De Plebeya a Princesa

By FabiolaGp

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~¡Karma... mátame!~ Y el karma me diría: No me culpes de lo que te pasa por imbécil. Mi madre siempre dice qu... More

S I N O P S I S
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MEMORIAS DEL PRÍNCIPE PERFECTO
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Parte 11

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¡Que disfrutéis mis flores bellas!





—Quizá ambas —sonrió provocando que a mi cerebro le salieran patitas y abandonase temporalmente mi cabeza.

«Ay dios mío, que guapo es» pensé... ¿Por qué dios le da pan al que no tiene muelas?, Algo debí hacer mal en otra vida para ponerme delante semejante semental sin poderlo catar»

—Te presento a Jefrid, él será tu mayordomo durante todo el tiempo que permanezcas en palacio con nosotros —comentó haciendo que dirigiera mi vista hacia el supuesto mayordomo. El hombre tenía cierto aspecto de bonachón, —buena persona quiero decir —, pero cincuentón y con la aparición de calvicie más que evidente.

Su amable sonrisa hizo que yo también le respondiera.

—A su servicio señorita Abrantes —comentó amablemente.

—Asegúrate de que llegue puntual al almuerzo Jefrid, ya conoces a la reina —advirtió Bohdan y ante el asentimiento del mayordomo se marchó dejándome a solas con él.

¿Y ya está?, ¿Se pensaba ir dejándome allí compuesta y sin novio?, ¿Qué se suponía que debía hacer yo ahora?

Odiaba esa sensación de sentirme como un paquete que se pasaban de uno a otro. Como la primera y última rebanada del pan de molde, esas que nunca quiere nadie ¿Qué puñetera necesidad tenía yo de estar allí fingiendo ser algo que no era?, ¡Creo que en mi vida había sentido más impotencia por no ser dueña de mis actos! Y encima estaba la dichosa reina que tenía la gracia donde yo el dinero; en ninguna parte.

—Sígame por favor señorita Abrantes —dijo el mayordomo mientras me indicaba con el brazo que caminara, como no tenía mejor cosa que hacer, lo hice—. A partir de mañana recibirá clases de historia y protocolo para empezar como imagino que le habrán comentado. Hoy, le enseñaré las instalaciones de palacio y asistirá a un almuerzo con la familia para conocer al resto de miembros.

—¿Resto de miembros? —pregunté curiosa.

—Si. A su alteza el Rey de Liechtenstein y a su excelencia la infanta Margarita, hermana menor del príncipe.

—¿Voy a conocer al rey? —exclamé atónita, ¡Voy a conocer a un rey!, pensé emocionada. Aunque después llegó la triste realidad así, de una bofetada en mi cara «Si la reina no me deseaba ni en pintura, ¿Qué probabilidades habría de que el rey lo hiciera aún menos?» Muchas, dudaba que una triste escritora fracasadilla de poca monta, fuera la mejor opción como nuera.

Después de diez minutos pasando de sala en sala yo estaba más perdida que el barco del arroz. En serio, si Jefrid me soltaba allí, iba a necesitar el gps del movil para poder salir. De por sí yo me perdía más que los paraguas —a la vista estaba la gran noche de las vegas que hasta terminé casada con un príncipe europeo, tal vez podría haber sido peor ahora que lo pienso— pero como no me hicieran un plano, mapa o un simple croquis de aquello, no iba a dar pie con bola para encontrar siquiera la salida de aquel laberinto.

—Y esta es la sala oficial de recepción —dijo Jefrid ajeno a mi completa inconsciencia... ya me había perdido, ¿Cuántas salas de recepción llevábamos ya?

—¿Me puedes decir cuantas salas de recepción hay en total? —pregunté. Llevábamos caminando como tres horas y mis pies probablemente tendrían que ser amputados debido a aquellos infernales tacones del demonio que me habían colocado esa mañana.

—Dieciséis —contestó educadamente.

—Bien —dije perdiendo el tiempo—. Dieciséis —repetí—. ¿Y para que narices quieren dieciséis salas de recepción si no tienen ni una maldita silla en ninguna? —gemí no aguantando más aquel dolor de pies. Ni una puñetera silla en tres horas, ¿Es que tenían algo en contra de las sillas? Con lo cómoda que era aquella cama en la que había dormido...

—¡Señorita! —gritó el mayordomo cuando me quité los zapatos y sentí el frío suelo de mármol bajo mis pies calmando el dolor

—Ay dios... que gusto —gemí de puro placer.

—¡Pero señora!, ¡No! —contradijo exaltado.

—Pero si no nos ve nadie —dije despreocupada mientras me inclinaba y recogía los zapatos con la mano. El mayordomo parecía algo contrariado y no cesaba de mirar de un lado hacia el otro. 

—¡No puede salirse de la alfombra roja!, ¡El suelo de mármol es el original de la construcción! —susurró para que nadie más le oyera a pesar de que las salas eran tan grandes que hacían eco.

—¿Enserio? —gemí sorprendida y me reí—. Pues es fresquito y bastante suave para tener tantos años —dije deslizando mis pies descalzos.

—Por favor señorita, vuelva a la alfombra, podrían vernos.

—¡Uiiii! —dije antes de pisar de nuevo la alfombra roja y noté como Jefrid relajaba los músculos, aunque probablemente aún seguía tenso por haberme quitado los zapatos—. ¿Entonces no usan estas estancias? —pregunté sabiendo la respuesta.

—No, permanecen completamente cerradas, dejaron de usarse hace más de sesenta años debido al deterioro que sufrían con el uso —respondió tajantemente mientras continuábamos la excursión.

Lo cierto es que era una pena tener tanta belleza cerrada. A pesar de mi espantoso dolor de pies, había podido contemplar los maravillosos frescos y molduras que las adornaban.

Tuve que volver a calzarme aquellos zapatos o Jefrid no me permitiría acceder al comedor donde se realizaría el almuerzo. Traté de convencerlo incluso ofreciéndole entradas para ver un Madrid-Barca pero no hubo manera... Así que con todo mi dolor y cara de sufrimiento avancé cuando me abrieron la puerta.

Para mi fortuna solo había una niña en la sala que me miró fijamente cuando entré.

—¡Hola! —dije sonriente. No aparentaba más de diez o doce años.

—Así que tú debes ser la campesina extranjera de la que todos hablan —contestó. No había esperado esa respuesta. ¿Campesina extranjera? No pude preguntar porque en ese momento entró Bohdan que venía hablando con un hombre muy parecido a él físicamente y supuse sería su padre. Hizo un gesto con la cabeza afirmativo y yo miré a la niña que no dejaba de observarme como si de mi cabeza salieran serpientes.

—¿Celeste? —escuché que dijo Bohdan mientras yo volví la vista y él parecía indicarme que me acercase—. Padre, le presento a la señorita Abrantes —añadió mientras aquel hombre me observaba meditando su respuesta.

¿Se suponía que debía hacer una reverencia o algo similar? Como mujer precavida vale por dos, me incliné teatralmente y escuché las risas de aquella niña detrás de mi.

¡Mierda!, pensé. O la reverencia no se hacía así o es que no había que hacer reverencia, ¿Tal vez en privado no se hacían? No tenía ni pajolera idea.

—Espero que pase con nosotros una agradable estancia, señorita Abrantes —dijo aquel hombre con sobriedad. Tanto, que casi me hizo sentir importante.

—¡Que tengo dicho sobre como tus modales a la mesa Margarita! —La voz irritante de aquella mujer hizo que todos callaran y se dirigieran hacia la mesa.

—Si madre —escuché decir a la joven infanta, ya que, por el nombre, coincidía con el que Jefrid me indicó esa misma mañana. Supuse que mi lugar sería el único asiento libre que quedaba a la mesa, un sirviente apartó la silla cuando me acerqué.

El silencio reinaba hasta que trajeron el primer plato.

—Escargots de Bourgogne —mencionó el sirviente tras dejar el plato. No me enteré un pimiento del nombre del supuesto plato, pero eso eran caracoles. Caracoles gordos de toda la vida del señor por mucho refinamiento que tuviera el nombre.

La cuestión era la siguiente; independientemente del asco que me daba el simple hecho de comerme un bicho que se arrastraba babeando por el suelo, ¡Como demonios se comían los caracoles con cuchillo y tenedor! A la mierda mis planes de intentar ser finolis por una vez en la vida.

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