Hold me tighter (HMT2) » Sug...

By thatsmyego

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Yoongi sigue necesitando a alguien que lo abrace fuerte. El único problema es que Hyesun ya no está para hace... More

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I
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v e i n t i d ó s

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By thatsmyego

Yoongi, días después, volvió a negarse a levantarse de la cama. Durmió casi un día entero, prácticamente veinticuatro horas. Jimin creía que Yoongi mejoraba porque había dejado de llorar silenciosamente por las noches, o porque ya empezaba a utilizar su sarcasmo con la misma frecuencia, pero empezó a dormir demasiado y la supuesta mejoría se esfumó.

Al principio estuvimos convencidos de que dormía mucho por los efectos secundarios de la medicación, que le hacía sentirse somnoliento, pero se me ocurrió revisar los blisters de las pastillas. Sólo debía tomarse tres al día; comida, desayuno y cena. Sólo llevaba desde el principio de la semana con la medicación, así que hice cuentas y descubrí que había más huecos de lo que debería. Yoongi se tomaba más pastillas al día de las que le habían recomendado. Habíamos dejado que él controlara el tema de la medicación principalmente porque se había empeñado en que no necesitaba la ayuda de nadie, pero tanto Hoseok, como Jimin y como yo nos dimos cuenta de que había sido un tremendo error.

Así que tuvimos que esconder los medicamentos y dárselos a Yoongi bien dosificados, como si fuera un niño pequeño.

Otro error.

Tomaba una dosis diaria tan alta que reducirla de golpe sólo causó que Yoongi volviera a hundirse de nuevo. Estábamos tan desesperados por verle mejorar que no caímos en ese error. En la revisión semanal, su psiquiatra dijo que iniciaría un nuevo tratamiento y que sus depresiones, según sospechaba, podrían llegar a durar seis meses si no las trataban rápidamente. Quise llorar, gritar y subirme al escritorio de la doctora Kim, pero me limité a asentir y a repetir que cuidaría muy bien de Yoongi.

Entretanto, él empezó a desesperarse.

A sentirse ansioso por nada, sin motivo; a llorar tirado en el suelo, a golpear las paredes, a quemar trozos de partituras que él decía que nunca iba a volver a interpretar, a quedarse inmóvil en la cama y a morderse las uñas hasta casi arrancarlas de cuajo.

Decidí pausar mis tardes-noches de estudio para estar con él. Me dolía demasiado verlo así, y me dolía aún más tener que dejarlo solo por las tardes. Tampoco fui a trabajar al hospital de día con Kangjoon; la doctora Kim, que también era mi jefa, dijo que no era necesario que fuera si mi prioridad era cuidar de Yoongi. Además, él me necesitaba. Sí que acudía a mis clases en la universidad. Joon se encargaba de hacer todo más liviano. Quise agradecerle su ayuda invitándole a comer, o regalándole algo, pero rechazó todas mis propuestas. Creo que la primera vez que sonreí en unos quince días fue cuando Joon me dijo que no quería ningún regalo porque lo único que él necesitaba era verme feliz.

Yoongi intentó suicidarse varias veces a pesar de que estuvimos a su lado.

Lo primera vez que lo intentó fue un lunes, atiborrándose una vez más con píldoras que le sobraron de la última vez que intentó quitarse la vida. No se ganó un lavado de estómago, pero Jimin le hizo vomitar dándole café frío con bastante sal. No se dio por vencido y volvió a cometer un intento de suicidio cinco días después. Yoongi intentó ahorcarse con las toallas del baño. Él mismo se debió de dar cuenta de que no merecía morir, por eso no me enteré de lo sucedido hasta que vi las marcas violáceas en su cuello. Trató de esconderlas con bufandas o jerséis, pero me di cuenta al abrazarle y pasar mi mano por su nuca. La doctora Kim se preocupó tanto por él que, de vez en cuando, llamaba por teléfono. Las consultas empezaron a ser diarias, no semanales. La mujer nos dijo que lo único que podíamos hacer era esperar a que Yoongi se acostumbrara al tratamiento.

Dejamos que el tiempo le curara, y después de un mes, por fin Yoongi mejoraba.

Era una tarde oscura y triste de noviembre. Esperaba a Yoongi sentada en la pequeña sala colindante al despacho de la psiquiatra, enfundada en un abrigo igual de gris que aquella tarde, moviendo las piernas con nerviosismo. Solté un suspiro justo cuando Yoongi, vestido con una impoluta camisa blanca, apareció por la puerta. Intenté descifrar su expresión neutra, pero no conseguí sacar nada en conclusión. Enarqué las cejas esperando alguna reacción, alguna palabra, algo.

Él suspiró también, aliviado a más no poder, asintiendo ligeramente. Me sorprendió que me enseñara su dedo pulgar, dando a entender que todo había salido bien. Llevaba unos papeles en la otra mano.

— No tengo que volver hasta dentro de cinco días. — dijo, agachando la cabeza con una sonrisilla de soslayo que me hizo ver que de verdad había mejorado.

Me levanté de golpe. — ¿¡En serio!?

Yoongi me imitó, abriendo los ojos y la boca, fingiendo estar sorprendido. Abrió los brazos y movió la cabeza de una forma ridícula. — ¿¡En serioooo!?

— No te creo.

Chasqueó la lengua, me fulminó con la mirada y se apoyó contra el marco de la puerta de la pequeña sala de espera con los brazos cruzados sobre el abdomen. — Me gusta que confíes en mí tanto. Sí, mmh, noto la confianza desde Pyongyang. — replicó, sarcástico. Señaló con hastío el pasillo.— Pregunta a la doctora si quieres. ¿Por qué crees que tengo la necesidad de mentirte?

Cuando la doctora Kim corroboró que ya no era necesario que Yoongi fuera a consulta cada día, corrí hacia él y le abracé durante por casi diez minutos, riéndome como una loca. Poco más y me internan en el centro psiquiátrico.

— Estás bien, ¡estás bien! — repetí yo, colgada del cuello de Yoongi. Él correspondió al abrazo con una sonrisa que me hizo querer abrazarle por una hora más. Ahogué un gritito de emoción, le cogí de la mano, tiré de él hasta la consulta una vez más y le obligué a hacer una reverencia de noventa grados a la doctora. Yo también doblé la espalda para agradecer el trabajo a la mujer. — ¡Gracias!

Yoongi se deshizo de mi agarre enseguida, molesto, agitándose como un cachorro. Caminó por delante de mí unos cuantos metros. Sin darse la vuelta, todavía dándome la espalda, estiró el brazo hacia atrás y me tendió su mano.

— No, no me des la mano. Sólo quiero tu abrigo, tengo frío.

— ¡No controlo el puto tiempo, Yoongi! — protesté con una resignación fingida.

Empezó a reírse. — ¿Por qué me robas las frases?

Me quité el abrigo de paño gris, lo puse sobre los hombros de Yoongi y dejé que él lo acomodara y abrochara un par de botones antes de salir del hospital. Me pareció curioso que el abrigo le quedara casi mejor que a mí. — No lo sé, supongo que lo hago por recordar los viejos tiempos.

Él volvió a enseñarme su mano, con los dedos separados para que yo entrelazara los míos con los suyos. — Vamos a recordar viejos tiempos entonces.

*****

Milagrosamente, no llegué congelada a la casa de Jimin. Yoongi y yo cogimos el metro hasta allí para poder abrigarnos antes de salir a dar un paseo por el centro de Seúl. Estaba segura de que hacía mucho más frío del que debería hacer en noviembre porque salí de la casa con dos capaz de ropa más. Yoongi simplemente cogió un abrigo y se puso uno de sus archiconocidos jerséis negros. Dejé una nota a Jimin para avisarle de que no estábamos en casa porque habíamos salido, no porque Yoongi estuviera ingresado en el hospital o algo por el estilo.

Después, caminamos hasta la orilla del río. Yoongi permaneció en silencio todo el rato, con la cara ligeramente hundida en el cuello de su jersey de punto, puede que resguardándose del frío, o quizá ocultando que fruncía los labios con nerviosismo. No solté su mano a pesar de que hacía bastante frío como para no llevarlas en los bolsillos, pero él sí me soltó para acercarse al césped que cercaba el río. Caminó cuesta abajo con toda la tranquilidad del mundo, encajó las manos en los bolsillos de su abrigo marrón, encogido de frío, y se dejó caer el en suelo. Se sentó con las piernas cruzadas, mirando el agua.

Reconocí el lugar.

— ¡Aquí perdiste tu bota! — exclamé, desde lo alto de la cuesta. De sólo recordarlo, me reí. —Bueno, realmente te la quitaste y la lanzaste al río...

Me miró desconcertado cuando llegué a su lado después de bajar torpemente la cuesta. — No lo recuerdo.

— Estabas borracho.

— Ahora tiene sentido... — Me siguió con la mirada mientras me sentaba a su lado. — ¿Cuántas veces me has aguantado borracho?

— No sé. Muchas. Perdí la cuenta.

Yoongi hizo una mueca. Pensé que iba a disculparse, pero no dijo nada. Cambió de tema, como solía hacer cuando algo le incomodaba. — Me acuerdo de que viniste aquí con tu amigo. El castaño. Ese que me cae mal.

— Joon.

— Sí, como se llame. No te he preguntado su nombre. — Bufó, arrugando la nariz, con cara de asco. — Y me acuerdo de que acabaste llevándome a tu casa.

— Sí, pero fue Jungkook quien te llevó a la cama como si fueras una princesita, Yoongi.

— No me gusta que utilices el término "princesita" y mi nombre en una misma frase...— gruñó. Yoongi abrazó sus rodillas. — ¿Quieres que te cuente un secreto...? — Se llevó el índice a los labios para que yo no dijera nada y asintió con los ojos cerrados y aires de superioridad. — Sé que estarás pensando que esto es una conjunción astral, que es el fin del mundo o que estás alucinando porque Min Yoongi va a contarte su secreto, pero tranquila, todo eso es mentira. Estás sana y a punto de escuchar las sabias palabras de Min Yoongi.

— Dios mío, ¡no me lo puedo creer!

Soltó una carcajada. Luego resopló. — ¿Puedes dejar de ser tan sarcástica? Gracias.

— Venga, cuéntamelo. Seguro que no es para tanto.

— Estoy embarazado.

Batí las pestañas, incrédula, sin dar crédito. — ¿Se supone que tengo que reírme o...?

— No hace falta. Admito que ha sido una mala broma. Lo siento.

— ¿Sigue en pie lo del secreto? Es para que se me olvide el chiste más terrible de tu vida.

— Mmmh... — miró hacia el césped pensativo. — No es un secreto, es más bien un hecho... Siempre he pensado que estás muy buena, y nunca te lo he dicho.— Le fulminé con la mirada. Yoongi se limitó a encogerse de hombros. — ¿Qué? No sabía que decir. Ya está. Ya te he dicho algo que me he guardado siempre.

— Creo que debería pasártelo por alto sólo porque acabas de salir de una consulta y estoy contenta porque has mejorado de una puñetera vez.

— Gracias, supongo.

— ¡Atención: Min Yoongi da las gracias y pide perdón! ¡Impresionante! ¡Y no ha dicho ni un solo taco en toda la tarde!

Se tumbó en el césped con un suspiro bastante cansado y estiró los brazos sobre el suelo verde. — He decidido que voy a pedirte perdón todas las veces que pueda, aunque sé que nunca me perdonarás todo lo que te hice. Lo siento. No sabía lo que me estaba pasando. Eran impulsos. Y era terrible. Me sentía bien, ni siquiera me daba cuenta del daño que te estaba haciendo. Es como si fuera hasta arriba de coca sin estarlo, y luego, se te pasa el efecto y te sientes un monstruo. Así que lo siento por todo lo que pasó en Londres. Y lo siento por todo lo que pueda pasar.

Le sonreí. Por alguna razón, oír cómo se disculpaba conmigo me hizo sentir realizada, como si por fin hubiera cumplido mi cometido con la vida. — Creo que ahora te guardo un poco menos de rencor. — bromeé.

— Está bien si me guardas rencor. Es lo menos que puedes hacer. Si yo fuera tú, me odiaría a muerte.

— Creo que me gusta este Yoongi.

— No te emociones mucho.

— Sí, se te pasa muy rápido el romanticismo.

Abrió la boca como si acabara de tener una iluminación divina. — Ah, gracias, por cierto.

— ¿Por qué?

— Pues, por... acompañarme al hospital, quedarte conmigo y todas esas cosas que no voy a decir porque son demasiado empalagosas. Sólo quería decírtelo antes de que se me olvidara. El litio me causa lagunas mentales.

— De nada. — canturreé.

— ¿Vas a ir a la fiesta del sábado? — Preguntó, de la nada. Me encogí de hombros. Seguramente, Yoongi había oído hablar a Jimin de una fiesta que habían organizado aquel día. Mi amiga Sunhee, que siempre me decía que debía salir de fiesta al menos una vez al mes, también me dijo algo sobre aquella fiesta universitaria. — Deberías ir por mí.

— No. — dije, firme. — ¿Crees que te voy a dejar solo para irme a una fiesta con tíos babosos en cada esquina? No. Si fueras tú, te acompañaría, pero tampoco pienso dejarte probar ni una sola gota de alcohol. Además, iba a recibir tus llamadas cada cinco minutos pidiéndome que volviera porque Hobi te harta.

—Te servirá para despejarte. Yo estoy bien, puedo quedarme solo, y si hace falta, puedo aguantar a Hoseok.

— No voy a ir.

— Quiero que vayas.

— ¿Qué estás planeando?

— Nada.

— Yoongi.

— A que no tienes los huevos suficientes para ir y volver completamente sobria. — preguntó, retándome con la mirada. — ¿A que no?

— Así que te gusta ponerme a prueba, ¿eh? Vale. ¿Es eso lo que quieres?

— ¿Te parece poco?

— Soy muy — dije, intensificando la última palabra —, capaz de volver de una fiesta con cero alcohol en sangre.

— Lo dudo.

— Venga ya, Yoongi. No sé que tienes en mente, pero no voy a ir a la fiesta. Parece mentira que no me conozcas.

— Hye, creo que deberías ir, en serio. — insistió él, socarrón. — No planeo nada. Te lo prometo.

— Fuiste tú quien dijo que tus promesas duraban menos que muchos cigarros.

— Vale, vamos a apostar algo.

Al escuchar la palabra "apuesta, puse toda mi atención en Yoongi, cruzada de brazos. Debería saber que apostar algo con algún Jeon era una estupidez, porque fuera como fuera, los Jeon tenían que ganar. Sí, Yoongi seguramente lo sabía, porque de lo contrario, no me hubiera dicho que quería apostar algo con una sonrisa divertida en la cara.

— Sé que estás tramando algo. No puedes mentirme.

— Pero sí puedo convencerte de que vayas a esa fiesta si te digo que si llegas sobria a casa, te compraré flores cada domingo lo que queda de año. Y también haré las cenas, los desayunos y puede que las comidas si te apetece volver al apartamento en el receso de la uni.

— Y también dejarás de fumar. — añadí.

— Vale.

— ¿Qué coño estás planeando?

— Tengo el cerebro frito, no puedo apenas pensar. ¿Qué iba a planear? Sólo quiero que vayas, bebas, pierdas y te quedes sin flores.

— Seguro que lo hace-

— Es para que me dejes en paz de una vez, para que dejes de preocuparte por mí y para que te lo pases bien por una puta vez. Sin mí, joder.

Resoplé, aunque oírle maldecir por primera vez en mucho tiempo me hizo esconder una sonrisa. — Vale, vale. Iré. Me lo pasaré bien y volveré completamente sobria. Vas a arruinarte porque haré que me compres las rosas más caras que haya.

*****

Me lo pasé genial. Al menos con las dos primeras copas. La fiesta era en un club del centro reservado solo y exclusivamente para algunos estudiantes. En teoría, yo no podía pasar porque no superaba los veintiún años, pero Jimin me coló entre algunos amigos suyos.

Estuve casi todo el rato con él, desde la primera copa hasta que sin ton ni son acabamos dándonos el lote apoyados sobre un altavoz roto. Perdí la cuenta de veces que agarré su culo, pero estaba tan borracha que dejó de importarme. Dejó de importarme todo, en el fondo. Me olvidé de Yoongi prácticamente toda la noche, también me olvidé de que a la mañana siguiente iba a tener una resaca terrible. Con la tercera copa empecé a sentirme algo peor. Ni siquiera sabía qué era. Simplemente dejaba un gusto dulce en mi boca y quemaba mi garganta. Volví a besarme con Jimin. Él también estaba borracho. Seseaba, llevaba unas gafas de sol que ni siquiera eran suyas y bailaba como si estuviera danzando alrededor de una hoguera para invocar a algún espíritu. Yo, también como una dichosa cuba, me reía de cada estupidez que hacía o decía Jimin. Ni siquiera sabía si lo que decía era gracioso, simplemente me reía.

Llegó la cuarta copa, y con ella, los mareos y lamentaciones. La música empezó a parecerme más alta, más mala y más abusiva para mis oídos. Las luces comenzaron a dañarme la vista, las personas a molestarme y la cabeza a darme vueltas, así que sin decir nada a nadie, me fui, con una botella de yo que sé qué en una mano.

Caminé con los zapatos en la mano contraria durante varias manzanas, sin rumbo. No eran tacones altos siquiera; me los quité y los llevé en la mano sólo porque vi a unas chicas que hacían lo mismo y mi mente de borracha supuso que era más cómodo andar descalza por la calle.

Me di cuenta de que estaba perdida cuando llegué a la orilla del río. No supe qué hacer. Casi al borde del llanto, me dejé caer en un banco de cemento y saqué mi teléfono. Veía borroso, así que me costó bastante buscar y llamar a Yoongi.

Me pregunté si era la correcto, pero estaba ansiosa por escuchar su voz. Me pegué el teléfono a la oreja con ambas manos y esperé a que él respondiera a la llamada.

Descolgó.

— Yooongiiiiii... — lloriqueé, sollozando.Hubo un momento de silencio interrumpido por mi hipo nervioso. Yoongi, al final, comprendiendo que estaba ebria, se rió a carcajada limpia. Por si fuera poco, yo se lo solté: — Yoongiii, estoy muy borracha...

Su risa ronca también me hizo reír. — ¿Lloras por eso?

— N-no. Estoy perdi- — hipé—, perdida. ¡No sé dónde estoy!

— Pon el GPS.

— No, Yoongi... Yoongi te echo de menos, ven a buscarme... Porfi... Por favor...

— Esto es muy divertido.

— ¡No! N-no, porque estoy perdida... Yo... mmmh, sólo veo el río. — Le escuché resoplar y decir algo que no capté. Su voz ronca me calmaba, y en casos como aquel, cuando yo estaba borrachísima, me encendía como si yo fuera su mechero. Hipé otra vez. — Yoongi, me gusta mucho tu voz...

— Voy a buscarte ahora, puede que tarde horas porque hay kilómetros y kilómetros de río.

— Dime algo sexy.

Volvió a suspirar. — Caracol.

Grité, pataleé, lloriqueé y solté unos cuantos improperios. — ¡No es eso!

— Te lo diré más tarde.

— Mmh, vale...— me reí como una niña pequeña, ilusionada. — ¿Vas a venir a buscarme, papi?

— Joder, estás como una putísima cuba. Sí, iré a buscarte... Qué remedio.


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