Cuando los demonios lloran

Od Bermardita

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Al lado de Steven Shelton, Herón se convierte en una criatura indefensa y solitaria; pero para el mundo, es u... Viac

SINOPSIS
1. Cuando los demonios lloran
2. Pensamientos finales
3. Súplicas de un moribundo
4. El deseo
5. El susurro de un demonio
6. Algo como Steven
7. Usurpar un amor
8. El pequeño Billy
9. Un demonio incapaz de sentir
10. De momento
11. Leyendas y tratos
12. Algo cruel
13. Mundo ruidoso
14. Una aspirina para el dolor inhumano
15. Oportunidad fallida
16. En actitud de plegaria
17. Algo realmente terrible
18. Malas intenciones
19. Besos con sabor a muerte
20. Triplemente prohibido
21. Provocar a los ángeles
22. Travesía retorcida
23. Fascinación
24. Niño del demonio
25. Suplicios
26. Conspiración interna
27. Más allá de la colina
28. Vacío
29. ¿Los fantasmas flotan o vuelan?
30. El peso de los pecados
31. Como una droga
32. Apenas el comienzo de algo
33. Cadáveres ambulantes
34. Terror en Grigor
35. Morgues
36. Siempre distante y sombrío
37. Pensamientos en blanco
38. Diferentes conceptos de amor
39. Mientras exista el secreto
40. Cesantía de cuerpos
41. Un ángel
42. Malas intenciones
43. Colapso
44. Compañía silenciosa
45 . Calamidades
46. Como un ángel
47. Néctar de felicidad
48. La imposibilidad de los hechos
49. Ningún demonio es bueno
50. Demasiado instantáneo
51. Seducir a un ángel
52. Como si fuese otra persona
53. Hijos mellizos
54. Única alternativa
55. Sentimiento peculiar
56. Secretos desvelados
57. La decisión de Adam
58. Apaciguar a Herón
59. Felicidad y frialdad
60. Es para engañarte mejor
61. ¿Por qué no matar a todo el mundo?
62. Malos presentimientos
63. Existencia arrebatada
64. Lento y doloroso
65. La naturaleza de Herón
66. Un humano demasiado estúpido
68. Hasta ese momento
69. Sentimiento de soledad
70. Una última vez
71. ¿Por qué los demonios sonríen?
72. Insatisfacción
73. Podrido
74. Si tan solo
75. Ausencia tormentosa
76. Ni ambiciones ni compañía
77. Súplica silenciosa
78. Ángel de la muerte
79. El espectáculo detrás del telón
80. Deseos ocultos
81. Placer de la mejor calidad
82. Mismo vacío
83. Tarde o temprano
84. Algo más íntimo (FINAL)
Escena extra: Herón & Steven

67. Lo imposible y lo inaudito

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Od Bermardita

—Puesto que el asunto sucedió de este modo —comenzó a decir Herón a Adam respecto a la escena con el señor Gerard—, necesitaré un cuerpo nuevo —agregó con una expresión de insuficiencia en el rostro.

Sin molestarse en recoger su paga, salió hasta el parqueo, donde observó a la mayoría de sus compañeros dispersos por todo el lugar. Adam, sin poder opinar o pronunciar palabra alguna, tuvo una sensación que le gustaría decir que estaba acostumbrado a sentir, pero que su espíritu no grababa. Sintió en su alma la sensación de ser arrastrado contra su voluntad, como difuminándose en el aire, justo en el momento en que Steven observaba en su dirección, probablemente buscando a Herón.

Lo último que vio Adam fue al señor Gerard subir a un vehículo blanco, tan borrosas e inconexas le resultaron las imágenes antes de ver con claridad la lúgubre y triste habitación de un sitio particular. Apenas había pasado poco más de una semana desde que no pisaba ese cuarto, pero casi lo sentía lejano, como una pesadilla al que creyó jamás volver a repetir.

Tanto Herón como Adam, conocían las morgues y funerarias de los diferentes distritos; eso les permitía elegir el lugar donde situarse sin ser vistos. Además, tomar precauciones resultaba innecesario, pues a un fantasma nadie lo veía y un demonio podía elegir ser visto o jugar con el miedo de las personas. Herón no escogía ni lo primero ni lo segundo, él mataba quien osaba posar sus ojos en él en pleno acto.

Las morgues de los hospitales eran las más accesibles del montón porque estaban deshabitadas y, en la mayoría de los casos, los cuerpos no eran reclamados.

Una vez dentro, Herón observó los cadáveres. Algunos estaban cubiertos por mantas blancas sobre mesas metálicas y otros yacían en bolsas plásticas o en contenedores.

Inspeccionó despacio cada detalle de los cuerpos para elegir uno que recién hubiera perdido la vida.

Adam, a su lado, soltó un suspiro, aún con las dudas taladrándole la mente. Temía que, si seguía de ese modo, acabaría por reventar de las ganas de hacerle al menos una pregunta, quería romper el silencio que envolvía el ambiente frío entre los dos.

¿Qué debería decir? ¿Qué podría preguntar? Quería saber demasiadas cosas.

Sin embargo, tomando al pobre Adam desprevenido, fue Herón quien exhaló fuerte y habló.

—Preferiría matarlos —dijo a la nada, como respondiendo una consulta que jamás fue pronunciada en voz alta.

Fueron palabras aterradoras, Adam sintió un escalofrío al pensar en a quiénes podría referirse. Experimentó una extraña colisión de reacciones en su alma, brutal e incomprensible.

—¿Te encuentras bien? —No era precisamente lo que quería decir, por lo que su tono resultó un poco quebrado, indeciso.

—Comienzas a desesperarme —soltó el demonio, malhumorado—. Pregunta lo que quieras.

Adam había olvido algo importante: toda emoción que él sintiera, Herón la leería. Sus inquietudes, sus inseguridades, su propia desconfianza, su miedo y la desolación; él las sentía como si fueran suyas.

—¿Qué harás?

Herón soltó un bostezo, molesto. Parecía aburrido.

—¿Azael es alguien realmente terrible? —curioseó Adam entonces al verlo con esa expresión de: «esperaba una pregunta más interesante». Su siguiente cuestión tampoco parecía ser de gran relevancia, pero, a diferencia de la primera, esta sí obtuvo una respuesta inmediata.

—Solo es un desgraciado —habló el demonio, su tono era desinteresado. Herón tenía palabras más adecuadas y fuertes para describir a su compañero demonio, sin embargo, cada una de ellas estaba acompañada de una historia que terminaba hiriendo un poco de su orgullo.

—¿Por qué estás tan molesto? ¿Algo terrible sucederá?

—Habría sido lo mismo si cualquier demonio que no fuese Azael viniese, todos son iguales. No somos más que el reflejo de las acciones humanas en su punto más egoísta y malvado.

Adam observó a Herón acariciar la mano de un muerto para analizar su estado. Comenzó a desvestirse y a ordenar su ropa a un lado de la mesa. Mientras hacía eso, continuó con su relato.

—Azael puede dar la impresión de ser alguien bondadoso; es amable y traicionero. Lo único que consigue es armar conflicto y crear odio entre individuos entre los que solía haber confianza y amor. —El demonio se sumergió en el cuerpo inerte, deslizando cada parte de su esencia en los rincones del organismo hasta lograr mover sus músculos. Primero los dedos, luego los brazos y, finalmente, abrió unos ojos verdes opacos—. Nosotros somos resentidos, egoístas. Y no perdonamos un perjurio... —Herón sacudió la cabeza en negativa—, me corrijo, no perdonamos nada.

Bajó los pies desnudos mientras que el resto de su cuerpo permanecía cubierto todavía por una sábana blanca. En ese instante, la apariencia de Herón era irreconocible y más humana. Podía ese cadáver estar vacío, sin luz en los ojos, pero todo eso quedaba lejos cuando podía moverse tanto como los vivos. El pequeño orificio de una herida de bala en la cabeza comenzó a desaparecer del cuerpo.

A pesar de que había visto la cesantía de cuerpos muchas veces, a Adam le seguía pareciendo algo fascinante, más allá del repudio que luego sentía al comprender el significado y lo que verdaderamente hacía. El organismo parecía ser absorbido por el interior de Herón, como si todo se amoldara y fuera devorado en un instante. La imagen del demonio emergió para mostrar la irrealidad de los hechos, lo imposible y lo inaudito.

A Adam se le fue el aliento, ese acto siempre se sentía como algo nuevo. Seguía impresionándose como la primera vez.

—Esto es increíble —admitió, no por la razón que el demonio tenía para comenzar de nuevo lo que creyó haberle dado un fin, sino por la naturaleza y por las habilidades peligrosas que él poseía.

—Exacto —coincidió Herón, como si hubiese leído la verdadera emoción de sus pensamientos—. Mis habilidades eran imprescindibles para alcanzar la gloria, la rebelión. ¿Qué pasaría si el alma de los muertos no descansara? ¿Si cayeran solo en la boca de los demonios?

Adam no respondió. Sonriendo, Herón prosiguió.

—Supongo que siguen resentidos. —El demonio soltó una pequeña carcajada—. Confiaron tanto en que me uniría a ellos que no pensaron en que, si rechazaba la idea, limitaría sus planes absurdos. Sin forma de entrar al mundo humano, sin medio para conseguir almas. Sin mí, ellos no pueden hacer nada. No valen absolutamente nada —añadió—. No valen nada...

Lo último ni él parecía creerlo.

—¿Tienes miedo? —preguntó el chico, inseguro, todavía confundido de poder distinguir o averiguar la preocupación del demonio. Temía que las reacciones percibidas en su habla, en sus palabras y en sus expresiones, fueran simples ilusiones y reflejos de su propio sentir. Temía que nada en él fuera real y no hubiera forma de comprenderlo.

—Tengo miedo de haber hecho todo por nada —comentó el demonio, su tono era de congoja pura, del miedo que representaba haber causado tantas atrocidades en vano. Matar para morir—. Es hora de regresar —Fue lo único que agregó después, dando por zanjada la conversación.

Desaparecieron de la misma forma en que habían llegado. Esta vez, rumbo a un nuevo destino.

No les tomó siquiera un minuto llegar. Herón se sentó en su acostumbrada silla mecedora, posicionada en el corredor del segundo nivel. La vista hacia el exterior era maravillosa, casi relajante. Los lamentos eran leves, por no decir casi nulos. No podía decir que las ambiciones humanas estaban lejos de su alcance en ese punto de la ciudad, cuando de cualquier forma el tormento encontraba una manera de escurrirse en su mente de vez en cuando. Era imposible escapar de su castigo, de su infierno personal.

Mientras el demonio veía los arboles mecerse y a los pájaros abandonar sus nidos en conjunto, una línea de pensamientos logró llegar a su mente.

«El frío y el silencio son sumamente acogedores y remotos», pensó.

Miles de recuerdos abrumaron su cabeza, imágenes de él siendo ángel acudieron a su consciencia atormentada. En su momento había querido regresar, redimirse, pedir perdón, volver a ser ángel, pero esos deseos eran distantes ahora, lejano. ¿Cómo podía un hombre entregado a la oscuridad volver a ser un ángel?

Si el demonio en el que se había convertido clamaba por salvación, y si su ángel había suplicado ser parte de la oscuridad, ¿dónde existía la justicia de sus propias ambiciones? ¡No había ni existiría! Por eso, él no quería ser ni uno ni lo otro.

Prefería desaparecer que vivir una existencia sin sentido. No quería ser el demonio malvado que vivía solo para otorgar deseos, para mendigar recuerdos felices y existir solo como parte de una leyenda urbana, cuando podía elegir ser parte de la vida misma y ser el demonio de mitos a quien por fin le habían concedido un mísero deseo.

Tan solo eso.

Pero nadie parecía entenderlo.

A pocas horas de haber llegado Herón se quedó dormido sin notarlo. Tan solo deseaba descansar antes de seguir con sus planes, debía llevar a cabo todo antes de la noche para impedir que Gerard Janssen iniciara una nueva convocatoria y dejara salir a Azael. Después de su pequeña presentación, no cabían dudas de que lo haría. Al menos, estaba tranquilo al tener en cuenta que los demonios solo se convocaban por la noche.

Una sacudida en su hombro izquierdo lo despertó. Herón abrió los ojos despacio y buscó el culpable.

—¿Podemos hablar? —Steven se mantenía inclinado sobre su rostro con una expresión serena, temeroso.

Dudó al verlo todavía furioso, pero el demonio se incorporó al instante.

—¿Qué deseas? —inquirió Herón, su hostilidad no era algo que se pudiera ignorar con facilidad. En especial, cuando nunca antes lo había visto así.

—Lamento despertarte.

—Lo lamentarás si me despertaste por ninguna razón.

—Ah, no —balbuceó Steven, inseguro. De su bolsillo sacó un sobre blanco y se lo extendió a su amigo—. Olvidaste pasar por tu cheque.

Herón se levantó del asiento y observó a su compañero con detenimiento. Cuando extendió su mano hacia él, Steven retrocedió. Un acto que sorprendió al demonio y que, de alguna forma, le hizo experimentar una extraña sensación. El sobre que sostenía Steven cayó al suelo.

—¡Qué decepción! —exclamó, al comprender la clase de sentimiento que se instalaba en su interior—. ¿Tienes miedo de mí, Steven?

El chico acuclilló para recoger el sobre y se mantuvo en esa posición por un largo rato, sin atreverse a mirar a su amigo. Sus emociones eran más que suficientes para saber la verdad.

—No —respondió.

Fingía seguridad, pero a Herón no se le podía engañar. A un demonio jamás se le engañaba con las emociones ni con los sentimientos.

—¿Por qué mientes?

—Yo no miento —aseguró Steven.

Herón cerró los ojos y se giró sobre sus talones. Observó a través del gran ventanal todo el lugar con una expresión serena.

—Era mucho mejor cuando tú no sabías nada sobre mí. Esta vida, esa actitud tuya era lo único que evitaba. Supongo que no se puede confiar en los humanos a ciegas, porque a la larga terminan traicionando.

Traición. Decepción. Eran sentimientos que iban tomados de las manos, cargados de pesar y de miseria.

—No quiero que me temas, eres el único a quién no quiero matar. —A pasos pesados, Herón comenzó a caminar hacia su habitación—. Puedes quedarte con el dinero, te sirve más que a mí. —Lanzó el sobre en el aire calculando la fuerza del empuje y su trayectoria hasta hacerlo caer en las manos de Steven.

—Herón —llamó el chico.

El demonio se detuvo, miró por encima de su hombro y preguntó:

—¿Te gusta vivir aquí?

Steven asintió con la cabeza, sin emitir alguna palabra.

—Bien. —Hizo una breve pausa—. Si buscas en la cocina podrás encontrar una gran suma de dinero, hasta el fondo está la escritura de la casa. Puedes quedarte con todo.

—¿Por qué? ¿Qué harás?

—Hacer lo correcto, supongo —masculló Herón. Quizás era una decisión precipitada, o tal vez mentía al decir que haría lo correcto, pero si odiaba algo era involucrar a Steven en su vida.

No soportaba su mirada de temor, esa duda que opacaba sus ojos azules y la incertidumbre que se acrecentó en el resplandor de su alma. Odiaba eso. Probablemente, no quisiera hacer nada con él de momento.

—Sé feliz, Stev.

Comenzaba a irse a su habitación, pero, antes de desaparecer por completo Herón, se giró:

—Steven, eres mío —dijo—. No te entregaré a nadie. Ni a los demonios ni a los ángeles, ni siquiera a mi propio padre. No olvides eso.

Lo miró una última vez antes de desvanecerse, probablemente, para siempre.


Ya estamos en la recta final, disfruten estos últimos capítulos.

Gracias por leerme <3

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