Hold me tighter (HMT2) » Sug...

By thatsmyego

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Yoongi sigue necesitando a alguien que lo abrace fuerte. El único problema es que Hyesun ya no está para hace... More

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v e i n t i o c h o

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By thatsmyego

Las cosas no fueron tan mal como pensé después de que Hoseok se marchara. De hecho, todo se calmó. Yoongi tomaba todas las dosis de medicación sin rechistar, aunque poco a poco fue notando los efectos adversos. La somnolencia que le provocaba el litio le hizo perder su puesto como pianista en la orquesta de Seúl, aunque sí entró de nuevo al conservatorio. Alternaba las clases con las sesiones de psicoterapia, aunque él decía que no le hacían demasiado efecto. Los dos estábamos igual de ocupados que en Londres, o más, lo cual significaba que por fin todo había vuelto a la normalidad. Yo tenía tanto trabajo entre el hospital y la universidad que no celebré mi cumpleaños. Las cosas iban bastante bien, aparentemente. Ni siquiera Yoongi se fiaba de que las cosas fueran como la seda. Desde que le diagnosticaron, él tenía la idea de que iba a volver a empeorar en cualquier momento, de que todo iba a volver a torcerse. Tanto Hoseok como yo le dijimos que eso no iba a pasar. Le animamos a seguir con el tratamiento. 

Los dos estábamos tan ajetreados que ni siquiera nos saludábamos. Como mucho, desayunábamos juntos y cruzábamos algún par de palabras con Jimin. Por la noche, él estaba demasiado cansado como para hablar, y yo estudiaba hasta la madrugada mientras Yoongi dormía. O hasta que Yoongi se quejaba de que no estaba acostumbrado a dormir solo y me obligaba a meterme en la cama con él.

Yoongi vino a buscarme a la salida del trabajo una tarde inusualmente fría. Le vi a lo lejos, esperando fuera del hospital, con la cara hundida en una enorme bufanda negra, encogido sobre sí mismo por culpa del frío. Dejé al pequeño Jae en los brazos de sus padres, volví a por mi bolso, me despedí de Joon prometiéndole que le invitaría a un café al día siguiente y me marché, casi corriendo. Había escuchado una conversación telefónica entre Hoseok y Yoongi, así que supuse por qué el primero había venido a por mí. Según Hobi, el amor era como una planta: ''si no la riegas, llamará al jardinero''.  Estaba segura de que Yoongi estaba celoso de Joon; pasaba más tiempo con el castaño que con él, así que por eso Yoongi había venido a buscarme.

Aunque yo sabía que Kangjoon sentía algo por mí desde hace tiempo, sentí que era bastante más fuerte de lo que pensaba. Traté de mantener las distancias, pero éramos compañeros de clase y de trabajo, además de amigos. Era imposible no verle cada día a cada hora. 

Lo peor de todo es que Joon empezó a mover ficha. Aprovechó que Yoongi estaba ocupado con el conservatorio, las pruebas y las consultas para comenzar a acercarse más a mí. Y yo, como buena tonta enamoradiza, sabía que tenía un grave problema. ¿Pero qué le iba a hacer? Era guapo, alto, dulce, le gustaban los niños, les ayudaba, me ayudaba a mí y me invitaba a cafés. Era el candidato a yerno que toda madre desearía tener. 

Y luego estaba Yoongi. Callado, escueto, inestable, sin llegar al metro ochenta y pasando olímpicamente de todo, menos del piano. Pero, a pesar de todo, también seguía queriéndolo. 

Crucé la carretera que nos separaba y me acerqué a Yoongi. Él levantó la cabeza al verme.

— Hola. — le saludé, dando saltitos para entrar en calor. Hacía demasiado frío.

— Hola, ¿tienes tabaco? — directo, como de costumbre. — Necesito fumar.

— A seiscientos won los cien gramos. — bromeé. Yoongi rodó los ojos, bastante cabreado. — Lo siento. — sonreí algo avergonzada. No supe por qué seguía haciendo chistes de aquel tipo. — No, no tengo cigarros. Ya no fumo. ¡Y tú tampoco!

— Ya, bueno. — bostezó. — ¿Tienes dinero?

— No voy a comprarte cigarrillos, Yoongi. 

Chasqueó la lengua. — Joder, vale...

— ¿Estás bien?

— No. — respondió con rapidez, abatido. Suspiró. — He vuelto a quedarme sin plaza en la orquesta. Dicen que no tengo la energía de antes. Y que no me necesitan.

Hice un mohín. Cogí su mano, entrelacé mis dedos con los suyos y caminé despacio, a su lado. — Pues si no te necesitan, que se jodan. Ellos se lo pierden. Eres demasiado bueno para una mierda de orquesta que sólo sabe tocar villancicos y tiene dos conciertos por año. ¿Crees que deberías estar en la orquesta de Seúl? Yo creo que deberías estar en la filarmónica de Viena. — le dije, sonriendo. Le di un golpe suave con el hombro, para que reaccionara. — Anímate, anda. Tampoco es para tanto.

— Me da igual que esos gilipollas me digan que no sirvo para su mierda de orquesta, Hyesun. — dijo, dolido. — Es el puto litio. Lo odio. Es como si me dejara medio muerto.

—  ¿Lo has hablado con la doctora? A lo mejor te puede cambia-

— Esa zorra no sabe hacer bien su trabajo. Necesito un cigarro.— sentenció, tirando de mí hacia una calle con un estanco.

Quise seguir hablando sobre el tema, pero Yoongi me mandó callar todas las veces que lo intenté. Me di por vencida. Él parecía cansado, pero también bastante irritable, así que me ofrecí a llevar su mochila y compré un paquete de tabaco. Sólo le dejé fumar un cigarrillo que prendió con su querido mechero. Yoongi me dio las gracias dándome unas palmaditas en lo alto de la cabeza. Luego me ofreció una calada, pero la rechacé negando con la cabeza. Nos sentamos a la orilla del río, a pesar de lo helados que estábamos.

Le observé mientras fumaba despacio. Por un momento tuve la sensación de que Yoongi odiaba el sabor del tabaco. Volvía a verle alicaído, tenía miedo de que volviera a tener una recaída. No parecía tener el egocentrismo de siempre, y eso me preocupaba.

Me acurruqué contra él, apoyando mi cabeza sobre su hombro.

— No puedes dejar de tomar las pastillas...

— Y otra vez con el temita. Qué pesada eres. — se quejó, dando otra calada larga al cigarro.

— No soy pesada, sólo insisto mucho.

— Ya, y también eres violinista, no te jode. — Al menos conservaba su sarcasmo. Era una buena señal. Echó el humo por la boca, hacia arriba, para que el olor del tabaco no se quedara en mi pelo. — No dejaré de tomar las pastillas.

— Bueno, suenas convincente. Te daré otra oportunidad.

— ¿Cuántas oportunidades llevo ya?

— He perdido la cuenta... Pero qué más da. Tú sigue el tratamiento y haz lo que te diga la doctora. — cogí entre mis manos una de las suyas, la que tenía desocupada, y empecé a juguetear con ella. — Si dejas el litio, te irá peor.

— Vale, vale, lo sé. Tranquila. Te lo prometo.

— Tus promesas duran menos que un cig-

Lanzó la colilla al césped y tapó mi boca con fuerza. Le oí suspirar dramáticamente. — ¿Nunca te he dicho que estás mucho, muuuucho más guapa callada...?

Mordí su mano. Yoongi me miró fingiendo estar muy sorprendido, con la boca abierta en una exagerada forma de o. — Dijiste que tus promesas duran menos que un cigarro.

— Eso va a estar persiguiéndome toda la vida, ¿verdad?

Asentí, riéndome. — ¡Sí; eso te pasa por decirlo!

Bufó algo. — Bah, para algo que iba en serio... Eres una rompemomentos.

*****

Volvía a estar sola en el apartamento. Aproveché para estudiar en silencio antes de que Jimin viniera emocionado contándome sus experiencias -de todo menos religiosas- con la rubia que le gustaba, o antes de que Yoongi llegara y se pusiera a aporrear el piano. Bueno, realmente no lo golpeaba, simplemente interpretaba las partituras que le daban sus profesores. ¿Pero en qué narices pensaban los músicos y compositores para hacer esas obras?

El rey de Roma apareció algo más tarde de lo normal. Intenté no preocuparme mucho y no hacer demasiadas conjeturas; que Yoongi llegara unos veinte minutos más tarde no significaba nada... Aunque en Londres, los veinte minutos del principio acabaron por ser horas. Suspiré mientras salía de la habitación. Quizá tenía un trauma o algo similar.

Caminé hacia el pasillo hasta encontrarme con Yoongi. Me paré en seco. Abrí los ojos como platos y ahogué un grito. Él se tuvo que apoyar en la pared para quitarse las botas.

— No me mires así, sólo me he tropezado. No estoy borracho. — me dijo, desatando los cordones de sus nuevas Dr. Martens. Me devolvió la mirada, pero con mucha más superioridad, casi como si yo le diera asco. — ¿Qué?

— ¡Tu pelo!

— Mi otra opción era rapármelo.

Sonreí. Echaba de menos ese color verde menta en su cabello. Me acerqué para despeinarle, pero me esquivó, agachándose. Pasó corriendo a mi lado y se fue directo al piano. Sólo habían pasado un par de días desde que la psiquiatra de Yoongi había reducido la dosis de sus pastillas, así que era imposible que estuviera tan ágil y tan espabilado en tan poco tiempo. Entrecerré los ojos.

— Oye, Yoongi...

Él se acercaba con urgencia al teclado. Giró la cabeza para verme y enarcó una ceja. — ¿Qué?

— ¿Te has drogado?

Soltó una de sus carcajadas sarcásticas, se humedeció los labios y negó con la cabeza, agitando su pelo recién teñido. — No, ven y cachéame si quieres. No tengo nada.

Empecé a meter las manos en los bolsillos de su chaqueta  nada más llegar a su lado. Él sonreía con algo de malicia. No encontré nada, así que pasé a revisar los bolsillos de sus pantalones. También revisé sus brazos y su nariz, apretando sus mejillas con mi mano y echándole la cabeza hacia atrás. Le miré interrogante.

— No sé si creerte.

Se encogió de brazos, indiferente. — Tú verás. No he hecho nada. Te lo juro.

Saqué su cartera del bolsillo interior de su chaqueta. La abrí despacio y vi cómo a Yoongi se le oscurecía el rostro. Frunció ligeramente el ceño. Ya no parecía tan confiado. Saqué unos cuantos billetes arrugados y su tarjeta de crédito. Miré los cantos. Nada sospechoso. Hice una ligera mueca antes de encontrar la pequeña bolsa de plástico con contenido blanco que estaba buscando. La cogí entre el índice y el pulgar, como si fueran pinzas, y la alcé para que Yoongi la viera bien.

— No soy tonta, cielo. Sé que no es azúcar glacé. Ni harina.

Me fulminó con la mirada. Apretó los puños, pero metió las manos en los bolsos de la chaqueta. — Oops, me has descubierto. Una pena. Es mía, así que dámela.

Puse una mano en su pecho para evitar que cogiera la bolsita. — ¿Cuál es tu excusa ahora, Yoongi?

— Nena, tengo que aprenderme un concierto entero para piano y orquesta y esta es la forma más fácil de mantenerme despierto. — dijo, hablándome como si fuera una niña pequeña. — La cocaína es la droga más consumida en el mundo. Hasta los cirujanos toman coca. Vamos, es una niñez. Pruébalo, ya verás. ¡Es como si tomaras mucho café, pero mejor!

— Yoon-

Me quitó la bolsa con un movimiento rápido. — Era coña. No lo hagas.

— Dámela. — le ordené, bastante cabreada y firme.

Volvió a reírse, mucho más alto. — Hyesun, cariño, no pongas esa carita. Pareces un gato enfadado.

Se acercó a mí y trató de poner sus manos en mi cintura, sonriendo. Le alejé de un manotazo que pareció ofenderle bastante. Yoongi chasqueó la lengua. Después suspiró, como si intentara calmarse.

— En vez de llevarte a un psiquiatra, debería haberte llevado a un centro de desintoxicación. — comenté. Me abalancé sobre él y le arrebaté la bolsa de las manos antes de que pudiera protestar. Me aparté unos cuantos pasos, hacia atrás. — Esta va a ser la última vez. ¿Entendido?

— Sí, señora. — bufó.

— No te muevas. — le advertí, señalándole amenazadoramente con el índice. — Quédate quieto o si no...

— O si no, ¿qué? ¿Vas a matarme a besos? — replicó, juguetón.

— O si no me cargo el piano. — fue lo primero que se me ocurrió.

Él se quedó en silencio, apretando la mandíbula. Corrí escaleras arriba, hacia el baño, antes de que él echara también a correr. Me alcanzó en los últimos escalones. Yoongi agarró con tanta fuerza mi camiseta que casi la rasgó al tirar de ella. Conseguí alcanzar el picaporte del baño, pero sólo lo rocé con las yemas de los dedos porque Yoongi me empujó hacia atrás. Me preparé para caer al suelo. Puse las manos detrás de mi espalda para evitar así que Yoongi recuperara la droga. Él volvió a empujarme. En vez de golpearme contra el suelo de madera, reboté en el colchón. Tenía a Yoongi encima, mirándome de cerca, con los ojos rojos y cara de estar muy enfadado.

— Dámela, — repitió —  si no quieres que te la quite yo. Vamos, dámela.

Continué con las manos detrás de mi espalda. No dije nada, me limité a sostener su mirada desafiante. Yoongi perdió la paciencia. Agarró mis brazos sin delicadeza alguna, los retorció y logró, a la fuerza, que yo reitrara las manos de mi espalda. Recuperó la pequeña bolsa, pero yo me apresuré a cogerle del cuello de la chaqueta. Tiré de él hacia mí.

— Elige. O yo, o la cocaína.

A pesar de estar drogado, Yoongi se lo pensó dos veces. Me observó bien, de arriba a abajo, y se rascó la nariz mientras sopesaba la propuesta.

— La coc... Tú, claro, por supuesto. Tú. — dijo, asintiendo. Dejé de agarrar su chaqueta. Yoongi soltó una risilla. — Bueno, si tengo que elegir solo una, te prefiero a ti.

Señalé con desgana la puerta cerrada del baño. — Entonces, tírala.

Yoongi gruñó e intentó besarme. Como una mano en sus labios no fue suficiente, acabé poniendo mi pie en su cara. Eché su cuerpo hacia atrás, aumentando la distancia entre nosotros. Él se quedó quieto. Yo volví a señalar con la cabeza el baño.

— Si la tiro, ¿luego podemos foll-

— Vamos, Yoongi. Date maña.

Se levantó de la cama de Jimim, resignado, me dirigió una mirada envenenada una última vez y fue al baño, refunfuñando. Abrió la puerta de un golpe.

Le seguí de cerca. Observé, desde el marco de la puerta, cómo Yoongi abría la bolsa de plástico con cierta molestia.

— La de cosas que hago por ti, ¿eh? — me dijo, sin mirarme, con un tono que concentraba bastante rencor. Echó todo el polvo blanco de la bolsa al váter. Tiró de la cadena y vio desaparecer los últimos gramos. — Joder. He tirado cinco mil won a la mierda.

— También la bolsa. Tírala.

Tiró la bolsa al suelo sin mucho cuidado, clavó la vista en el techo un par de segundos y suspiró, cruzándose de brazos. Después, con un aura completamente distinta, se acercó a mí y puso su índice debajo de mi barbilla, obligándome a mirarle directamente a los ojos. Vi sus pupilas dilatadas.

— Pienso tocar el piano toda la puta noche y no te voy a dejar dormir, cariño.

— Como quieras... — No quise parecer asustada, así que me concentré en sus orbes oscuros.

Yoongi apretó los labios. Resbaló su índice por mi cuello, casi hasta el hueco entre mis clavículas, me miró con rabia una última vez y se marchó escaleras abajo, protestando. Yo suspiré, soltando todo el aire que había retenido. Me quedé apoyada contra la pared mientras oía cómo Yoongi arrastraba la banqueta del piano, abría la tapa y empezaba a calentar las manos haciendo arpegios, bastante rápido. Ese era sólo el principio. Bajé las escaleras con calma, preparándome mentalmente para una noche interminable de sonatas y conciertos para piano a todo volumen. Iba muy en serio con eso de no dejarme dormir.

Pasé por detrás de él, pero no me acerqué demasiado. Al llegar a la puerta la habitación de invitados, me volteé y miré la espalda encorvada de Yoongi.

— Espero que no haya una próxima vez. — le advertí. Quizá lo dije demasiado bajo; él no pareció escucharme. O me ignoró. Suspiré por enésima vez. 

Antes de que yo entrara a la habitación, Yoongi dio una patada a uno de los pedales del piano. Dio un brinco, asustada. No me había esperado el golpe, y tampoco que volviera a drogarse. Le observé de reojo, evitando girarme del todo. Me di cuenta entonces de que tenía miedo.

— ¿Puedes dejar el tema de una puta vez y cerrar la bocaza? Sólo intento estudiar sin dormirme en el intento. — soltó, enfadado. Su voz rasposa hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. Yoongi también evitó el contacto visual unos cuantos segundos, pero luego torció el tronco para mirarme, sentado aún en la banqueta del piano. — No digas nada. Cállate.

Fruncí el ceño. Debería saber de sobra que era incapaz de quedarme en silencio. — Yoongi, no puedes seguir drogándote. ¿No te das cuenta de que-

Su risa sarcástica me interrumpió. Me miró con una sonrisilla burlona. — ¿Vas a darme una de esas charlas de madre?

— ¡Hazme caso! — lloriqueé al ver que Yoongi volvía a tocar el piano, ignorándome por completo. — Si sigues así, volverás a irte a pique. ¡Estabas bien! 

— No lo estaba. 

— Sí, Yoongi. Estabas estable. — dije. Él bufó y maldijo en bajo. — Tienes que llevar el tratamiento al pie de la letra. No puedes dejar de tomar el litio y ponerte hasta las trancas de coca, joder. ¡Dijiste que estabas limpio!

Despeinó su propio flequillo verde. Di un paso hacia atrás, agarrándome al marco de la puerta; supe que Yoongi iba a gritarme. Normalmente no lo hacía, pero se volvía tres veces más  cuando irritable y voluble cuando estaba bajo los efectos de la droga. Y por si fuera poco, llevaba menos de un mes medicándose para tratar su trastorno bipolar.  Le vi apretar la mandíbula, tensar los músculos del cuello y alzar la cabeza despacio, casi a cámara lenta. 

— ¡No estaba bien! Ni siquiera sabías cómo me sentía. Es terrible, y no tienes ni puta idea. Así que cállate, Hyesun. — exclamó, levantándose de su asiento tan rápido que tiró la banqueta al suelo. 

— Pero-

— Quiero tocar el puto piano. — sonó tan amenazador que me limité a asentir.

Yoongi pareció satisfecho. Esperé a que volviera a sentarse en la banqueta, la cual recogió del suelo con desgana. Él respiraba con algo de dificultad, como si estuviera teniendo un ataque de pánico o algo por el estilo. Seguramente necesitaba una nueva dosis. Se frotó los ojos con una sola mano, apoyó la otra sobre el teclado, abrió un libro de partituras que tenía sobre la tapa abierta del piano y empezó a tocar de nuevo, pasando de mí. 

Entré a mi habitación. Me dejé caer sobre la cama, abatida.

— Cálmate, Hyesun. — me dije a mi misma, en alto. 

Volvía a tener esa especie de crisis nerviosa en la que me preguntaba qué narices había salido mal para que Yoongi volviera a recaer. Creí que estaba bien dentro de lo malo, pero me equivocaba. De repente, la habitación empezó a hacerse más pequeña. Sentía que las paredes se iban cerrando sobre mí. 

Vi el paquete de tabaco que había comprado a Yoongi en mi bolso. Cerré los ojos con fuerza, pataleé y lo alcancé. Sólo me quedé contemplando los cigarros blancos dentro de la caja de cartón, cuestionándome seriamente si debía fumar o no. Lo lancé al suelo, resistiéndome a la tentación. Me mordí la yema de los dedos. Solía hacerlo cuando estaba nerviosa y no tenía una mano ajena para jugar con sus dedos. Rebusqué mi teléfono móvil entre todo lo inservible que llevaba el bolso, aunque acabé volcándolo todo sobre el colchón. Yoongi seguía tocando el piano cuando yo empecé a escuchar unos pitidos al otro lado de la línea de teléfono.

Jungkook no contestó.

Le llamé un par de veces más, pero continué sin respuesta. Procuré no alarmarme demasiado.

Al rato, Yoongi cerró de golpe la tapa del piano. Volví a dar un respingo. ¿Por qué estaba tan asustada?

Llamó a la puerta de la habitación, con insistencia, pero no la abrió. Me levanté de la cama con lentitud. Sólo entreabrí la puerta. Asomé la cabeza para toparme con un Yoongi bastante molesto que se mordía el labio inferior y movía rítmicamente los dedos de las manos, inquieto.

— ¿Qué... quieres?

— Un cigarro.

Sin pensármelo dos veces, cogí el paquete de tabaco rápidamente y se lo di, entero. Yoongi se rió, entre victorioso y burlón. Le empujé con suavidad hacia atrás, como diciéndole ''déjame en paz'' de una manera bastante sutil, pero surgió el efecto contrario. Yoongi abrió de par en par la puerta, guardó la caja de cigarrillos en el bolsillo trasero de su pantalón y se acercó a mí con aires de superioridad.

Entornó los ojos. — ¿Me tienes miedo?

— No, Yoongi. — me apresuré a decir antes de que se diera cuenta de que era cierto. Realmente, no tenía miedo de él, si no de los efectos de la cocaína.

Me hizo caminar hacia atrás hasta que mis corvas chocaron con la cama. Él me agarró de la manga de la camisa para evitar que me cayera hacia atrás. — Ah, ¿no me tienes miedo?

— No. — respondí sonando muy segura de mí misma. 

— Vale, mucho mejor.

Yoongi puso una de sus manos en mi mejilla, con dulzura. Acercó sus labios rosados a los míos. Cerré los ojos casi automáticamente, calmada, como si el tacto cordial de Yoongi fuera una valeriana. Por un momento pensé que me daría uno de esos besos suaves, agradables y lentos por cómo acortaba la distancia entre nosotros, pero volví a equivocarme una vez más. Me besó con una rudeza inesperada, como si estuviera ansioso por hacerlo. Fue tan brusco que nuestros dientes se chocaron. Protesté, golpeé su espalda y acabé forcejeando con Yoongi, sin mucho éxito. Él me empujó a la cama aprovechando que necesitaba algo de aire. Tuve que volver a poner el pie en su cara para evitar que se abalanzara sobre mí.

— ¡Yoongi! — exclamé, horrorizada. 

Dijo algo contra mi pie. Agarró mi tobillo y se quitó mi pie de la cara, molesto. — Dijiste que no me tenías miedo...

No supe qué decir, así que me arrastré por encima de la colcha y me alejé de Yoongi lo más rápido que pude. No me gustaba que estuviera así. Volvía a ser alguien distinto, no el Min Yoongi que yo amaba. En sus ojos enrojecidos pude ver esa chispa de demencia que en el fondo sí me intimidaba. Me pegué a la pared, alisé mi camiseta y salí de allí de espaldas, observando todos los movimientos de Yoongi. Esperé a que saliera detrás de mí, pero se quedó quieto.

— Si vas a seguir así, prefiero no estar contigo. — le dije, o más bien, le advertí.

Él ladeó ligeramente la cabeza, y sin añadir nada más que un suspiro leve, me dejó marchar.

Escuché cómo Yoongi volvía a tocar su querido piano cuando estaba doblando la esquina de la calle empinada donde se encontraba el apartamento. Salí de allí sólo con mi teléfono móvil a punto de morir y un par de billetes; puede que ni siquiera tuviera para cenar en un restaurante. Aproveché la poca batería de mi teléfono y llamé a Jimin. No me contestó, así que opté por dejarle un mensaje, advirtiéndole de que Yoongi había vuelto a drogarse y que estaba tocando el piano de nuevo sin pausa. Jimin no respondió al mensaje.

Di vueltas por las calles transitadas de Seúl hasta que el reloj de mi muñeca marcó las once de la noche, intentando dejar la mente en blanco y no pensar demasiado en Yoongi. Decidí volver al apartamento. De camino, compré té caliente y una simples galletas. 

Pasé por la puerta de la casa de Kangjoon. Me pregunté si merecería la pena llamar al timbre. Lo hice.De todas formas, no me esperaba nada bueno en el apartamento de Jimin.

Esperé pacientemente a que alguien abriera la pequeña valla metálica que me prohibía el paso. Tomé el último trago del té.

Joon apareció revolviendo su cabello castaño, vestido con los pantalones de un chándal y una sudadera gris, sin capucha, descalzo. Se sorprendió bastante al verme. Abrió la puerta de su casa de par en par. Se acercó a mí para quitar el seguro a la valla y poder dejarme pasar.

— ¿Qué haces aquí? — preguntó con sequedad, por culpa de la sorpresa.

Me encogí de hombros sin saber muy bien qué responder. — Vengo a hacerte una visita.

— ¿Qué va mal con el peli-gris? — Siempre daba en el clavo.

— Ahora vuelve a ser peli-verde... 

— De tanto tinte se va a quedar calvo. No le está mal empleado. — dijo él, con rencor. Hizo un gesto perezoso con la cabeza, invitándome a pasar. — Entra, vas a quedarte helada ahí fuera. ¿No tienes frío?

Negué enérgicamente con la cabeza. Le di las gracias por dejar que me quedara allí. Nos sentamos juntos en el suelo, junto a una enorme mesa baja de madera que ocupaba toda la pequeña sala de estar, y estudiamos sin ganas. Acabamos tomando un café a la una de la mañana mientras él insistía en que me merecía algo mejor que Yoongi.



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