Almas unidas

By Goddess-Artemiss

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Desde tiempos inmemoriales, las almas de la Princesa del Destino y del Héroe Elegido por las Diosas han estad... More

Notas de autor
2. El encuentro
3. Amor sellado
4. Sentimientos estremecedores
5. Anuncio formal
6. Eterna unión
7. Buenos amigos
8. Más allá del deseo
9. El inicio de una agonía
10. Aceptando la derrota
11. El comienzo de lo inevitable
12. El regreso de antiguas hazañas
13. Marido y mujer
14. Íntimas confesiones
15. Malas intenciones
16. Misión encomendada
17. Heridas del alma
18. Descubrimientos misteriosos
19. Enfrentamiento mortal
20. Efímera tranquilidad
21. Almas unidas
22. Dudas angustiantes
23. Corazones destrozados
24. Nefasta revelación
25. Secretos al descubierto
26. Destino definido
27. El principio de una travesía
28. La llama sagrada de Farone y el regreso de un antiguo enemigo
29. Las puertas del Crepúsculo
30. Situaciones inesperadas
31. Reavivando emociones
32. La llama sagrada de Eldin y la enfermedad del Héroe Elegido
33. Amor que sana
34. Cambios radicales
35. Nuevo comienzo
36. Tratos cumplidos
37. Sorpresivos encuentros
38. Firmes aclaraciones
39. Simples amantes
40. Juramento inquebrantable
41. Reanudando el camino
42. Misteriosas revelaciones
43. La llama sagrada de Lanayru y la otra cara de la moneda
44. Impredecible hallazgo
45. Grandes verdades
46. Impensable
47. Desgracias al acecho
48. Devastadores cambios
49. La invasión
50. La sagrada bestia de ojos azules
51. El Héroe del Crepúsculo
52. Abismo infernal
53. Lucha contra uno mismo
54. Indicias devastadoras
55. Todo tiene un comienzo...
56. ... Y también un final
57. El reencuentro de las almas
Epílogo

1. El designio de las Diosas

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By Goddess-Artemiss

Desde el inicio de los tiempos, el bien y el mal siempre se han visto involucrados en una cruenta batalla sin fin, enlazada por un irrompible lazo del destino.

Un antiguo regente del desierto, poseedor del alma más oscura y macabra capaz de arrasar con todo a su paso, ha buscado de desmedida manera adueñarse del sagrado poder de las Diosas creadoras del mundo, el cual concede los más grandes deseos del corazón de quien la obtenga, sin importar si este está revestido por la pureza, o por la inmisericorde maldad. Esta reliquia, tan anhelada e inalcanzable, era conocida como la Trifuerza.

El Rey del Mal, luego de mil y un intentos, logró obtener su anhelado poder, sin embargo, cuando esta percibió la maldad de su alma, se dividió en tres fragmentos. El malévolo ser obtuvo la reliquia del poder, el cual lo caracterizaba, mientras que los dos restantes, los del valor y la sabiduría, pasaron a manos de los elegidos por las Diosas, quienes no eran otros que la Princesa del Destino y su Héroe Elegido.

En ese momento, las deidades designaron que las almas del guerrero y de la dama lucharían juntas para vencer al maligno que amenazaba con la destrucción de su sagrada tierra, y con ello, el alcance de la paz y la prosperidad anhelada por sus habitantes, y ellos mismos.

A pesar de todo, aquel destino marcado por el deber no era el único que unía a los elegidos, pues entre ellos, desde tiempos inmemoriales, se había creado el hermoso y sublime lazo del amor, el cual había trascendido con el paso de las eras, permitiéndoles reencontrarse para regocijarse en el corazón y los brazos del otro, sellando de esa manera las irrompibles cadenas de sus almas enlazadas. Las Diosas designaron que no sólo reencarnarían para vencer al mal, sino también para estar juntos sin importar época ni clase social.

Y así fue con el pasar de los siglos. Cada vez que la encarnación del mal regresaba para cumplir con sus bajezas, el alma del héroe y la princesa se unían para enfrentarlo por medio del valor y la sabiduría, cumpliendo de esa manera con el designio de las Diosas, y sellando las cadenas de su destino...

...

Miles de años transcurrieron desde la última lucha entre la luz y la oscuridad, donde Hyrule, la sagrada tierra de las Diosas, había vivido tiempos de paz, época en la que la leyenda de los elegidos había dejado de ser mencionada.

Gritos de euforia y algarabía se escuchaban por los pasillos de la ciudadela, originados de la felicidad que se percibía dentro de las paredes del majestuoso palacio que lo representaba, pues hace unos días el tesoro más valioso del reino había nacido, fruto del amor de los honestos y leales regentes que velaban por el bienestar de sus habitantes.

Daphnes, el joven soberano de la sagrada tierra de Hyrule, era un hombre alto y fuerte, cabello castaño y ojos color ámbar, caracterizado por su sentido de la justicia y la bondad de su corazón. A su lado se encontraba su amada esposa, la reina Celine, una noble mujer de gran belleza que se veía reflejada en su dorada melena y zarca mirada, características que no se comparaban a la pureza de su alma.

Hace mucho tiempo que los soberanos anhelaban tener un hijo, y no había día que no le pidieran a las Diosas que les concederían tal bendición, creyendo en algunas ocasiones que aquel sueño no sería cumplido. Sin embargo, en el momento menos esperado, su maravilloso deseo se volvió realidad, pues hace pocos días la reina trajo al mundo a una hermosa niña, cuya belleza opacaba a la más sublime y perfumada de las rosas, a quien desde el instante en que conocieron supieron que venía con un importante propósito. Aquella pequeña fue bautizada con el nombre de Zelda.

Los regentes la llamaron así no sólo porque era tradición en la Familia Real de Hyrule bautizar a sus mujeres con ese nombre, sino porque en el momento de su nacimiento se dieron cuenta de que poseía un símbolo en su mano derecha, el cual no era otro que el fragmento de la sabiduría de la Trifuerza, señalándola como legítima elegida de las sagradas deidades, la denominada Princesa del Destino, significando que la pequeña niña era la encarnación de la legendaria Diosa Hylia, quien había renunciado a su inmortalidad para luchar junto a su héroe elegido para erradicar a la representación del mal.

Los reyes se sintieron honrados al haber sido elegidos como padres de la poseedora de aquel don, pero al mismo tiempo no pudieron evitar llenarse de profundo temor, ya que eso significaba que la vida de su hija corría peligro, pues el mal regresaría en algún momento para tratar de apoderarse de su divino poder y adentrar al mundo a la más terrible de las tinieblas.

Inmediatamente, pensando en el bienestar de su pequeña, los soberanos decidieron mantener en silencio su verdadera esencia, sin embargo, ese secreto solo lo compartirían con una importante y reconocida familia, cuyo destino estaba enlazado al de ellos.

...

En la sagrada tierra de las Diosas, el nacimiento de la princesa Zelda fue motivo de alegría y júbilo. Por esa razón, los reyes decidieron celebrar a lo grande el nuevo acontecimiento, donde todo el pueblo rindió pleitesía a la recién nacida soberana.

Nobles y plebeyos se encontraban reunidos en la sala principal del palacio, mientras que Daphnes estaba sentado en el trono con su amada Celine a su lado. Juntos contemplaban con devoción a su más valioso tesoro, quien yacía plácidamente dormida en una pequeña cuna que se había ubicado cerca de ellos.

- Daphnes, estoy segura de que la decisión que hemos tomado es la mejor para el bien de nuestra hija. – dijo la reina, sintiéndose dichosa con sus palabras.

- Así es, cariño, todo sea por la felicidad y seguridad de nuestra pequeña. Además de que así cumplimos con el mandato de las Diosas.

Todos los presentes estaban ansiosos por saber la gran noticia que el rey iba a anunciar. Murmuraban entre ellos, infiriendo posibles razones de la reunión, provocando que la pareja se ría sutilmente al percibir su gran curiosidad.

De repente, el sonido de las trompetas silenció a todos, anunciando la llegada de los principales invitados de aquel grandioso evento. Emocionado, el rey se levantó de su trono, sabiendo perfectamente quienes habían llegado a sus dominios, causando en su mujer la misma alegría y ansiedad.

- ¡Ya llegaron, Celine! ¡Por fin están aquí! – exclamó el rey, dejando de lado la seriedad con la que sabía mostrarse ante los demás.

Fue entonces, que un sirviente se colocó frente a todos los presentes, y por medio de un pergamino anunció a los recién llegados.

- Damos la bienvenida a la Familia Real de Ordon.

En ese momento, los invitados se silenciaron al presenciar la llegada de aquellas personas, quienes estaban conformados por una joven pareja y un pequeño niño. No eran otros que los gobernantes de las lejanas tierras de la región de Latoan.

El duque Demetrio era un hombre alto y con buen estado físico, cabello rubio y ojos azules. Por otra parte, la duquesa Aitana era una hermosa mujer de melena negra y verdes pupilas. Ambos se caracterizaban por ser unos excelentes soberanos, cadena que venía trascendiendo desde sus antepasados, pues estos se dedicaron a convertir a Ordon en un próspero reino, el que en el pasado no era más que un pequeño pueblo que con el pasar de los siglos se transformó en una gran nación, cuyas relaciones con Hyrule se volvieron sumamente estrechas.

El rey, al observar a sus invitados, caminó con prisa para saludarlos. Abrazó al duque con cariño, quien era su mejor amigo desde la infancia, mientras que la reina hizo lo mismo con su amiga, lo que llevó a que todos repitan aquel gesto con sus semejantes.

- ¡Por fin llegan, estábamos ansiosos esperándolos! – exclamó el rey, emocionado.

- Nosotros también estábamos ansiosos de llegar. No nos vemos desde que nuestro hijo era un bebé. – dijo Demetrio, acariciando la cabeza de su retoño.

La reina Celine observó al niño con sumo interés, sorprendiéndose de ver lo mucho que había crecido en tan poco tiempo. Aquello causó en el infante un enorme sonrojo al ser contemplado de esa manera.

- Cuánto has crecido, Link. Eres todo un caballerito.

- Gracias, reina Celine, es usted muy amable. – respondió, sonriendo tímidamente, mientras daba una reverencia como agradecimiento.

Link era un niño de cinco años, caracterizado por su piel blanca tostada, ojos azules y cabello rubio cenizo. A pesar de su corta edad, la bondad y la nobleza estaban presentes en su corazón, las que eran acompañadas por su gran inteligencia.

- Los felicito, Aitana y Demetrio, su hijo ha crecido muchísimo. – dijo la reina, mostrándose maravillada.

- Gracias, Celine. Link es un niño muy educado y de buen corazón, a pesar de que a veces nos está dando sustos. Le gusta escaparse del palacio a jugar a ser héroe; siempre que salimos a buscarlo lo encontramos defendiendo a algún niño agredido o salvando animales maltratados. Tiene un gran interés y devoción por ayudar a los demás. – expresó la duquesa, sabiendo la importancia de sus palabras.

- No tengo que decirte que nada de lo que me dices me sorprende, pues aquello viene de su alma... lo sabes muy bien. – susurró la reina, estremeciendo a su amiga con su conocida revelación.

Una vez acabado el momento del saludo, el rey Daphnes dirigió a los duques a la cuna de la princesa. Todos los presentes podían observar que los cuatro gobernantes hablaban en voz baja, sintiéndose ansiosos por escuchar de qué podría tratarse su misteriosa conversación.

- ¡Qué hermosa es su hija! ¡Felicidades a los dos! – exclamó la duquesa a sus amigos.

- Gracias, Aitana, pero sabes perfectamente que la belleza de mi princesa no es la única cualidad que la representa. – respondió la reina.

Con suma delicadeza, la reina sacó la pequeña mano derecha de la manta de la princesa y se la enseñó a los duques de Ordon, quienes no pudieron evitar estremecerse ante semejante imagen.

- No cabe duda, es uno de los elegidos de las Diosas. En su interior late el fragmento de la sabiduría de la Trifuerza. – dijo la soberana de Ordon, mostrando admiración en sus palabras.

- Ella tiene el mismo destino que Link, quien es el portador del fragmento del valor.

- Efectivamente, Demetrio, así que sabes muy bien que ese destino se debe cumplir, pues las Diosas así lo han designado... las almas del héroe elegido y la princesa del destino siempre renacen para estar juntas. – respondió el rey con seriedad.

- Así es, sus almas están enlazadas no solo para erradicar el mal, sino también para amarse eternamente; hermoso sentimiento que ha existido desde tiempos inmemoriales. Todo eso lo tengo muy presente. – continuó el duque.

- Me siento complacida de que las almas de nuestros hijos estén unidas, estoy segura de que serán tan felices como lo fueron en sus anteriores vidas. – indicó la reina, conmovida.

Fue entonces, que los regentes de ambos reinos empezaron a observar a los presentes, notando que estos mostraban gran interés por conocer el motivo de la reunión entre ellos. Daphnes le hizo una sutil señal a su amigo, quien entendió perfectamente lo que tenían que hacer.

- Creo que es momento de hacer esto oficial, Demetrio. – dijo el regente de Hyrule.

- Así es, hay que anunciar esta gran noticia. – contestó animado.

- Demetrio, como ya sabrás, nadie debe saber que nuestros hijos son los elegidos de las Diosas, y mucho menos que poseen los fragmentos del valor y la sabiduría de la Trifuerza. Sabes que eso solo podría traer desgracias. – pidió Daphnes, mostrando seriedad y temor.

- Lo sé perfectamente. Ese es un pacto sagrado que de ninguna manera debemos romper hasta que llegue el momento indicado. Aún recuerdo cuando mi esposa y yo les confiamos el secreto de Link, desde ese día nos brindaron su apoyo, sobre todo luego de aquel devastador hecho. – dijo Demetrio, adentrándose con tristeza en sus pensamientos.

- Los apoyamos de la misma manera en la que ustedes lo hacen con nosotros, todo por la gran amistad que nos une desde que nuestros padres vivían... Bueno, creo que llegó la hora de despejar las dudas del pueblo entero.

Ambos gobernantes se ubicaron de frente a los presentes, decididos a realizar un importante anuncio relacionado con el futuro de los pequeños príncipes.

- Amado pueblo de Hyrule. Quiero darles las gracias por acompañarme a mí y a mi esposa en este día tan especial. La presentación pública de nuestra amada hija, la princesa Zelda. – habló el rey con seguridad y altura.

Todos aplaudieron con fuerza al escuchar al soberano anunciar el nombre de la princesa, el cual era sinónimo de orgullo en la tierra sagrada de las Diosas desde hace miles de años. Despejados los aplausos y la algarabía, el duque continúo con el discurso.

- Señores, muchos de ustedes se han de estar preguntando el motivo de la reunión de ambos reinos, por eso me es un honor anunciarles que nosotros, la Familia Real de Ordon, hemos pactado, junto con la Familia Real de Hyrule, que desde este día nuestros hijos, Link y Zelda... están comprometidos en sagrado matrimonio. – anunció el regente de la tierra de Latoan, mostrándose orgulloso.

El pueblo gritó eufórico al escuchar aquellas palabras, pues el compromiso del príncipe Link y la princesa Zelda significaba la unión de dos prósperos reinos gobernados bajo la bondad y la justicia, por lo que no dudaban que aquel enlace matrimonial los beneficiaría tanto a nivel político como social; además no existía lazo más hermoso que el amor que nacía desde la tierna infancia, a pesar de que el joven soberano de Ordon no entendía aquel asunto, pues este observaba toda la algarabía con un rostro de sorpresa, sin siquiera imaginarse que él mismo estaba involucrado en el motivo de la celebración.

Complacido con la reacción del pueblo de Hyrule, Demetrio y Aitana tomaron la mano de su pequeño y lo llevaron hasta donde yacía la cuna de la princesa. Con cuidado, el soberano alzó a su hijo para que la conozca.

- Mira, Link, ella es tu prometida. Es muy dulce y hermosa. – dijo Aitana, hablándole con cariño a su hijo.

- Con ella te casarás cuando seas más grande... y van a ser muy felices. – continuó Demetrio.

Al escuchar las palabras de sus padres, el infante simplemente observó a la pequeña bebé con curiosidad, para luego demostrar una mueca de desagrado, pues de ninguna manera imaginaba cómo una criatura que no hablaba ni hacía nada interesante podía convertiste en su esposa; reacción que solo causó risa en sus orgullosos padres.

Todo el público presente, pero sobre todo los gobernantes de ambos reinos, se sentían dichosos de saber que sus herederos unirían sus almas, tal como las Diosas lo habían designado desde el inicio de los tiempos, sellando de esa manera el lazo rojo de sus interminables destinos.

...

Dos décadas transcurrieron de aquel compromiso que selló el destino de los elegidos de las Diosas, años en los que ninguno de ellos tuvo contacto el uno con el otro. Ambos eran ajenos al destino que los aguardaba, tanto en el deber como en el inmemorial sentimiento del amor.

Escabulléndose con prisa desde los rincones del pueblo del reino de Ordon, sintiendo cómo la respiración estaba a punto de agotársele, un pequeño niño corría desesperado, tratado de huir de unos maleantes, quienes a toda costa querían arrebatarle las ganancias que con esfuerzo había obtenido en el día.

Corrió con prisa sin detenerse en ningún momento, pero lamentablemente la situación se puso en su contra cuando llegó a un callejón sin salida, lo que causó que sus perseguidores se burlen en su cara ahora que estaba acorralado.

- ¡Déjenme en paz! – gritó desesperado.

- ¡Danos el dinero, maldito mocoso! – exigió uno de los villanos, amenazando al pequeño con una filosa daga.

- ¡No, sin ese dinero mi mamá no podrá tomar sus medicinas! – suplicó el pequeño, temiendo terriblemente por su vida.

Los delincuentes se acercaron al niño con la intención de agredirlo, causando que este, espantado, cierre los ojos esperando su final, pero de repente escuchó de la boca de los maleantes unos desgarradores y desesperados gritos.

Los malhechores estaban siendo atacados por una persona, la que había salido misteriosamente de las sombras. Un hombre joven y alto, de cabellos dorados como el sol del ocaso; su rostro estaba cubierto por un antifaz, pero a pesar de eso podía visualizarse que tenía ojos azules tan profundos como el océano. De vestimenta usaba una camisa color gris, un pantalón negro, una capa, guantes y botas color marrón.

El recién llegado desvainó su espada con su mano izquierda y amenazó a los delincuentes, quienes estaban asustados debido a su gran fuerza para enfrentarlos.

- ¡Lárguense de aquí! ¡Si vuelvo a ver que abusan de los más vulnerables los haré pagar, miserables! – amenazó el misterioso enmascarado, con furia.

Los delincuentes se pusieron de pie y salieron despavoridos con las palabras del joven, mientras que este se acercó al pequeño niño con la intención de calmarlo, pues aún seguía asustado por culpa de sus agresores.

- Ya estás a salvo, pequeño, te aseguro que no volverán a molestarte. – dijo con una sonrisa, brindándole confianza.

- Gracias por haberme salv... Espera un momento... tú... tú eres... ¡Eres el Héroe Enmascarado! ¡El famoso héroe de este reino! ¡Todo el mundo habla de ti, has salvado a muchas personas! – exclamó el infante, mostrándose sumamente asombrado.

El misterioso joven, sin decir palabra alguna, sonrío ante aquel comentario, luego de eso sacó de su bolsillo un objeto y lo colocó en las manos del niño.

- Aquí hay tres mil rupias. Dáselas a tu madre para que compre sus medicinas y comida para ustedes. – expresó el joven con amabilidad.

- ¿En serio? ¡Gracias! Ahora entiendo por qué la gente te admira tanto, eres muy generoso.

El niño se fue corriendo y saltando de felicidad a su hogar, provocando que el rostro del Héroe Enmascarado se llene de satisfacción. Una vez que se cercioró que su protegido se había alejado, el joven se escabulló por los techos de las viviendas, dirigiéndose al sitio al que pertenecía, mientras le rogaba a las Diosas que ciertas personas no lleguen a descubrirlo.

...

Sigilosamente y con sumo cuidado, el héroe enmascarado escalaba la gran torre que lo llevaba a su hogar, poniendo atención en cada uno de sus pasos para no resultar lastimado y no ser descubierto.

Una vez que llegó a su destino, abrió un gran portón de cristal que se encontraba en un majestuoso balcón, y sabiendo que no debía hacer ruido alguno, se sacó las botas para empezar a caminar. Sin embargo, cuando se adentró a aquella habitación, una sonora voz lo saludó con sarcasmo.

- Buenas noches, Héroe Enmascarado...

El misterioso joven, sobresaltado, se dio la vuelta para encontrarse con aquel conocido ser, provocando que los nervios empiecen a invadirlo en sobremanera.

- Papá...

- ¡Ya basta, Link! ¿¡Hasta cuando seguirás haciendo esto!? Te he dicho miles de veces que dejes de salir a enfrentarte con los delincuentes. ¿Acaso no valoras tu vida, aunque sea un poco? Toda esta situación no es de tu incumbencia, los soldados están para encargarse de eso. – espetó el soberano, demostrándose enfurecido con su hijo.

- Lo siento, papá, pero no soporto que en nuestro reino haya delincuencia, no me gusta que abusen de los más débiles. Por más soldados que existan cuidando Ordon, no deseo quedarme con los brazos cruzados. – respondió el joven con firmeza y convicción.

- ¿Es qué no entiendes? ¡Te estás exponiendo demasiado! ¿Tienes idea qué puede pasar si llegan a descubrirte? Recuerda que nadie debe enterarse de que tú tienes...

- ¡Sí, ya lo sé! – expresó el joven, hastiado de conocer más que nunca los motivos.

Link se sacó el antifaz y el guante de su mano izquierda, mostrando la marca de la Trifuerza grabada en ella, la que, ensimismado, palpó con curiosidad, sin siquiera entender o conocer el inmenso poder que vivía dentro de él.

- No entiendo por qué mamá y tú se preocupan tanto, siempre estoy cuidando que nadie me reconozca; y referente a este símbolo, es solo una simple marca de nacimiento. – indicó, restándole importancia a su fragmento.

- ¡No es una simple marca! Es... todavía no te lo puedo decir, ya llegará el momento.

- No sé cuándo será el momento, siempre estás con secretos conmigo. Un ejemplo de eso es ese armario del sótano que tienes bajo llave...

*.*.*.*.*

En esa época, el joven príncipe tenía quince años.

Una oscura noche se encontraba adentrándose al sótano de su palacio, en completo silencio, pues regresaba de sus heroicas misiones y no deseaba que sus padres lo descubran.

Mientras se encaminaba a sus aposentos, pasó por un simple y nada llamativo armario, el que, al sentir la presencia del joven, empezó a brillar de manera intensa en su interior. Aquello causó que Link se impacte en sobremanera, y sin poder evitarlo se decida a abrirlo.

A medida que se iba acercando, el brillo de la luz se iba haciendo más fuerte. Colocó la mano en la perilla del armario, abrió la puerta, y cuando estuvo a punto de descubrir lo que contenía, algo inesperado lo detuvo bruscamente...

- ¡Papá!

- No abras ese armario, Link. – dijo el regente, tomando con fuerza el brazo de su vástago.

- ¡Pero es que hay algo ahí, y está brillando! – expresó, asombrado.

- Imaginación tuya, no vuelvas a acercarte aquí.

- Pero, es que...

- ¡Es una orden, no vuelvas a intentar abrirlo! – advirtió con sonora voz, haciendo valer su autoridad.

El duque Demetrio sacó un juego de llaves de su bolsillo y cerró el armario, luego tomó del brazo a su hijo y se alejó junto con él del sótano, el que desde ese momento pasó sellado sin que nada ni nadie lo pudiera adentrar, ni siquiera los sirvientes más fieles y confiables.

*.*.*.*.*

El duque Demetrio recordó el mismo acontecimiento de ese entonces, sintiendo cómo los nervios lo traicionaban al conocer el secreto que se encontraba escondido ahí, sin embargo, tratando de mostrarse tranquilo, respondió a su hijo con tono relajado.

- No sé por qué tienes tanto interés en ese armario, solo hay dinero guardado ahí. – expresó el soberano, poniendo indiferencia en su respuesta.

- ¡Sabes muy bien que en ese sitio no hay dinero! Hay algo más valioso que eso. Cuando pasé por ahí sentí que una extraña fuerza recorría mi cuerpo de manera intensa, así que estoy seguro de que ahí hay algo verdaderamente importante.

El duque estaba perdiendo la calma con las palabras de su hijo, pensando que en algún momento su protegido secreto sería descubriendo, sin embargo, su ansiedad se apaciguó con la llegada de su esposa, quien abrió la puerta con pausa al escuchar la discusión.

La duquesa se sobresaltó al ver a su hijo, por quien había estado preocupada debido a su ausencia, así que sin perder tiempo se acercó para abrazarlo, haciendo que Link le corresponda de igual manera.

- ¡Estaba preocupada por ti, te hemos buscado por todas partes! – expresó preocupada.

- Lo siento, mamá, no quise preocuparte. – respondió apenado.

- Ya deja de escaparte, por favor, arriesgas mucho tu vida. ¿Hasta cuándo entenderás que nada de eso te corresponde? – preguntó angustiada.

Link se separó cuidadosamente de su madre, y con firmeza se dirigió a ella y a su padre, mostrándose enfadado por haber escuchado semejante pregunta.

- ¡No los entiendo a ninguno de los dos! Yo soy el príncipe de este reino, por supuesto que me corresponde velar por la seguridad de la gente. No puedo sentarme a firmar puros papeles y encerrarme a reuniones de comité mientras hay inocentes que me necesitan. Lo siento por los dos, no quiero tener problemas con ustedes, pero no dejaré de seguir haciendo esto. – indicó el joven con convicción, enfureciendo en sobremanera al duque.

Terminado su diálogo, Link salió de la habitación, dejando a los regentes sumamente consternados por las palabras que habían salido de sus labios.

- ¡Ya no sé qué podemos hacer, Aitana! Cada día es más difícil controlar a este muchacho, no hay fuerza que lo haga dejar de salir a luchar contra los maleantes del reino.

La duquesa abrazó por la espalda a su esposo para tratar de calmarlo. Ella se sentía igual de inquieta que él, sin embargo, sabía que esto era algo mucho más fuerte que ellos.

- Cariño, es algo que no podemos evitar, ya está en él... está en su alma.

- Sé que eso es parte de él, pero temo que le hagan daño, que descubran su verdadera esencia. Sabes perfectamente que eso podría ser devastador. Recuerda que el día en que Link nació, ella...

- ¡No menciones algo tan doloroso! Yo tampoco quiero que nada malo le paso a nuestro hijo, pero reprimiéndolo no lograremos nada.

La pareja salió al balcón a tratar de calmar sus preocupaciones, y vieron desde lo alto a su hijo practicando con la espada de manera dedicada, maravillándolos con su gracia y habilidad para utilizar el arma, demostrando así ser digno portador de la misma.

- Link es un excelente espadachín. – indicó la duquesa, ensimismada mientras observaba a su hijo.

- Así es, desde niño demostró serlo. Cada día que pasa prueba más que es el elegido de las Diosas. Él nació con esos maravillosos dones, pero al mismo tiempo tan letales. – dijo Demetrio.

- Tengo miedo por la seguridad de nuestro hijo, pues siento que se está acercando el día en que el mal regrese a este mundo, y si es así, hará lo que sea por obtener su sagrado poder y lastimarlo. Como cuando... – expresó Aitana, sin poder evitar entristecerse, deteniendo sus palabras.

La duquesa empezó a llorar desconsoladamente, provocando que su esposo se conmueva y la abrace con cariño. Fue entonces, que el hombre tomó una decisión, sabiendo que sería dolorosa para toda su familia, sin embargo, sabía que con ello podría alejar a su hijo de los peligros de su reino, el cual había existido, inexplicablemente, desde el día en que había nacido, y por más que trató de encontrar la causa, nunca logró hallarla.

- No llores, mi amor, ya no recuerdes nada de eso. Durante todos estos años el mal no ha vuelto a este mundo, sin embargo, no debemos confiarnos. – expresó el duque, consolando a su esposa.

- Demetrio...

- Creo que ha llegado el momento en el que Link cumpla con su destino, una de las razones por las que vino a este mundo... la más hermosa y agradable de todas. – dijo el soberano, acariciando el rostro de su amada.

- Es decir que...

- Sí, Aitana, mañana mismo le enviaré una carta a Daphnes.

Conociendo los motivos a los que su esposo se refería, la soberana no pudo evitar entristecerse, sin embargo, sabía que aquello era lo mejor para su hijo, tanto por su seguridad, como por su felicidad.

En ese momento, la pareja abandonó el balcón y se dirigió a descansar a sus aposentos, esperando que muy pronto las cosas que los preocupaban cambien de rumbo completamente.

...

Luego de una semana de aquel contrapunto entre la Familia Real de Ordon, el príncipe se encontraba en la biblioteca leyendo un entretenido libro. Le encantaba leer relatos de grandes y heroicas aventuras, las que, desde niño, de manera inexplicable, le habían encantado, provocando que por unos instantes desee tener la vida de sus protagonistas. Sinceramente, ser un príncipe no era algo que le agradara del todo, a pesar de que servir a su pueblo era lo que más lo hacía sentir bien... era otro motivo que desentendía, como si su propósito de vida fuera algo más allá de eso.

Se encontraba fascinado leyendo, sin siquiera cerciorarse que la puerta de la biblioteca se abrió. En ese momento, el duque se acercó hacia él, interrumpiendo su entretenida actividad por un importante anuncio que debía otorgarle.

- Buenos días, hijo.

Al escuchar la voz de su padre, el joven sonrió con cortesía, para luego ponerse de pie y saludarlo.

- Buenos días, papá. – respondió sonriendo

- Tengo que hablar contigo de algo crucial. – indicó serio.

- Sea lo que sea, espero que no se trate de lo mismo de siempre. No deseo ser irrespetuoso contigo, pero no quiero que intentes convencerme sobre dejar de defender a mi reino, pues eso es algo que...

- ¡Se va a detener de una vez! – exclamó Demetrio, alzando la voz.

- ¿Qué cosa? – preguntó el príncipe, sorprendido por la reacción de su padre.

- ¡Lo que escuchaste! Porque tú... mañana mismo te irás de Ordon.

El príncipe se quedó impactado ante las palabras de su padre, haciendo que a su mente llegue la idea de que lo estaban desterrando de su amado hogar.

- ¿Irme? ¿Me estás echando del reino? – preguntó sobresaltado.

- No te estoy echando, pero debes partir a Hyrule cuanto antes. – exclamó, serio.

- ¿A Hyrule? ¿Por qué debo ir a un lugar tan lejano? Yo no tengo asuntos con ese reino. – cuestionó, sorprendido.

- Te equivocas, tienes un asunto muy importante en aquel sitio.

- ¿Cuál es ese asunto? – preguntó enojado, sin entender las intenciones de su progenitor.

Dando un fuerte suspiro, sabiendo que el momento de la revelación había llegado, el duque respondió aquellas palabras que habían permanecido selladas en sus labios desde hace veinte años.

- Tu matrimonio, Link...

El soberano observó como el rostro de su hijo era invadido por la palidez y la sorpresa.

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