Marvel | One Shots | (EN EDIC...

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HISTORIAS CORTAS CON LOS GUAPOTES PERSONAJES DE MARVEL! ENTREN Y DISFRUTEN QUE ES GRATIS =) {shots en edición... More

Comienzo
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Steve Rogers
Steve Rogers - illicit affairs

Steve Rogers

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By downinflamess

"Julian Harrinson"

[EDITADO]

Después de la pequeña disputa con Tony, Steve no se había tomado el tiempo de ir a visitar la tumba de Peggy, la última vez que lo hizo fue para el entierro, y no había vuelto a poner un pie en el cementerio desde entonces.

—¿Adónde vas cap? —preguntó Sam llevándose un vaso con jugo de naranja a los labios—. ¿Una cita? 

Sam movió las cejas de arriba hacia abajo, ganándose una tímida sonrisa por parte de Steve. 

—Algo así —respondió Steve subiéndose el cierre de la chaqueta y tomando las llaves de su motocicleta—. No me esperen a cenar.

Su plan era sencillo; ir al cementerio, comprarle a Peggy unas lindas flores, dejárselas en la tumba, decirle cuánto la extrañaba y luego meterse en un bar de mala muerte y beber alcohol de mala calidad que no le causaba ni cosquillas. Y luego volver a casa e ignorar cualquier comentario.

Parecía sencillo, e incluso reconfortante. Necesitaba un tiempo para estar solo y hundirse en sus pensamientos y al fin tenía la excusa perfecta.

Al llegar al cementerio, y después de ser advertido por el guardia de que cerrarían en media hora, Steve se dirigió a la tumba de Peggy lo más lento que pudo, con el ramo de flores en la mano y con las lágrimas picando por salir. No había llorado en el funeral, no iba a hacerlo ahora.

La tumba de Peggy tenía unas cuantas flores, la mayoría de ellas ya marchitas, pero habían unas cuantas que no podían tener más de tres días.

—Me alegro que vengan a verte...—murmuró Steve dejando el racimo de flores sobre la tumba, tratando de sonreír—. Lo siento por no haber venido antes.

El viento movía la hojas amarillentas esparcidas por el suelo de cemento, Steve extendió la mano hasta alcanzar el pequeño retrato con la foto de Peggy, y soltó el aire que había estado atorado en sus pulmones. 

¿Por qué tenía que ser tan difícil?

—Peggy, no tienes ni idea de cuánto te extraño —dijo Steve devolviendo el cuadro a su lugar y arrodillándose en el suelo a un lado de la tumba, sus ojos escocían y su labio temblaba.

Un sollozo le hizo ponerse de pie.

Una muchacha en un vestido negro y un ramo de flores en triple de grande del que había traído Steve, estaba de pie en la tumba del lado, con las lágrimas deslizándose por sus mejillas. La muchacha cuidadosamente apoyó el ramo de flores sobre la tumba de granito, desenvolvió el papel azul que envolvía los tallos de las flores, y sin dejar de llorar en ningún momento, comenzó a cortar el exceso de los tallos, y a ponerlos en los pequeños recipientes detrás de la placa de identificación.

Steve sorbió los mocos, y dio el paso que la separaba de ella hasta quedar a su lado.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó a la muchacha posando los dedos de su mano derecha sobre su hombro. Ella se limpió la nariz con el dorso de su mano y se volteó a verlo con una sonrisa, la sonrisa más triste que Steve había visto en su vida.

—No gracias, estoy bien.

La muchacha volvió su vista a las flores y siguió cortando los tallos y quitando las hojas que estaban feas, tratando de tragarse los sollozos para que él no pudiera escucharla.

Steve leyó la placa de identificación y frunció los labios en una línea.

Julian Theodor Harrinson Swan, Amado hijo, hermano, padre y esposo.

—No te ves bien —insistió Steve avanzando hasta quedar en frente de ella.

La muchacha levantó la mirada y se mordió el labio para evitar que este temblara.

—Escucha —dijo ella volviendo a su tarea—, tengo que terminar esto rápido antes de que alguien...

—Entonces te ayudo —dijo Steve arrodillándose a su lado, para comenzar a sacar las flores que ya estaban marchitas de los otros dos recipientes donde ella aún no ponía flores—. Steve Rogers.

—Jacqueline —respondió ella sin mirarlo—. No deberías ayudarme, si ella llega a...

—¿Era tu esposo? —preguntó Steve ignorando su comentario. Por ningún motivo iba a dejarla sola en las condiciones que estaba.

Jacqueline negó con la cabeza y se mordió las mejillas.

—¿Hermano? —volvió a preguntar Steve al ver que ella no hablaba, mientras le quitaba la maleza a un lilium amarillo. Ella volvió a negar con la cabeza—. ¿Tu papá?

—Preferiría no hablar de eso —respondió cortante la muchacha mirándolo a los ojos por primera vez.

Steve asintió y se restringió a tan solo cortar tallos y no hacer preguntas.

Tres minutos después, uno de los guardias del recinto se daba la última vuelta al cementerio para recordarle a la gente que aún quedaba en el interior, que ya era momento de cerrar.

—¿De nuevo usted, señorita Jacqueline? —preguntó la autoritaria voz del guardia—. Sabe que tiene prohibido acercarse a esa tumba.

Jacqueline cerró los ojos con fuerza y de sus labios se escapó un tembloroso suspiro.

—Tendré que informarle a la señora Harrinson de que estuvo por aquí.

Con rapidez la muchacha se puso de pie y negó con la cabeza. 

—No por favor, sabe que no lo hago con malas intenciones...

—Lo siento, pero la señora Harrinson dio la orden estricta de que si era vista alrededor de...

—Lo sé, y lo lamento, pero... —las lágrimas caían a borbollones de sus ojos, y Steve se dio cuenta que sus manos temblaban al igual que su barbilla.

—Tan solo le está dejando flores, no veo que tenga nada de malo —dijo Steve también poniéndose de pie, y parándose a su lado.

Él guardia sonrió y bajó la vista, Jacqueline puso rápidamente las flores dentro de los floreros, y puso lo que había quedado de los tallos dentro de una bolsa plástica al igual que el papel azul, mientras Steve la miraba boquiabierto. Dos segundos después, ella no era más que una presencia que se desvanecía.

Steve trató de seguirla pero el guardia lo detuvo.

—¿Acaso también va a impedir que vaya a ver cómo está? —le preguntó Steve sintiendo como la rabia comenzaba a calentar su sangre.

—La señorita Jacqueline es la responsable de la muerte de Julian, se siente culpable y por eso viene todas las semanas a dejarle flores. —El hombre bajo y con barba tomó un respiro antes de seguir hablando—. La esposa del difunto señor Harrinson la encontró aquí hace un par de semanas cuando vino a visitar a su marido en compañía de su hijo pequeño de cuatro años y se armó un escándalo que solo se solucionó cuando llegó la policía. Después de eso ella me pidió exclusivamente que no dejara que la señorita perturbara el descanso de su marido.

Steve no sabía que decir. ¿Había algo que pudiera decir en una circunstancia como esa?

El guardia se dio la vuelta y desapareció detrás de las altas tumbas de cemento.

Antes de partir, Steve le dedicó una última mirada a la fotografía de Peggy, y sin voltearse a mirar atrás se dirigió a la salida del recinto.

Con la cabeza gacha atravesó el umbral de cobre oxidado, con su cabeza dándole vueltas hasta el punto de marearlo.

—Yo no quise que él muriera —le dijo una dulce voz, apagada y ronca, a su espalda. Steve se dio la vuelta y vio a Jacqueline de pie en frente de él, con las manos en los bolsillos y los ojos rojos.

—¿Cómo supiste que...? —trató de preguntarle Steve, pero no fue capaz de terminar la pregunta.

—Supuse que Harold te había dicho —explicó ella sin quitar la mirada de la suya en ningún momento—, se lo dice a todo el mundo. Tiene una gran bocota. 

Jacqueline se encogió de hombros y respiró lo más hondo que pudo para así no llorar. 

Steve apretó los puños y le sonrió. 

—¿Te invito un café? Así podemos conversar...

La muchacha asintió y le devolvió la sonrisa. El peso que se había acumulado en sus hombros durante los dos últimos meses pareció disminuir, al fin había encontrado a alguien que estuviera dispuesto a escuchar su versión de la historia.

{...}

No les demoró más de quince minutos en llegar a la cafetería más cercana, Jacqueline andaba a pie, así que caballerosamente Steve le ofreció llevarla en su motocicleta, ella aceptó sin poner caras y se subió detrás de él, manteniendo los ojos cerrados la mayoría del camino, una cosa era actuar como si no le tuvieras miedo a nada, y otra muy distinta era realmente no temerle a nada.

Ella ordenó un latte de vainilla y Steve un americano. Se sentaron en la mesa más alejada de la entrada, el local no estaba muy lleno, solo dos tercios de las mesas estaban ocupadas, pero Steve supuso que ella querría estar en un lugar donde no hubieran orejas por todas partes.

—Todo ocurrió hace dos meses —comenzó Jacqueline apenas tomaron asiento en las sillas de madera—. Estaba trabajando de niñera, cuidando a Todd, el hijo de una vecina a tres casas de la mía, eran alrededor de las 3am cuando Todd comenzó a sentirse mal.

Steve la observaba con sus ojos azules bien abiertos, y las manos sujetando el vaso donde tenía el café.

—Al principio pensé que era tan solo un resfriado, pero luego Todd empezó a vomitar y vomitar, y después de unos minutos le costaba respirar, estaba ardiendo en fiebre y ya ni me hablaba cuando yo le hacía preguntas.

¿Qué se supone que estaba haciendo? Se preguntó Steve sin dejar de escucharla. ¿Tratando de probarse a sí mismo que ella no era una mala persona? ¿Acaso no sabía eso ya? No se veía como una mala persona, no podía ser una mala persona.

—Así que lo subí al asiento trasero del auto, mi intención era llevarlo al hospital. —Jacqueline se detuvo y bajó la mirada—. Frené en un semáforo, estaba en rojo, y aproveché la oportunidad para llamar a Cynthia, la madre de Todd. Mientras hablaba con ella, puse el teléfono en alta voz y arranqué cuando el semáforo cambió de color.

Steve se llevó el vaso a los labios y dio un sorbo.

—Cynthia me preguntó como veía a Todd en esos momentos, así que me volteé... —Un sollozo se escapó de su garganta y una lagrima recorrió su mejilla—. Fueron solo dos segundos, pero no vi cuando Julian cruzó la calle corriendo y...

Steve extendió su mano para tomar la de ella y la miró a los ojos.

—Él murió al instante —murmuró Jacqueline sin despegar sus ojos de los de Steve.

—¿Por qué no te llevaron a la cárcel? —le preguntó suavemente Steve sujetando su mano con más fuerza.

-Al ser de madrugada nos hicieron una prueba de alcoholemia a ambos, el nivel de alcohol en la sangre de Julian era de 2,2. —explicó ella limpiándose rápidamente una lágrima que amenazaba por caer de su ojo derecho—. Y la cinta de seguridad verificó que quien cometió la infracción fue él y no yo.

—Por eso le llevas flores todas las semanas —murmuró Steve pasándose la mano libre por el cabello.

—Su esposa me culpa, y la entiendo. Pero es lo mínimo que puedo hacer...

—Tu ni tienes la culpa de nada —le dijo Steve negando con la cabeza—. No importa lo que su esposa ni nadie diga. Estabas tratando de llevar a un niño enfermo al hospital, cometiste un error, todos hemos cometido errores...

Jacqueline sonrió, sonrió de verdad después de dos meses. Nadie, hasta ahora, había simpatizado con ella, recordaba a la perfección la manera que el jurado en la corte la había mirado el día del juicio, como si fuera una criminal, una asesina a sangre fría.

—Estaba pensando... —dijo Steve tratando de cambiar el tema—. ¿Quieres un trozo de pastel de chocolate para acompañar el café? Vi uno en la vitrina y se veía increíble.

—Me encantaría.

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