Hold me tighter (HMT2) » Sug...

بواسطة thatsmyego

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Yoongi sigue necesitando a alguien que lo abrace fuerte. El único problema es que Hyesun ya no está para hace... المزيد

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بواسطة thatsmyego

Sentí cómo alguien me acariciaba suavemente la mejilla y cómo después depositaba un beso dulce en esta. Me costaba abrir los ojos, quizá porque estaba demasiado cansada o porque había demasiada claridad en el salón del apartamento de Jimin. También noté, al intentar reincorporarme, que algo reposaba sobre mi abdomen. Fue eso lo que me obligó a abrir los ojos. Los froté con un gruñido que a alguien debió de parecerle bastante adorable, puede que hasta ridículo.

Jimin dormía con la cabeza sobre mi tripa. Se quedó dormido después de estar dándome golpes durante toda la noche para que no me quedara dormida, para que me enterara de la trama de la película de superhéroes que había puesto a medianoche,  después de que Yoongi se marchara.

Y hablando del rey de Roma, el cabrón teñido estaba a mi lado, con los codos hincados en el sofá. Me retiré enseguida, al ver que su pequeña nariz casi rozaba mi mejilla.

— Buenos días. — Saludó, sonriente.

Yoongi nunca me daba los buenos días, un simple gruñido bastaba. Tampoco solía despertarse antes que yo, a no ser que la alarma de su teléfono le despertara un par de minutos antes; definitivamente se estaba comportando de una manera extraña. Entorné los ojos, aún desorientada. Yoongi se fue después de que yo le espantara con un gesto de mano. No dijo nada, simplemente se puso de pie y se quedó mirando a Jimin, con los brazos en jarras. Empezó a golpearle.

— ¡Ay! — se quejó el pelinegro.

— ¡Yoongi, para! ¡Vas a hacerle daño!

— ¡Despierta, inútil! — espetó Yoongi, acercándose a la cara de Jimin y apretando sus mejillas, moviendo su cabeza de un lado a otro. Se notaba a kilómetros que lo hacía con rabia. Ni un sólo ápice de cariño. — Os he hecho el desayuno.

Fruncí el ceño. Jimin por fin se retiró de encima de mí, así que pude levantarme del sofá donde nos habíamos quedado dormidos. Él se pasó una mano por el pelo aún medio dormido antes de acompañarme hacia la pequeña cocina.

— Nunca has hecho el desayuno. — Comenté, suspicaz. Yoongi estaba dándome la espalda, pendiente de que las tostadas se hicieran correctamente, pero le oí reírse. Miré hacia atrás en busca de Jimin. — Nos va a envenenar.

— Claro, cada café lleva dos cucharaditas de cianuro para que os ahoguéis de una puta vez. — Dijo con un sarcasmo tan sutil que pensé que lo decía en serio.

Jimin bostezó y tomó asiento en uno de los taburetes que había en la cocina, delante de una isla donde Yoongi había colocado dos tazas de café.

— A mí me da igual. Sólo tengo hambre.

— Para ti no hay nada. — Soltó Yoongi, frío.

— Jo, siempre soy el discriminado.

— Yo no te margino, Jimin.

— Ay, Hye, me alegro de tenerte como compañera de apartamento ahora.

— Si queréis, podéis robarme los condones y follar aquí mismo. — Yoongi dejó con un golpetazo un plato cargado de tostadas, a punto de rebosar. Sin exagerar, conté unas quince tostadas. Nos advirtió severamente con la mirada.

Yoongi no dormía, de eso estaba segura. Me di cuenta de que sus ojeras violáceas eran cada vez mayores, tenía una palidez bastante extrema y severos cambios de humor. Entorné los ojos, sosteniendo su mirada, e intenté adivinar qué se le pasaba por la cabeza. Se comportaba de una forma muy, muy pero que muy rara. Tampoco parecía estar bajo la influencia de las drogas, así que no supe qué pensar.

Pasé mi café a Jimin. — Toma, yo no quiero desayunar.

— Gracias.

— Nada de gracias. El café es de Hye y va a beberlo. — Apuntilló Yoongi.

Detuve al pelinegro y recuperé la taza, mosqueada. — ¿Qué te pasa?

— Nada.

— Le has echado algo al café.

— Déjame, se me ha olvidado el azúcar.

Esquivé a Yoongi y puse la taza en alto, alzando el brazo, fuera de su alcance. La isla de cocina que estaba entre los dos no le permitía coger el café. Él se rió, como si todo le pareciera divertido. Hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto, cogió una de las tostadas y se apoyó en la encimera, mirándonos a mí y a Jimin con cierto recelo. Yo olí el café y lo probé para asegurarme de que no llevaba nada. Se lo volví a pasar a Jimin. Él también sorbió un poco.

— ¿Crees que lleva algo?

— Ya os lo he dicho, joder, lleva cianuro. — Repitió Yoongi, con una mueca de esas tan característicamente suyas. Volvió a reírse. — No sé qué pensáis de mí, tampoco soy mala persona.

Posé la taza sobre la mesa, con cuidado. Suspiré. — Yoongi, no sé qué te pasa, pero por mucho que intentes agradarme no vas a conseguirlo.

— Ya, lo nuestro está muerto y todas esas mierdas.

Crucé una mirada rápida con Jimin. Ambos sabíamos que algo iba mal, el problema era saber el que. Yoongi estaba tranquilo, feliz, como si no le preocupara nada. La mayoría de las veces, cuando le había dicho que entre nosotros ya no había nada, empezaba a ponerse colérico, casi histérico, rogando por una oportunidad o explicación. Pero Yoongi parecía el positivismo en persona. Se encogió de hombros ante mi mirada. Yo estaba perpleja. Pestañeé varias veces, sorprendida ante el cambio repentino en la personalidad de Yoongi.

— Suga, ¿cuántas rayas te has metido? — Pregunto Jimin, entre risillas nerviosas.

Yoongi negó enérgicamente con la cabeza, pero enarcó una ceja. — Ninguna. ¿Crees que me he drogado?

Jimin asintió sin preocupación alguna. Yoongi, al instante, dio un fuerte golpe sobre la encimera y se retiró de ella, enfadado. En cuanto vi que se acercaba peligrosamente a Jimin para seguramente gritarle a la cara, me harté. Me bajé del taburete de un salto e impedí que el cabrón se acercará más a mí amigo. Yoongi se rió irónico al verme delante de él, plantándole cara. Enseguida pegó su frente a la mía, sin dejar de sonreír con la lengua entre los dientes. No era mucho más alto que yo, así que lo tuvo fácil para mirarme directamente a los ojos. Puso ambas manos en mi cadera, agarrándome con fuerza y tratando que pegarme a su cuerpo para que yo no forcejeara.

— Ni se te ocurra gritarle, él no tiene que ver nada con esto. ¿Lo entiendes?

Asintió. — Lo único que no entiendo es por qué ahora le tratas así, tan bien, como si fuera tu puta princesita. Te has aburrido mi muy rápido, aparentemente.

— Suéltame.

Yoongi negó con la cabeza mientras chasqueaba la lengua. Intentó besarme, pero eché la cabeza hacia atrás lo más rápido que pude. — No dejaré que me dejes. Que redundante, ¿no? — volvió a reírse. Me irritaba. — No te soltaré, Hye.

— Estás loco, joder.

— Sí, loco por ti.

Conseguí zafarme de una vez. A pesar de que le miré muy cabreada, Yoongi me dedicó una sonrisa radiante. Bufé y me di la vuelta para enfadarme aún más al ver a Jimin comiendo las tostadas como si no hubiera visto nada, o como si estuviera viendo una telenovela sin más. Ladeó la cabeza y se encogió de brazos al verme.

— Hye. — Me llamó Yoongi. — ¿No vas a darme gracias por el desayuno?

Ahogué un grito desesperado. Me froté la sien, cerrando los ojos y dejando que se me escapara un largo suspiro. — No voy a darte las gracias por nada. — Murmuré.

— He hecho café porque sé que te gusta, y...

Cogí la taza con el café frío, di un par de zancadas largas y encaré a Yoongi. Alcé la taza de cerámica. — ¿Lo ves? Bueno, pues ahora...—tiré el café, sin pensármelo dos veces, hacia la camiseta blanca de Yoongi, dejando una mancha —Ahora lo ves mejor. Es una metáfora de nuestro amor. Tu camiseta estaba mejor limpia, sin nada de por medio. Como nosotros... Hasta que te follaste a esas tres hijas de puta.

Yoongi se rió como si fuera un maniaco, a carcajada limpia. Me cogió del cuello del jersey y me acorraló contra la pared, golpeándome contra esta.

— ¿No te cansas de zorrear?

— ¿No te cansas de ser un maldito cabrón insensible?

— ¡Wow, wow , wow! — Intervino Jimin, alejando rápidamente a Yoongi de mí. Noté lo tenso que estaba al ver los músculos de su cuello y espalda contraídos. — ¡Suficiente drama por hoy! ¿¡Queréis discutir lejos de la cocina o de donde haya armas blancas con las que podéis apuñalaros!?

Yoongi y yo nos matamos con la mirada. Él se deshizo de Jimin agitando los hombros, sin dejar de sonreír de esa forma tan irritante y tan sarcástica a la vez. Los dos eran similares en altura, pero estaba segura de que Jimin era capaz de tumbarle de un solo puñetazo. Yoongi se abrochó la chaqueta negra que llevaba, subiendo la cremallera casi hasta el cuello, quizá para ocultar la mancha de café. Se fue de allí para buscar otra vez sus ya viejas Dr. Martens y salió del apartamento, bufando entre dientes, pero sin dirigirme la palabra, dejándome bien claro que la guerra había empezado. Volvió a cerrar con un portazo que hizo que retumbaran las paredes de toda la casa.

Jimin y yo suspiramos a la vez.

— ¿Estás bien?

Asentí. — Sí, no te preocupes. — Recogí rápidamente mi pelo en una coleta con una de las gomas que siempre llevaba en la muñeca. Cogí el plato de las tostadas y las tiré a la basura. — Haré un desayuno en condiciones. ¿Tienes algún mandil? ¿Y sal?

Jimin, mientras buscaba entre cajones desordenados, me preguntó si de verdad no quería arreglarlo con Yoongi. No respondí al instante porque estaba confusa. Su simple pregunta me hizo pensar tanto que me quedé en blanco, mirando los fogones de la cocina fijamente, con Jimin a mi lado teniéndome un mandil rojo. Como no respondí, él se tomó toda la libertad para atar el mandil a mi cintura. Se lo agradecí con una sonrisa y le pedí que esperará pacientemente si quería un desayuno inglés completo -y algo improvisado-. Jimin no tocó más el tema de Yoongi porque sabía que yo era capaz de lanzarle un cuchillo a la entrepierna, así que decidió hablar sobre Jungkook y sobre lo mayor que estaba. Poco le faltó para echarse a llorar como si fuera una madre orgullosa de su hijo recién independizado.

— ¿Dejarás que siga enviándote cartas?

— Claro. Me encanta leerlas. — comenté, sonriendo enternecida. — Me parece tan... Tan Jeon Jungkook. En el fondo es un chico muy dulce. Menos mal que ha asentado la cabeza y no ha dejado que las drogas le chamusquen el cerebro como a ese carbón de Yoongi.

— Siento volver a sacar el tema, pero es que Suga está actuando muy raro.

Resoplé. — Solo quiere mi atención y un polvo.

— ¿Sólo uno?

— Cállate y desayuna, que tienes que irte a clase en media hora.

— ¿¡Cómo lo has sabido!? ¿¡eres adivina!?

Señalé una hoja pegada al frigorífico con un imán. — Lo he apuntado ahí, tonto.

— Ah, joder, qué susto. — Dejé los últimos platos sobre la isla de cocina y me senté a su lado. Me dio las gracias por el desayuno con la boca llena, sonriendo. Le devolví la sonrisa. — Bueno, ¿qué planes tienes para esta tarde?

— Ninguno, no empiezo la universidad hasta mañana. Creo que debería ordenar todos los apuntes... Aunque están en inglés.

— Vale, esta tarde me acompañas a comprar ropa.

— Pero si no he dicho na...

— A ver, Hye, ¿eres mi amiga o no eres mi amiga?

— Soy tu amiga. — afirmé.

— ¡Pues ya está! No hace falta que digas que sí, yo ya sé que quieres hacer lo que te diga, así que...

— La verdad, no me apetece patearme otra vez el centro de Seúl para mirar ropa.

Jimin me miró horrorizado. — ¿Qué clase de chica eres?

— Me pregunto lo mismo. — bromeé.

Me señaló con los palillos de forma amenazante, aunque a mí solo me pareció simpática. Hasta adorable. — No vuelvas a hacer bromas de esas, bastante tenía ya con Hoseok.

— Vale, Jimena.

— Te lo pasaré por alto porque sé que vas a descubrir qué coño le pasa a Suga.

*****

Pasé toda la mañana ordenando mis apuntes de psicología para dejarlos preparados sobre el escritorio, y de paso, colocando la ropa en el armario de la habitación. También subí algunas cosas -como champú y gel- al baño, intentando dejar todos los productos de Jimin en su sitio. Me sorprendió la cantidad de geles, lociones y cremas que utilizaba. Una vez estuve contenta con el resultado, o sea, ver una pila de folios señalados con post-its de colores fluorescentes, decidí abrir la maleta de Yoongi. No había dejado de dar vueltas a lo que me había dicho Jimin sobre descubrir el por qué del comportamiento impulsivo y cambiante de Yoongi. Mi primera hipótesis se basó en que Yoongi se comportaba así por la falta de sueño, aunque pensándolo mejor, quizá ya había conseguido algo de cocaína o cualquier otra droga.

Yoongi era demasiado vago como para cambiar el código del candado de su maleta. Siempre dejaba el típico 0000 que venía por defecto, así que no me costó demasiado abrirla. Me sorprendió que todo estuviera perfectamente doblado y ordenado. Supe al instante que me iba a costar dejarlo como estaba. Suspiré antes de comenzar la búsqueda de droga, como si fuera un jodido policía. Abrí su neceser, rebusqué entre las páginas de los libros que había traído consigo y me fijé en que la maleta no tenía doble fondo. No encontré nada más que una cajetilla de tabaco de la que robé un par de cigarros. Total, no se iba a dar cuenta. Los guardé en el bolsillo de mi pantalón antes de oír a Jimin entrando al apartamento, gritando mi nombre con su voz aguda y cantarina.

Me quedé un par de segundos mirando la maleta abierta. Quise lanzar la ropa de Yoongi al aire a modo de venganza. Yo le había estado aguantando durante meses... Comparado con todo lo que me había hecho, desordenar su ropa era una niñez.

Así que empecé a dejarla por el suelo, fuera de la habitación.

Cuando acabé, di una patada a la maleta aún abierta, enrabietada, y la dejé en una esquina.

Jimim me miraba con la boca abierta desde el hall, sin quitarse las zapatillas. Yo simplemente me encogí de hombros. Él no le dio mucha importancia y me cogió del brazo para ir más deprisa a la estación de metro.

*****

No era tan tarde cuando Jimin y yo llegamos al apartamento, cargados con bolsas una vez más. Ni siquiera era de noche. A los dos nos llamó la atención que la verja estuviera abierta, que la puerta principal estuviera entrecerrada y que hubiera un enorme camión casi pegado a la fachada de la casa.

Entramos, como de costumbre, en silencio. No hubo ninguna clase de tintineo porque a Jimin no le hizo falta sacar las llaves del bolsillo, y porque un hombre bastante fornido abrió la puerta. Vestía un uniforme azul y llevana unos papeles firmados en las manos.

Nos saludó y se fue cerrando la puerta despacio. Oímos, al instante, el sonido de un piano.

— Jo...der. ¡Mi sofá!

El sofá azul de la sala de estar había desaparecido. En su lugar, había un piano de pared negro y brillante, el cual Yoongi afinaba. No era uno de los grandes pianos de cola que estaba acostumbrado a tocar, pero seguramente le servía de todas formas. Al parecer había tenido que deshacerse del querido sofá de Jimin, y Yoongi, al parecer, no tenía remordimientos.

Arrastró el taburete del piano por el suelo, lo ajustó y puso las manos sobre el teclado. Nos miró, sonriente.

— Qué, ¿tú te puedes tirar a mi novia pero yo no puedo meter un piano en tu casa?

— Pero...

— Sí, sí; — se apresuró a decir Yoongi, mientras tocaba sin sentido las teclas del piano, como si quisiera calentar los dedos. Ni siquiera miraba el teclado. — es tu casa, y qué. Ella es mi novia, y seguro que ya te la has follado unas tres veces, Jimin. Enhorabuena, tío.

— ¿Qué dic...?

Yoongi se puso a tocar el piano deprisa, sin deshacerse de la elegancia que tanto le caracterizaba. Dejó de prestarnos atención. — Sonata para piano número once, allegretto. Mozart.

Ignoré el hecho de que conocía la melodía. — Yoongi, Jimin y yo no tenemos nada.

Él empezó a tocar más fuerte. Suspiré, agotada, pedí a Jimin que le dejara en paz, le di las tres bolsas que contenían su ropa y fui a mi habitación, pasando por detrás de Yoongi, que tocaba la Marcha Turca de Mozart de memoria. La repetía una y otra vez, sin parar, cada vez más deprisa. Acababa y volvía a empezar. Era un infierno.

Abrí la puerta de la habitación. En cuanto lo hice, no pude evitar chillar. Yoongi aporreó las teclas de piano, emitiendo un sonido disonante capaz de romper los tímpanos de cualquiera.

Todos mis apuntes estaban esparcidos por el suelo. Algunos estaban arrugados y otros, rotos en pedazos.

— ¡Min Yoongi! ¡Eres un puto gallina!

— ¡Por zorra! — contestó.

Chasqueé la lengua, me giré sobre mis talones y caminé enfadada hacia la sala de estar. Me planté enfrente de él y le obligué a levantarse del taburete del piano agarrándole de la manga de la chaqueta. Pude ver a Jimin asomando la cabeza por los barrotes de las escaleras, pero estaba tan cabreada que le ignoré. Mientras se levantaba, Suga cerró con calma la tapa que cubría el teclado nacarado del piano. Se giró para mirarme.

— Deja de ser un jodido cobarde y di ahora mismo que hemos acabado.

— No.

— ¡Dilo! ¡Di que eres un puto inseguro que no quiere dejarme porque tiene miedo al rechazo! ¡Dilo!

Negó con la cabeza, riéndose. — Es mentira.

— Yoongi, estoy harta de tus jueguecitos. Estoy harta de que tengas que putearme porque tienes el orgullo herido. Vamos, ríndete. Ambos estamos hartos, y si tú no lo estás de mí, poco te falta.

— ¿Cómo voy a hartarme de una preciosidad como tú?

Rodé los ojos. — Venga ya, joder. No empieces con las palabras bonitas, que me las voy a pasar por el coño.

Oí la risa aguda de Jimin. Yoongi miró hacia atrás. — Hye, nunca voy a dejarte.

Y como si quisiera dar vidilla al asunto, Yoongi hizo que alzara levemente ma cabeza poniendo su mano en mi mentón y me besó sin más. Forcejeé durante un buen rato, al menos hasta que mi mente se puso en piloto automático y decidió responder al beso moriendo el labio inferior de Yoongi, que gruñó. Aproveché para empujarle hacia atrás cuando se separó de mi para recuperar algo de aire.

Y yo, que sólo quería sentirme realizada conmigo misma, le di una bofetada que resonó por toda la planta mientras me limpiaba la boca con la manga de la camisa del brazo contrario. Mi mano se quedó marcada en el rostro pálido e inmaculado de Yoongi, que ni siquiera se molestó en palpar la zona dolorida.

Corrí a encerrarme en mi habitación antes de que él abriera ruidosamente el piano y lo aporreara otra vez.

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