Estaba rodeada de una oscuridad impenetrable y densa que prácticamente la obligaba a mantenerse inmóvil en su lugar. No veía nada alrededor, estaba sola dentro del vacío. Gritó con todas sus fuerzas para que la ayudaran, pero su voz se perdió en la inmensidad, ni siquiera devolviendo un leve eco. La desesperación le invadió y comenzó a inhalar bocanadas de aire con sus pulmones agitados, sintiendo el aire espeso y sofocante ingresar en su cuerpo.
El corazón le latía descontrolado, y su ritmo aumentó todavía más cuando una figura comenzó a dibujarse frente a ella. El contorno de na persona. Un hombre.
Retrocedió con celeridad, trastabillando con sus propios pies y cayó al suelo frío con un gemido. A medida que la figura se hacía nítida, comenzó a temblar de miedo.
Ariel la miraba con ojos vacíos; un maniquí en lugar del hombre. Sin embargo, ella sentía que la figura le dirigía una mirada filosa, culpándola de todo lo que había ocurrido.
—Perdón –suplicó ella entrando en pánico.
El hombre continuó con su mirada acusadora y en su pecho, atravesando su bata blanca, manchas carmesí comenzaron a crecer empapando su ropa y el suelo. Ella gritó de terror, sintiendo una mano invisible retorcer su garganta al punto de la asfixia. Ariel continuó con su mirada vacía, pero desvió sus ojos hacia arriba. Hacia lo oscuridad sobre ellos.
Y ella volvió a gritar.
Nadine despertó con un sobresalto y se irguió de su reposo con violencia. Respiraba como si hubiera corrido una maratón, aunque el miedo empezó a disminuir al verse rodeada por luz solar en lugar de oscuridad. Con una mano acarició su cabeza todavía rapada e intentó calmar su corazón. La maldita cueva la había afectado al punto de que no podía evitar recordar la horrible sensación de pánico cuando veía cualquier sombra.
—¿Estás mejor? —preguntó una voz dulce a su lado.
Cécile la observaba preocupada y con el ceño fruncido. Desde la posición de Nadine en el piso, la chica parecía una gigante y ella se sentía pequeña.
—No lo sé, dormir no ayudó mucho —respondió refregándose los ojos.
—¿Otra vez has tenido pesadillas? —cuestionó Cécile sentándose a su lado.
—Sí, este estúpido planeta tiene como único propósito evitar que descanse. Estoy convencida.
—No creo que sea algo personal, Nadine. Este planeta no sabe que eras famosa allá en la Tierra —contradijo Cécile con una sonrisa.
Nadine despejó su mente y observó por primera vez las ojeras que adornaban los ojos de su amiga.
—¿Tú también estás teniendo pesadillas? —preguntó.
—Todos las estamos teniendo —respondió Cécile casi en un susurro—. Los niños tienen miedo de dormir, se mantienen dando vueltas durante horas hasta que caen desplomados y no lo pueden controlar.
—Entonces no fue esa horrible cueva...
—Al parecer no, aunque nadie quiere acercarse a ella. Solo un grupo de voluntarios está trabajando para crear un muro que separe esa entrada oscura del resto de la caverna. Temba me contó los planes... se le quebraba la voz de solo hablar de ella. ¿Qué fue lo que los asustó tanto?
—No lo sé, es difícil de explicar. Era la entrada a una caverna como cualquier otra de las que vimos, pero se sentía como el mismo infierno. Fue algo completamente irracional.
—¿Qué crees que es?
—No tengo ni idea Cécile, ¿podemos cambiar de tema? Solo de pensarlo me da escalofríos. Me recuerdan a mi pesadilla. Por cierto, ¿qué has soñado?
—Tampoco quiero hablar de eso —respondió la chica conteniendo el aliento por un segundo.
Ambas estaban decaídas por la falta de sueño y la incertidumbre. Sus rostros se veían reflejados en el resto de los colonos que caminaban a su alrededor. Durante las horas anteriores, más y más personas estaban llegando a la boca de las cuevas desde el campamento cerca de la nave y revoloteaban en el exterior realizando diferentes tareas mientras las cavernas interiores se acondicionaban.
—Con que ustedes también tienen problemas para dormir —exclamó una voz a sus espaldas.
Kaoru se sentó junto a ellas y les alcanzó dos frutos con poca parsimonia. Su rostro estaba cansado y demacrado como el de las dos chicas.
—Creía que no podías andar repartiendo frutos sin que te despidieran de los exploradores —recriminó Nadine.
—Las cosas están más tranquilas en este campamento. Hay menos personas y estamos todos más organizados, aunque vamos a tener que encontrar un sistema pronto para controlar que nadie abuse. Además, en cualquier momento dejaremos pelados a los árboles de estas pelotas amarillas y tendremos que preocuparnos por conseguir alguna otra cosa para comer —explicó Kaoru con la boca llena de fruto.
—Me cansa de solo escucharlo —comentó Nadine.
—¿Dónde están tus pollitos? —preguntó Kaoru dirigiéndose a Cécile.
—Otra persona está con ellos, nos vamos turnando. Amo a los niños pero estaba necesitando un momento tranquila —confesó la chica.
Desde el bosque se escucharon pasos y voces de varias personas y los tres observaron expectantes el lindero del bosque donde arbustos y hojas se movían perturbadas.
—¡Ten cuidado! ¡No tienes ni idea de lo que nos ha costado armar esta obra maestra! —criticó una voz oculta por las ramas.
Una segunda voz se escuchó, pero sus palabras llegaban de forma ininteligible a los oídos de Nadine.
—¡No me importa si es pesado! ¡Si lo dejas caer me aseguraré que no tengas descendencia! —volvió a criticar la primera voz.
De entre los árboles, Austin emergió al claro pavoneándose de forma teatral. Tras él una enorme mole, dos veces el tamaño de un hombre y varios de ancho, estaba siendo arrastrada por un grupo de personas agotadas.
—Ah, es verdad. Antes de venir me encontré con Brian y me dijo que habían terminado el reloj y lo traerían para aquí —explicó Kaoru dando mordiscos al fruto.
—¿Eso es un reloj? —cuestionó Cécile frunciendo su labio superior en señal de disgusto.
—Señorita, es verdad que es feo como un mono cubierto de barro, pero le aseguro que está a punto de presenciar la primera maravilla del mundo de NOVA. Mezcla de conceptos de ingeniaría, mecánica, arquitectura y matemáticas, esta asombrosa pieza de arte, la cual yo ayudé a construir personalmente, se convertirá en una reliquia —presentó Austin con cómica parsimonia habiendo escuchado a Cécile de algún modo desde el lindero del bosque.
—¡Me caes bien! —confió Kaoru con una sonrisa.
Cécile y Kaoru rieron, pero Nadine hizo caso omiso a las palabras del joven y se puso de pie observando a la gente que emergía del bosque con atención. Estaba entusiasmada por ver a Brian de nuevo y contarle todo lo que había ocurrido desde que se separaron, seguramente él tendría una explicación sobre las pesadillas, la caverna y el viaje en círculos de Kaoru.
—Si estás buscando al jefe, se quedó en el otro campamento. Está ayudando a Signe revisar la nave y planificar nuevos proyectos —anunció Austin con una sonrisa burlona al observar a Nadine.
Nadine sintió que una pesa le caía en los hombros y fue consciente de cómo su rostro se transformó de expectante a dolido y furioso. Perfecto, que se quedara a vivir al lado de la nave si eso era lo que quería. Cruzándose de brazos, se volvió a sentar evadiendo la mirada brillante de Cécile y la confundida de Kaoru. Esperaba que ninguno de ellos osara emitir una palabra, los asesinaría si lo hacían.
Austin presentó la enorme mole que era el reloj de agua, pero Nadine prestó atención únicamente con un oído, entretenida como estaba en su propio malhumor. Básicamente entendió que llenarían el tanque superior con agua que escaparía por un pequeño agujero y volcaría en el tanque inferior. Un nivel armado algo de algo que parecía corcho blanco flotaría acompañando el nivel del agua y marcaría la hora en una escala tallada precariamente en el soporte que unía los dos tanques. Pan comido.
—Tenemos pensado mejorarlo, por su puesto. Instalaremos un sistema de campanas que suene con la hora y armaremos algo para que el tanque superior se llene de forma automática y se vacíe de la misma manera el de abajo —explicó orgulloso Austin como si fuera un experto.
Nadine no mencionó lo tontos que habían parecido junto con Simon cuando un par de días atrás no sabían lo que era un litro de agua. Controlaría su carácter, controlaría su carácter, controlaría su carácter. El muchacho no tenía la culpa de su malhumor.
Apenas si notó cuando Austin hacía señas a un grupo de personas que cargaban un tercer tanque lleno de agua e intentaban de forma cómica alcanzar el tanque superior y volcar el agua. Ignoró cuando los colonos festejaron el momento en que el recipiente superior se llenó. Se negó a participar en el conteo regresivo que marcaría el minuto 0 del planeta NOVA cuando Austin se acercó al tapón que impedía al agua caer en el tanque inferior.
—Señoras y señores, así comienza el... ¿tercer día les parece bien? —preguntó haciendo un pequeño cálculo mental.
Ante el asentimiento de la multitud, Austin procedió.
—Así comienza el tercer día en NOVA después del aterrizaje. DA para acortarlo —anunció a todo pulmón.
Con un movimiento brusco, destapó el agujero poniendo en marcha el primer reloj y símbolo de orden entre aplausos de festejo de los colonos.
A pesar de todo, Nadine se sintió orgullosa.
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