—Recuerda lo que he mencionado —volvió a repetirme—. No tienes porqué contestar ninguna pregunta directa, sino que yo contestaré por los dos, ¿de acuerdo? —preguntó mientras yo balbuceaba perdida en aquellos pozos azules que me miraban fijamente.
Asentí por toda respuesta. La conmoción que aún mantenía con aquel pedrusco que me había dado por anillo de compromiso me tenía en shock.
De pronto una puerta se abrió y noté como una mano caliente se entrelazaba con la mía al mismo tiempo que era arrastrada hacia un lugar con temperatura algo más fría que el confort en el que me hallaba. Los flashes no se hicieron esperar y el clamor del ruido de susurros que entre la multitud que allí se encontraba hacían entre sí.
No miré, si miraba fijo que me sacaban con un ojo mirando para Cuenca y el otro para Badajoz, con la suerte que tenía, fijo que salía vizca aunque en toda mi vida lo hubiera sido.
«Calladita estas mas guapa» era lo que siempre me decía mi madre de pequeña.
Presté atención levemente al discurso que él comenzó dando, yo observaba su perfil perfecto, mientras no me enteraba un pimiento de lo que hablaba. ¿Dónde vivía yo para no haber visto semejante perfección viviente? Seguro que hasta tenía una estatua de cera en el museo porque era tan guapo que sería un delito que no la tuviera.
Reaccioné en el momento que dijo —Celeste Abrantes— con su boca perfecta. Seguro que aunque no se lave los dientes su aliento es tan fresco y mentolado como el de los caramelos mentos.
«Igual estaba exagerando un poquito, pero no aparecen príncipes en la vida de una así como así»
—¡Señorita Abrantes!, ¡Señorita Abrantes! —escuché y en ese momento giré mi vista y la cantidad de flashes de cámaras que saltaron en ese momento me dejaron medio ciega haciendo que entrecerrase los ojos—. ¿Es cierto que es usted española?, ¿Cuándo se conocieron?, ¿Qué tiene que decir sobre los rumores de su boda en las Vegas?, ¿Es cierto que es periodista?, ¿Cómo se siente al saber que será la princesa de Lienchestein?
«Muchas preguntas» pensé mientras se me aturullaba el cerebro.
—Mi prometida aún no domina perfectamente nuestro idioma —respondió como excusa—. No hubo ninguna boda alguna en las Vegas, solo fue una pequeña broma puesto que ya estábamos comprometidos, aunque no oficialmente —contestó Bohdan en mi lugar y en ese momento me miró como si se tratara de una mirada cómplice.
—¡Señorita Abrantes! —gritó uno de los periodistas en perfecto español—. ¿Le preocupa no estar a la altura del príncipe? —preguntó con cierta ironía y busqué entre la multitud hasta que encontré al autor de la pregunta.
—En absoluto —respondí con tal convencimiento que hasta yo misma me lo creía a pesar de que todo aquello era una absoluta mentira.
Antes de que pudiera volver a preguntarme el mismo periodista, alguien de casa real intervino comunicando que la rueda de prensa había terminado y que la apretadísima agenda del príncipe no podía dar lugar a más preguntas. Descubrí que solo era una forma de evadir preguntas incómodas o tal vez, que yo respondiera algo que no debía, de hecho, pensé que igual me había extralimitado al responder al periodista español puesto que me habían pedido no responder absolutamente nada.
¿Pero que querían?, ¿Qué pareciera estúpida y sorda en mi propio idioma? Bastante me había callado y eso que era impropio de mi lengua hacerlo.
—Lo has hecho muy bien —me dijo Bohdan en el momento que abandonamos la sala donde había sido la breve rueda de prensa y pasábamos a una sala contigua, aunque seguíamos caminando a través del pasillo. En aquel momento fui consciente de que aún no me había soltado la mano, desde luego, no pensaba decírselo, me aprovecharía del contacto hasta que él se diera cuenta, que justo fue en el momento en el que divisé a la mujer que aquella mañana me había mirado con cara de malas pulgas.
Se dirigía hacia nosotros tan recta y seria que parecía que le habían metido un palo de fregona por el culo, «Por dios, creo que ni aunque yo me lo metiera, conseguiría estar igual de erguida que esa mujer, seguro que traga cemento para conseguir que su barbilla no pase del ángulo recto»
Esa mujer daba miedo, no peor, daba pavor.
—¿Qué tal ha ido? —preguntó.
Aquella mujer no se molestó ni en mirarme, me sentí como las pelusillas de polvo. Que sabes que existen pero no te da la gana de limpiar.
—Bien madre —escuché que contestó formal—. Le dije que solucionaría el problema.
¿El problema?, más bien problemón diría yo....
—No me fio de ella. ¿Sabe que tendrá que esperar meses hasta que se haga oficial la anulación?, ¿Qué haremos mientras tanto?
¿Hola?, ¿Es que a esta mujer le daba igual que la escuchara?
—¿Cómo que meses? —intervine y a la vez haciéndola ver que la podía entender perfectamente, pero ella no me miró.
—Arregla esto Bohdan —rugió—. Con lo fácil que hubiera sido que te comprometieras con Anabela —gimió la reina al mismo tiempo que se daba media vuelta y se marchaba.
Bueno... sin duda alguna no es que hubiera esperado que me recibieran con los brazos abiertos, pero me había quedado más claro que el agua que la reina no me quería allí y probablemente detestara la idea de que tuviera que quedarme tanto como a mi sino fuera porque vería a la creación divina que tenía delante alimentando mi vista.
—Disculpa a mi madre, no suele ser así... —dijo a modo de disculpa.
Ya... y voy yo y me lo creo, ni que tuviera cinco años para chuparme el dedo.
—Uy si, seguro... —ironicé—. Seguro que es un encanto de mujer —probablemente ahora entendía el concepto de "suegra maldita" que tanto mencionaba Mónica.
Pude apreciar un amago de sonrisa por su parte.
—Tendrás que permanecer unos meses por palacio hasta que la noticia del compromiso se calme—dijo con calma—. Mientras tanto lo mejor será que recibas clases de protocolo y te adaptes como si fuera un compromiso real, puesto que tendrás que acudir a eventos como mi acompañante oficial.
—¿Qué?, ¿Protocolo? —¿Tu estas loco?, ¿Pero tu me has visto bien? Evité añadir. Si yo por tal de no lavar platos como directamente de la olla en la que cocino la pasta... y solo tengo dos tenedores de los que regalaban con los yogures, como para aprender para que sirven los no se cuantos cubiertos esos que le ponen a los finolis en los restaurantes, "pocos éramos y parió la abuela".
—Es mejor que aprendas nuestras costumbres cuánto antes para que te adaptes durante el tiempo que permanecerás aquí.
—¿Qué pasa con mi trabajo?, ¿Y mi familia?
—Recibirás una compensación por las molestias ocasionadas y en cuanto a tu familia... lo hablaremos más adelante. Por ahora no es conveniente que te alejes de palacio; estarán pendientes de todos nuestros pasos.
—¿Entonces soy tu prometida o tu prisionera? —dijefrunciendo el ceño aunque en el fondo había diversión en mi tono de voz.