Atrapada

By GiovannaGiraldo

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"Justo cuando creía que lo tenía todo claro, cuando tenía al fin las respuestas, me di cuenta que nunca había... More

Capitulo 1 - PRIMER DÍA
Capitulo 2 - SANTA SOFIA
Capitulo 3 - ALEX
Capitulo 4 - A LA UNIVERSIDAD
Capitulo 5 - LA LLAMADA
Capitulo 6 - EXCEL
Capitulo 7 - CUMPLEAÑOS
Capitulo 8 - REVELACIÓN
Capitulo 9- JUSTICIA
Capitulo 10 - Pieza de Arte
Capitulo 11 - GUERRA
Capitulo 12. SUSPENDIDA
Capitulo 13. REENCUENTRO
Capitulo 14. CONFUSIÓN
Capitulo 15. CAOS
Capitulo 16. LA GRAN MENTIRA
Capítulo 17. BIENVENIDA
Capítulo 18. REUNIÓN FAMILIAR
Capítulo 19. ROMPECABEZAS
Capítulo 20 - NOBEL
Capítulo 21 - PAZ
Capítulo 22 - CONFUSIÓN
Capítulo 23 - ACOSADOR
Capítulo 24 - DALÍ
Capítulo 25 - NUEVO
Capítulo 26 - EL PLAN
Capítulo 27 - SÁBADO
Capitulo 28 - PIERRE
Capítulo 29 - TRAICIÓN
Capítulo 30 - PACTO
Capítulo 32 - CÓLERA
Capítulo 33 - SINCERIDAD
Capítulo 34 - PERSEGUIDA
Capítulo 35 - FUEGO
Capítulo 36 - CASTIGO
Capítulo 37 - PARANOIA
Capítulo 38 - RETO
Capítulo 39 - PRIMER PENSAMIENTO
Capítulo 40 - AMIGOS
Capítulo 41 - RUMORES
Capítulo 42 - SUEÑOS Y PESADILLAS
Capítulo 43 - DESPEDIDA
Capítulo 44 - INVENTOS
Capítulo 45 - EL CAPÍTULO PERDIDO
Capítulo 46 - ALIANZAS
Capítulo 47 - FOTO FAMILIAR
Capítulo 48 - NEUROSIS

Capítulo 31 - MARÍA

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By GiovannaGiraldo

—Estoy arreglándolo, Emma —repuso con sinceridad—. Anoche me dijiste que yo había arruinado tu vida. Pues bien, te la estoy devolviendo... sólo si aceptas mis condiciones.

Emma sacudió su cabeza, ella hasta llegó a darse un pellizco en su brazo como si no pudiera creerlo.

—¿Te estás rindiendo?

—Bueno, si así quieres llamarlo —Sara suspiró y tuvo que mover una de las sillas para sentarse, esto iba a tardar más de lo que había imaginado.

Emma ni siquiera le prestó atención con el ruido que estaba haciendo, parecía como si su mente hubiera salido volando de allí.

—Si te estas rindiendo... —murmuró lentamente—. Entonces, ¿por qué no estoy feliz?

Sara sonrió ante eso, probablemente Emma había esperado que soportara un poco más en la guerra privada que tenían, así podría disfrutar su victoria, así como la noche pasada. Pero en ese momento sacar la bandera blanca y rendirse la estaba haciendo sentirse más tranquila de lo que había estado en mucho tiempo.

—Vas a estarlo, Emma. Cuando yo ya no esté en tu camino.

Emma resopló ante eso.

—¿Por qué lo haces?

Sara la miró fijamente, en ese momento descubrió que ella no tenía sus lentes azules y por primera vez pudo apreciar sus ojos avellana. Eran muy bonitos, era una pena que viviera ocultándolos.

—Simplemente han sucedido una serie de situaciones que me han hecho reaccionar —murmuró—. Sólo dime si aceptas.

Por un rato se quedaron en silencio, una mujer se acercó unos minutos después y les ofreció a ambas jugo de mandarina, Sara sonrió agradecida, pero Emma ni siquiera la miró. Sara se dio cuenta de que no era por ser grosera, Emma estaba perdida en sus pensamientos, probablemente buscando alguna forma de sacar provecho a su trato. Sara esperó un rato más, luego suspiró al ver la hora, no tenía tiempo para esto.

—Sólo dime si aceptas, no es tan complicado.

Emma la miró nuevamente, luego asintió con su cabeza sin decir palabra. Sara sonrió, era todo lo que necesitaba.

—Gracias, Emma —dijo al levantarse de la silla—. Cuando tenga todo organizado te llamaré.

—¿Y qué vas a hacer cuando te expulsen? —preguntó Emma, poco a poco estaba reaccionando.

—Buscaré otro, como siempre —Sara sonrió encogiéndose de hombros—. Probablemente en otra ciudad, tal vez Alex me ayude.

 —¿Alex? —Emma frunció el ceño.

Sara sonrió.

—Sí, mi novio ¿Lo recuerdas?

Ella sólo se encogió de hombros.

—No sabía que iban tan en serio...

—¡Por supuesto que vamos en serio! —¿Lo iban? Alguna parte de su cerebro le preguntó.

Emma sonrió con dulzura.

—Si eso fuera verdad anoche no habrías reaccionado así.

Sara la fulminó con la mirada.

—Tregua, ¿recuerdas? —le recordó—. No me presiones.

—No te presiono, sólo que no puedo evitar recordar tu gesto de dolor de anoche —ella hizo una pausa—. Lo quieres… lo sé.

Sara levantó el vaso con lo que quedaba de jugo de mandarina y se lo bebió de una bocanada. Sabía a quién se estaba refiriendo, lo sabía tanto como sabía que era esa la causa del dolor en su pecho.

—Porque lo quiero es que estoy haciendo esto... Ahora me voy —con eso dio la vuelta y empezó a caminar de vuelta al auto.

—¿Cuando? —Emma gritó.

Sara abrió la puerta y la miró por última vez.

—Luego de tomarnos las fotos para la portada con la familia feliz.

Mientras se alejaba de la casa, Sara vio por el espejo como Emma seguía totalmente petrificada en su silla. No quería reconocerlo, pero tal vez en algunos momentos—sólo unos pocos segundos—Emma no parecía tan malvada como creía.

La segunda visita que debía hacer era una que tenía pendiente hace mucho tiempo. Gaspar siempre solía llevarla todos los domingos, pero con el paso del tiempo, poco a poco había dejado de ir. Ahora sentía que necesitaba hacerlo.

Ella nunca había tenido ningún diario, pensaba que era un poco contradictorio ¿Para qué escribir algo que no se deseaba que nadie supiera? Se suponía que cuando una persona escribía era porque quería en el fondo que alguien lo leyera, así fuera ella misma. Eso mismo le había dicho a la doctora Vélez cuando le había recomendado llevar uno; ni siquiera ella misma leería sobre su vida y mucho menos esperaba que nadie más lo hiciera. Pero ella si había encontrado su forma de desahogarse.

Era María, su nana, quien la había visto crecer y la había cuidado con amor en sus momentos más tristes. Cuando era pequeña y tenía miedo a la oscuridad, María se había quedado a cantarle. Cuando no tenía amigos con quien jugar, María le había organizado desfiles con ropa de su mamá, probablemente de allí venía su sueño de ser modelo. Además, María había confiado en ella. Jamás iba a olvidar cuando le había dicho, con lágrimas en sus ojos y su rostro opaco por su enfermedad, que era la niña más buena que había conocido, que se sentía orgullosa de ella.

Antes de entrar al cementerio, Sara fue a comprar un ramo gigante de rosas blancas, el color favorito de María. Era tan grande que tuvieron que llamar a un ayudante para que lo llevara hasta la tumba de su nana.

María Méndez (1955-2005) decía su tumba, Sara sintió que sus piernas temblaban como gelatina y se dejó caer al suelo sin importarle llenar de barro su ropa. Luego de dejar el ramo, el ayudante se acercó para ayudarla a levantarse, pero ella negó con la cabeza, sacó dinero y se lo pasó agradeciendo por su ayuda.

—Nana, te extraño... —las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas. En la tumba había un pequeño ramo de flores también blancas, probablemente habían sido llevadas allí por caridad y eso hizo que se sintiera aún peor. ¿Quién la iría a visitar, de todos modos? María había vivido con ellos todo ese tiempo porque no le había quedado nadie, toda su familia había muerto en un terremoto. Gaspar fue quien la ayudó a conseguir el trabajo con ellos cuando su mamá había quedado embarazada, desde ese momento había sido tratada como una miembro más de la familia. María siempre había sido especial, todo quien la había conocido la había amado, aunque nadie tanto como ella.

—Si estuvieras aquí todo sería tan diferente. No estaría tan sola como lo estoy, ni me habría equivocado tanto... —Sara se sentó sobre el prado al lado del sepulcro y dobló sus piernas para abrazarlas—. ¿Por qué no has vuelto a mis sueños, nana? Me abandonaste al igual que todos, justo cuando más te necesito...

Sara cerró sus ojos apoyando la frente en sus rodillas y empezó a contar en voz baja todo lo que había sucedido en su vida desde su última visita. Ella jamás había sido muy religiosa, no sabía qué clase de oraciones se decían al estar allí, pero todo lo que decía salía de su corazón y eso debía significar algo.

—Sabía que te podía encontrar aquí —dijo alguien a su lado. Sara levantó su cabeza y vio que era Felipao.

—¿Te enviaron a buscarme? —preguntó mientras se limpiaba las lágrimas con el cárdigan.

—No saben que estoy aquí, pero están muy preocupados —Él se acercó para sentarse a su lado sobre el prado sin importarle en lo más mínimo manchar de barro sus vaqueros marca Armani, luego dejó unas rosas que traía al lado de las suyas, también eran blancas.

Sara volvió a mirar la tumba y suspiró.

—Hace mucho no venía... La extraño.

—Lo sé, pero ella está contigo siempre —dijo él—. Sólo tienes que aprender a escucharla.

Sara sabía que Felipe, o Felipao cómo lo conocían todos, era muy espiritual, y en una de sus visitas a Brasil había descubierto que era algo de familia. Él ya le había dicho eso sobre María antes, pero aún no entendía a qué se refería.

—No es tu culpa, Feli, pero mi familia es un desastre —murmuró sacudiendo la cabeza—. A veces quisiera ser muy pobre pero ser feliz, pero la felicidad no se hizo para mí y tampoco la puedo comprar... María siempre lo decía.

—Y para ti, ¿qué es felicidad? —preguntó él.

Sara se encogió de hombros.

—No lo sé, pero no es esto que estoy sintiendo ahora.

Él la acercó y le dio un leve beso en su frente intentando dar un mensaje de apoyo.

—¿Sabes qué decía tu papá? —comentó después—. Una vez me dijo que felicidad era levantarse en las mañanas y salir a enfrentar al mundo sólo para ver a sus seres queridos sonreír, de tal forma que luego, al regresar en la noche a dormir, desearía con todas sus fuerzas despertar al otro día para volver a hacerlo.

—Eso es algo qué diría él —Sara sonrió en medio de las lágrimas. Felipao sacó un pañuelo de su bolsillo y ayudó a enjugarlas.

 —Yo creo que la felicidad es cuando haces lo que te dicta el corazón —él continuó—. Si el corazón te dice algo y no le haces caso, jamás vas a ser feliz.

—El corazón es un musculo, Feli, no habla —Sara volvió a sonreír.

—Tal vez no habla —él asintió—, pero se comunica de otra forma. ¿No has llegado a sentir que cuando estás muy triste tu corazón se contrae? Es como si llegara algo y lo atacara, pero cuando miras no ha pasado nada.

Sara asintió en silencio mientras se enjugaba otra lágrima. Probablemente se sentiría como una lanza atravesando su pecho, una lanza que desde entonces podía sentir como presionaba más y más.

—Pero en cambio cuando estás feliz, él empieza a latir muy rápido como si quisiera salir volando. Todo tu cuerpo lo sabe, tu mente sabe que estás haciendo lo correcto.

Sara lo miró.

—¿Sabes, Feli? Eres la persona más cuerda que conozco.

Él sonrió mostrando su perfecta dentadura.

—¿Y la doctora Vélez?

—¿Bromeas? Está en lo más alto de las personas más locas que conozco.

Ambos se miraron y empezaron a reír, había algunas personas cerca que los miraron confundidos mientras Sara lo abrazaba agradecida.

—Estás situaciones siempre llevan a la locura —escucharon que decía una anciana que pasaba cerca y les hacía la señal de la cruz como si estuvieran locos. Cuando finalmente salieron de allí, Sara se sentía un poco más tranquila.

—Creo que debo ir a visitar a Pierre antes de ir a casa —comentó Sara—. ¿Sabes? hace pocos días regresó de España.

—No lo conocí muy bien, pero parece ser un gran hombre por lo que me ha contado Will.

—Lo es —Sara asintió. Felipao la acompañó hasta su Mercedes, él mismo abrió su puerta y esperó a que se subiera.

—Ve a casa en cuanto termines, Sara —le dijo con más seriedad—. Ellos en verdad están preocupados.

Sara sólo asintió y cerró la puerta. Ellos no sabían lo que había sucedido la noche pasada, no tenía idea de por qué podrían estar preocupados.

Cuando Sara entró al Penthouse de Pierre estaba realmente sorprendida, el lugar era claramente mucho más grande que el apartamento de su papá, pero para ser una residencia de soltero, la decoración era muy sencilla y acogedora. El suelo era de madera y los sofás eran de futón japonés, había una pared pintada de negro con un gran dibujo de un bonsái dorado y muchas esculturas con formas de indios africanos y cosas de diferentes países. Lo mejor era la vista de la ciudad, la ventana gigante ocupaba casi toda la pared.

Pierre sonrió al verla tan sorprendida,

—¿Qué esperabas encontrar? ¿Una tornamesa, barra de licores y luces?

—Y unas cuantas bailarinas —bromeó—. Es hermoso, Pierre.

Él la invito a sentarse a la sala, luego él mismo fue y sirvió pasabocas y ginger ale.

—Siempre que tomo ginger ale te recuerdo a ti… y a ella —terminó con la voz un poco afectada.

Sara sonrió levemente.

—Yo también te recordaba casi a diario, Pierre —admitió—. Todo fue tan confuso, me sentí tan sola cuando me enteré.

—Tuve que hacer un viaje de trabajo —confesó él—, allí descubrí que simplemente no podía regresar… Las cosas no siempre salen como quieres.

—Claro que las cosas no funcionaron, pero por culpa de ella.

Él negó con la cabeza.

—Fue responsabilidad de los dos. Las cosas no funcionan sólo por el hecho de amar profundamente. La vida no es tan sencilla y los miedos casi siempre terminan ganando.

Sara asintió de acuerdo mientras llevaba la mano a su pecho. Los miedos siempre terminaban ganando.

—¿Qué le pasó a tu ropa? —Sara vio que Pierre estaba señalando su pantalón lleno de barro—. ¿Estabas de excursión en África?

—Estaba visitando a mi nana —Sara sonrió, ya no le dolía tanto hablar de María como otras veces, tal vez era por haberla visitado.

—María fue una buena mujer —dijo él—. Creo que los ángeles nos tenían envidia por tenerla cerca y decidieron llevarla con ellos.

Sara asintió, Pierre había conocido a María muchos años atrás, cuando sólo era amigo de su papá.

—Entonces espero que la llevaran al lugar más hermoso del paraíso.

Tal como lo suponía, Pierre si llevaba el trabajo a casa. Él tenía toda una habitación convertida en un estudio de producción, Sara se acercó emocionada cuando le mostró cómo funcionaba una mesa con una pantalla digital redonda en la parte superior que se llamaba ReacTable, él después le permitió jugar un poco.

—¿Era verdad eso de que abres tu discoteca? —preguntó Sara mientras seguía moviendo los pequeños cubos sobre la pantalla.

Él sonrió.

—Por supuesto, creo que para Halloween, se va a llamar Paradise.

—Pues ahí estaré en primera fila.

—Tú y tus amigos serán mis invitados de honor.

Cuando Pierre dijo eso Sara hizo una mueca y dejó los cubos a un lado para ir a mirar por la gran ventana.

—¿Dije algo mal? —preguntó él.

Sara negó.

—Es mejor que te sientes, la historia es un poco larga.

En realidad no pensaba contarle toda su historia, pero de alguna forma Pierre le hizo sentir confianza y terminó contándole la peor parte: lo que había sucedido la noche pasada al descubrir que Tomás había regresado con su ex novia. Sara le contó todo lo que Katherine le había hecho unos meses atrás y por qué no confiaba en ella. Para terminar, como si no fuera suficiente, le contó sobre la parte de las fotos que le habían tomado la otra noche y cómo había descubierto que todo era obra de su mamá.

Pierre escuchó todo atentamente y no habló hasta que ella terminó.

—No creo eso de Erika. Ella te ama, Sara, no tienes una idea de la forma en que brillan sus ojos cuando habla de ti... o hablaba cuando estábamos juntos.

—Tienes razón en hablar en pasado —dijo ella—. Erika ahora es diferente, te lo juro, ella dijo que prefería que me llevaran los jueces de familia.

Él sólo suspiro.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—Creo que voy a tener que hacer algunos cambios en mi vida —Sara miró la hora y se levantó del sofá—. Gracias por escucharme, Pierre. Y gracias por regresar.

Él también se levantó, aunque estaba un poco pensativo.

—Por supuesto, puedes venir cuando quieras —dijo mientras la acompañaba a la salida—. Y no olvides mantenerme al tanto de todo.

—Sabes que lo haré —Sara sonrió—. No creo que muchas personas se sienten por más de una hora a escuchar los dramas de una adolescente con la misma paciencia que tú.

Con eso Pierre finalmente volvió a reír.

—Paciencia es mi segundo nombre.

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