis amigos quienes me salvaron, y gracias a que ellos es que ahora estoy aquí para contarles mi historia. Porque deseo que nadie más tenga que pasar por lo que yo pasé.

♥ ♥ ♥

Los días siguientes fueron algo extraños. Con el pretexto de ver a Eros, me iba al departamento de Casiano a comprobar que Marlene estuviera bien. Ella aún se veía algo aturdida y fuera de sí, pegando respingos cada vez que escuchaba el timbre o el motor de un vehículo aparcado cerca. Sin embargo, Casiano había tenido razón. Él y Cassy le daban su espacio y la trataban con amabilidad.

El día en que fui a pedirle un favor a Marlene, incluso estaba sonando su banda favorita k-pop desde el estéreo de la sala.

—No puedo hacerlo —me respondió ella.

—Sé que te estoy pidiendo demasiado, pero creo que si contás lo que te pasó ayudaría a otras personas que están pasando por lo mismo —insistí.

Las dos estábamos en la sala de estar de Casiano. Él también estaba allí, afinando su guitarra y pretendiendo que no nos estaba prestando atención.

—No puedo.

—Pero...

—Basta, Celeste —me interrumpió Casiano—. No podés obligarla a hablar de algo que no quiere.

—Lo sé —murmuré como un perrito a quien habían regañado— y, sin embargo, no dejo de pensar que eso podría ser bueno para otros y para ella misma. Sé que a veces lo mejor para comenzar a curar es comenzar por desahogarse.

—¿Lo sabés? —dijo Marlene, poniéndose furiosa de pronto—. ¿Acaso sabés por todo lo que pasé? ¿Sabés cómo me sentía? ¿Cómo sigo sintiéndome? No, no lo sabés. Ninguno de ustedes lo sabe. Ninguno de ustedes pasó por esto.

Me quedé en silencio. Ella tenía razón, yo no lo sabía.

—Te sentís culpable, porque es tu culpa que él te trate así. Comenzás a tenerle miedo, pero creés que te hace eso porque te ama. Y al final solo sentís terror e impotencia. Te tiene atrapado y solo querés que todo termine ya. Tan solo te queda esperar el último golpe.

Había sido Casiano quien dijo todo aquello. Su vos había sido calma, pero los nudillos que sujetaban su guitarra estaban tan blancos que creí que la rompería. Marlene y yo lo miramos sorprendidas cuando él se levantó y se dirigió a la puerta.

—Necesito salir a fumar —dijo y se fue.

La sala quedó un largo momento en silencio, hasta que las dos logramos salir de la sorpresa.

—Seguramente Casiano pasó por situaciones horribles —murmuró Marlene.

—¿Qué?

—¿Nunca viste su espalda?

Pensé en la única vez que lo vi sin remera, el día que nos atrapó la lluvia. Ese día no le di importancia, pero creí ver cicatrices escondidas entre las espinas tatuadas en su espalda. ¿Acaso él...? Y yo había sido tan idiota.

♥ ♥ ♥

—Juan fue mi primer novio —comenzó a relatar Marlene—. Por aquel entonces yo sólo tenía quince años y era sumamente inocente como cualquier adolescente. Aunque él tenía cinco años más que yo, me parecía el hombre perfecto: era caballeroso y detallista, me hacía regalos preciosos y me trataba como una princesa. Todo era color rosa, como esos romances de los que hablan las canciones de este programa. Y yo creí que aquel amor dudaría toda la vida. Pero entonces él tuvo que ir a la universidad a hacer un posgrado y nos separamos.

Admiraba la calma de Marlene. A pesar de que todos la mirábamos y escuchábamos atentamente, ella continuaba su relato con un tono sereno y constante.

—Hace unos meses nos reencontramos y me sentí bendecida, creí que había recuperado aquel hermoso amor —continuó—. Pero yo ya no era aquella niña inocente y sumisa que él conocía. A él no le agradaba mi trabajo en la radio ni mi carrera musical, no le gustaba mi manera de vestir ni que la mayoría de mis amigos fueran hombres. Así que intenté cambiar por amor—. Marlene quiso lanzar una de sus risitas sarcásticas, pero esta sonó triste.

Se quedó un momento callada, mirando sus manos sobre la mesa, antes de reanudar su historia:

—Pero él nunca estaba conforme —dijo—. No importaba cuánto me esforzara por complacerlo, él siempre se enojaba conmigo y yo me sentía tan culpable. Para cuando me di cuenta, él ya me había aislado de todos y me había convertido en una persona que no era yo... Ni siquiera sé si era una persona o simplemente su muñeca. Y entonces llegaron los golpes.

Marlene se detuvo en cuanto se dio cuenta de que estaba llorando. Rápidamente tomó el pañuelo que le pasé y secó su rostro.

—Gracias —me susurró antes de volver al micrófono—. El resto ustedes podrán imaginarse. Pero gracias a Celestina y nuestros compañeros de la radio pude abrir los ojos y salir de aquella situación. Ahora esa persona no puede acercárseme y yo puedo comenzar a sanar... en cuerpo y alma. Porque las heridas más profundas que te hacen son las del corazón y la mente.

Marlene y yo continuamos hablando sobre el tema, incluso Percy se nos sumó desde la cabina de controles. Leímos algunos mensajes, en su mayoría eran palabras de apoyo hacia Marlene o experiencias propias. Se había creado tal ambiente de unión y sororidad que no nos dimos cuenta de que el programa se terminaba hasta que Casiano nos lo recordó.

—Se nos ha ido el tiempo. Es momento de despedirnos y cerrar el programa —dije al micrófono—. Pero no daremos por cerrado este tema. Volveremos a hablar sobre él, y si nos es posible intentaremos tener a especialistas que pueda orientarnos mejor. Por el momento solo hemos podido hablar sobre experiencias personales.

No estaba segura que más decir. Había tantas cosas sobre las que quería hablar, pero en ese instante Marlene tomó su micrófono.

—Entonces, Celestina —dijo con una sonrisa—. ¿Cuál es tu consejo para mí?

«¿Mi consejo?» pensé. ¿Acaso no había quedado claro que yo no estaba capacitada para aconsejar a alguien sobre este tema?

—Esta vez no podré darte un consejo, lo siento —dije al micrófono, mirándola. Marlene solo se encogió de hombros—. Pero sí tengo un deseo. Deseo que nadie vuelva a pasar jamás por lo que vos pasaste. Deseo que vos tampoco tuvieras que haberlo hecho. Deseo que ninguna mujer tenga que sentir esa clase de miedo y dolor. Deseo que puedan encontrar las fuerzas y la valentía para huir de aquella situación. Y deseo que cada uno de ustedes, mis oyentes, no se queden callados. Si saben de alguien se encuentra en peligro, no se queden callados. Hablen, denuncien. Den su voz a quienes se han quedado mudos por el miedo.

—Antes de que termine el programa pasaremos un post público y también dejaremos los números de emergencias en la fanpage de la página —dijo Percy—. Tenemos que cuidarnos entre todos... para que no haya ni una menos.

♥ ♥ ♥

Pasó casi una hora desde que Casiano se había ido.

Finalmente, Marlene aceptó hacer el programa conmigo dentro de unos días. Necesitaba tiempo para pensarlo y era entendible.

Pero, cuando ya se hizo tarde y ella me echó disimuladamente, no fui capaz de volver a casa. No podía quitarme la imagen de los largos dedos de Casiano aferrándose con furia a su guitarra, el kanji que decía familia en su meñique contrastando con su blanca. Así que me quedé afuera del edificio de Casiano, sin saber siquiera qué estaba esperando que sucediera. Habré estado allí por lo que me pareció una eternidad, hasta que él volvió.

Cuando Casiano me encontró en la vereda seguramente habrá pensado que estaba loca o era una acosadora. Sin embargo, él simplemente movió su cabeza y hasta creí ver una sutil sonrisa asomándose en las comisuras de sus labios.

—Vamos —dijo y lo seguí hasta la plaza que quedaba a un par de cuadras.

Allí ya no había casi nadie, sólo un par de grupitos de adolescentes y unas pocas personas que hacía ejercicio. No pude reprimir mi instinto y caminé hacia los columpios.

—Tan predecible —suspiró Casiano antes de ocupar el columpio a mi lado—. Así que, ¿por qué estabas fuera de mi casa como una psicópata?

—Estaba preocupada —admití, balanceándome un poco—. Dijiste esas cosas y luego desapareciste por un rato largo.

—Tengo veinticinco años, Celeste. No necesito que me cuides.

—¿Veinticinco? Creí que tenías veinticuatro.

—Cumplí años en noviembre —respondió encogiéndose de hombros.

—¿Eh?—. Estaba sorprendida. Hacía años que conocía a Casiano y nunca supe cuando era su cumpleaños, aunque, ahora que lo pensaba, tampoco me había interesado en saberlo—. Sí que te gusta mantener el misterio.

—Y vos estás loca por descubrirlos, ¿eh? —contestó algo molesto pero resignado—. Para vos solo soy alguna clase de experimento o juego...

—¡No es así! —lo interrumpí y hasta yo me sorprendí de la vehemencia que tomaron esas palabras.

Casiano elevó una ceja, el mayor gesto de sorpresa que lo he visto hacer.

—¿Entonces por qué querías hablar conmigo ahora? —volvió a preguntar.

—Te lo dije, estaba preocupada —contesté, más calmada, mirando mis pies sobre la arena bajo el columpio—. Marlene dijo que seguramente vos habías pasado por situaciones feas y yo fui una tonta hablando sobre esas cosas sin saber. Quería disculparme por traerte malos recuerdos. Perdón por ser tan insensible.

—Está bien, no es algo por lo que debas preocuparte—. Casiano no se mecía, ni siquiera se movía. Solo permaneció allí como una estatua mirando lejos.

—Entonces ¿es cierto? —susurré con timidez.

Él finalmente me miró, sus ojos usualmente inexpresivos dejaban escapar el miedo que sentía. Pero, ¿miedo de qué?

—Es raro —dijo luego de lo que me pareció un siglo, tras un hondo suspiro—. Por alguna razón siempre tuve el presentimiento de que acabarías enterándote de esto, pero nunca creí que yo te lo contaría.

Casiano encendió un cigarrillo y comenzó a contarme la historia más triste que haya oído.

―Cassidy y yo nacimos en Santa Catalina, una ciudad cerca de Rio Cuarto. Supongo que éramos una familia normal: mamá, papá, mi hermanita y yo ―comenzó a relatar―. No recuerdo mucho mi infancia, pero creo que las cosas estuvieron bien por un tiempo. Hasta que a mi padre lo echaron del trabajo a causa de su alcoholismo y él se puso peor.

»Él siempre había sido severo con nosotros y abusivo con mi madre, pero entonces él comenzó a golpearnos. Y mi madre siempre era su saco de boxeo favorito. Él siempre encontraba algún pretexto para insultarla y golpearla. Por el dinero, por la comida, por nosotros, por lo que decía o callaba, por todo. Durante ese tiempo en lo único que pensaba era en proteger a Cassidy dirigiendo la furia de mi padre hacía mí. Me quedaba en la calle hasta tarde, lo desobedecía y me portaba mal a propósito; así me gané unas cantas golpizas, pero al menos mantenía su atención lejos de Cassidy. Sin embargo, llegó el día en que no pude protegerla.

»Una noche, cuando tenía doce años, llegué a casa luego de haberme pasado toda la tarde en el cyber jugando con unos chicos. Supe que las cosas estaban mal en cuanto abrí la puerta. En la cocina encontré a mi madre acurrucada en un rincón llena de moretones viejos y nuevos, estaba llorando y temblaba mientras murmuraba algo que no entendía. "Lo siento. Lo siento tanto. Dios..." alcancé a entenderla cuando me acerqué a ella. "Dios, perdoname. Lo siento, perdoname. Perdoname, Cassidy. Dios, mi Cassy."

»Entonces escuché su grito. Mi hermanita había gritado mi nombre y, luego, un golpe y sollozos.

»El miedo y la furia me cegaron. En ese momento, en lo único que pensaba era en proteger a mi hermana. Tomé un cuchillo que había sobre la mesada y corrí hacia el cuartito que Cassidy y yo compartíamos. Pero lo que me encontré ahí fue más horrendo que cualquier pesadilla.

»Mi padre. Él estaba... él estaba abusando de Cassidy.

»No estoy seguro qué fue lo que pasó después. Lo siguiente que recuerdo es que, cuando llegó la policía, me encontraron en un rincón del cuarto, abrazando fuertemente a Cassidy. Yo estaba cubierto de sangre y tenía la mirada perdida en dirección al cuerpo de mi padre que yacía sobre la cama de mi hermana, con quince puñaladas en la espalda.

No fui capaz de respirar hasta que Casiano me miró, señal de que había acabado su historia.

—Eso... ¿Eso fue cierto?

—Lamentablemente sí —respondió y supe que no estaba mintiendo.

—Cassy...

—Ella se recuperó mucho más rápido que yo. Su fe la ayudó a sanar —dijo jugueteando distraídamente con el cigarrillo en sus manos antes de tirarlo lejos. No era usual verlo fumar tanto—. Luego de eso comenzó un proceso judicial. Yo era inimputable por ser menor de edad y actuar en defensa de una agresión o algo así. Pero mi madre... Ella murió unos días después a causa de los golpes. Nos llevaron a mi hermana y a mí con nuestros abuelos maternos, nos cambiaron el apellido e intentaron que comencemos de nuevo.

—Lo siento.

—¿Por?

—Por hacerte recordar todas esas cosas y por haber hablado sin saber —volví a disculparme.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no te preocupes por eso?

—¿Cómo no querés que me preocupe? —exclamé, indignada—. Somos compañeros y... ¿amigos probablemente?

—Oh, me considerás tu amigo. No sé si eso es bueno o malo —dijo y parecía que estaba bromeando—. ¿Significa que vas a meterte aún más en mi vida?

—No seas boludo —refunfuñé, sintiendo cómo mi cara se ponía tan roja como mi cabello. Era una suerte que hubiera poca luz.

—Dale, ya es muy tarde. Te voy a llevar a tu casa —dijo parándose frente a mí.

Cuando me quise levantar, me resbalé con la arena y me hubiera ido de cara al suelo de no ser porque Casiano logró atraparme.

Cuando levanté el rostro para agradecerle, me encontré con sus ojos. Esos ojos tan impasibles ahora mostraban una tormenta de emociones. El miedo seguía allí, pero también dolor y... algo más.

Entonces, sin saber por qué, lo abracé. Casiano no se movió cuando rodeé su cintura y enterré mi rostro en su pecho. Nunca me había dado cuenta de cuán más alto que yo era.

—Sé que sos reservado y no te gusta hablar sobre vos... menos conmigo —dije contra su pecho—. También sé que no nos llevamos bien y posiblemente yo te desagrade. Pero quiero que, de ahora adelante, me consideres al menos tu amiga y que sepas que estaré ahí siempre que me necesites.

Ahora lo entendía al fin. El por qué Casiano era tan reservado, tan distante. Por qué siempre parecía querer ahuyentar a quienes se le acercaran. Él tenía miedo. Temía que, si las personas conociesen su pasado, lo tratarían diferente, quizás hasta lo verían con rechazo y desconfianza. Temía volver a ser odiado por quienes él apreciaba.

—Solo quiero que me veas como el Casiano de siempre —murmuró luego de un largo silencio, su aliento acarició mi coronilla.

Luego él posó sus manos en mis hombros para tomar distancia.

—¿Es decir como un gruñón perezoso y que odia a todo el mundo? —pregunté mirándolo con un poco de diversión.

—Exacto —respondió y, por primera vez, Casiano sonrió. Una sonrisa de verdad, de esas que se ven más en los ojos que en su boca. 

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