LAST ROMEO

By wickedwitch_

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Condenados a odiarse. Destinados a amarse. Desde pequeños, tanto Genevieve como R han visto cómo sus dos fami... More

Nota de la autora.
PRIMERA PARTE.
I. SHOT ME DOWN.
II. HEY BROTHER.
III. ANIMALS
IV. BANG BANG.
V. PAPARAZZI.
VI. HERO.
VII. POKER FACE.
VIII. COME, GENTLE NIGHT
IX. DON'T LET ME GO.
X. YOU GIVE LOVE A BAD NAME.
XI. ROMEO DRINK TO THEE
XII. PIECES OF ME.
XIII. TIME BOMB.
XIV. BECAUSE OF YOU.
XV. MIGHTY LONG FALL.
XVI. DAYMARE.
XVII. OVER YOU.
XVIII. SHAKE THAT BRASS.
SEGUNDA PARTE.
XIX. HEARTACHE.
XX. DISPARO AL CORAZÓN.
XXI. FALLING FAST.
XXII. LETTING GO.
XXIII. PERDÓN, PERDÓN.
XXIV. HAUNTED.
XXV. FORTUNE'S FOOL.
XXVI. MEMORIES.
XXVII. WELCOME TO HELL.
XXVIII. FIND YOU.
XXIX. BAD GIRL.
XXX. EARNED IT.
XXXI. HEART BY HEART.
XXXII. CALL ME BABY.
XXXIII. NEW DAYS
XXXIV. HE LOST EVERYTHING
XXXV. STUCK IN THE MIDDLE.
XXXVI. KENDRICK'S SACRIFICE.
XXXVII. BINARY SUNSET
XXXVIII. IT CAN'T BE
TERCERA PARTE.
XXXIX. BEHIND THESE HAZEL EYES
XL. A PATH I CAN'T FOLLOW
XLI. EVERYTHING AND NOTHING.
XLII. FROZEN.
XLIII. ALL I NEED.
XLIV. WE WERE SO CLOSE.
XLV. CUT.
XLVI. LOST.
XLVII. RECUÉRDAME.
XLVIII. WHEN THE DARKNESS COMES
XLIX. LET HIM GO.
L. ECOS DE AMOR. (1ª PARTE)
LI. ECOS DE AMOR. (2ª PARTE)
LII. PER ASPERA AD ASTRA.
LIII. LOVE DEATH BIRTH
LIV. BEGINNING OF THE END
LV. THE OTHER HALF (OF ME)
LVI. YOU RUIN ME
EPÍLOGO. LAST DANCE

LVII. U R

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By wickedwitch_

La confirmación de Patrick de que él había sido el responsable de la muerte de la madre de R fue demoledora; había visto por el rabillo del ojo el cuerpo de R abalanzándose sobre nosotros, haciéndome saltar hacia un lado para evitar ser arrollada en el trayecto de R hacia Patrick.

Se me quedó atascado en la garganta un grito de horror al ver desenfundar una pistola a Patrick y apuntar con su cañón al pecho de R; observé, completamente helada, cómo mi prometido conseguía darle la vuelta a la situación para ponerla de nuevo a su favor.

Había muerto demasiada gente, personas que conocía y muchas otras que eran anónimas por culpa de nuestras familias. Todo lo que había creído en el pasado se había evaporado, dejando en su lugar la cruda realidad: un inhóspito sitio donde valores como la justicia no tenían cabida; todo el mundo se movía por sus propios intereses, solamente buscaban conseguir más, más y más.

Había descubierto las caras ocultas de personas que habían formado parte de mi vida, a las que creía que les importaba realmente. Mi familia era una farsa... mi vida estaba basada en una farsa.

-Patrick, por favor –le supliqué, alzando ambas manos en señal de rendición.

Todo aquello lo había iniciado yo de algún modo, por lo que me correspondía a mí ponerle fin. De no haberme topado con R en el baile de máscaras que había organizado Patrick, jamás habría sucedido nada de esto; seguramente yo habría seguido las órdenes de mis padres, me habría convertido en una más de ellos... habría cumplido con lo que se me había exigido. Pero nadie habría muerto.

Kendrick. La madre de R. Incluso Teobaldo.

Todos ellos seguirían vivos, habrían continuado con sus vidas.

Pero R y yo se lo habíamos arrebatado en el mismo momento en que nos habíamos conocido y habíamos decidido arriesgarnos por algo que, en aquellos precisos instantes, no tenía tanto valor en el mundo en que nos habíamos criado.

El amor no tiene cabida en nuestro mundo. El dinero y el poder, en cambio, tenían un papel prioritario.

Pero no habíamos querido verlo.

-Déjale, Patrick. Tú has ganado –exhalé con un tono de derrota.

Patrick desvió la vista en mi dirección, pero apretando el cañón del arma contra el pecho de R y disuadiéndole de que hiciera cualquier tontería; R también giró la cabeza para mirarme con sorpresa y decepción. ¿Acaso no era consciente de todo el daño que habíamos causado? Patrick había reconocido haber sido el responsable de la muerte de su madre porque quería vengarse de mí por haberle desobedecido.

¿No se daba cuenta de que, si no nos rendíamos, esto nunca se acabaría? Sería como un círculo vicioso donde habría muchísimas más muertes de personas inocentes, gente que habían sido utilizados como simples peones.

-No vas a conseguir engañarme esta vez, Genevieve –me advirtió Patrick-. Caí en tu juego una vez, pero ahora vamos a seguir mis reglas. Y la primera de ellas es que este imbécil va a morir.

-Haré lo que tú quieras, Patrick –le prometí y traté de sonreír-. He aprendido la lección, ¿vale? Estaremos juntos y tú podrás continuar con los negocios que tienes con mi padre; no me opondré a nada en absoluto, seré la chica callada y obediente que tanto mi padre como tú queríais.

Aquello pareció disuadir mínimamente a Patrick. Siempre había sabido que nuestro mayor problema era mi tenaz e irritante carácter y el hecho de que jamás había obedecido ni una sola de sus órdenes; había conseguido escabullirme de la primera recepción en la que había coincidido con R tras el accidente y había podido hablar con él. Por no hablar de mis posteriores encuentros con él donde le había dado lo que había conseguido sacar del ordenador personal de mi padre, dándole a entender a R que no tenía nada en su contra, que quería que las cosas fueran mejor entre nosotros.

Desde un principio, y desde que había descubierto que Patrick había estado al tanto de mi relación con R, mi prometido se había mostrado muy celoso de lo que había pasado entre R y yo, queriendo lo mismo para sí mismo.

-¿Qué quieres a cambio de tan generosa oferta? –preguntó Patrick con interés pero sin llegar a bajar del todo la guardia con R.

Me obligué a mantener la vista clavada en el rostro de Patrick, aunque también era capaz de ver de refilón la cara de estupefacción de R.

-Que le perdones la vida –musité.

Patrick esbozó una sonrisa cargada de maldad e instó a R a que se le quitara de encima con un simple movimiento de muñeca. R se apartó obedientemente y alzó las manos en señal de rendición, consciente por fin de que sus posibilidades de salir victorioso de aquel enfrentamiento eran muy bajas... o casi nulas; yo entrelacé mis dedos y esperé a que Patrick se burlara de mí, tal y como hacía siempre que se le presentaba cualquier oportunidad.

-Lo que pides es demasiado alto para lo que ofreces –comentó con un tono de desdén-. No es suficiente para que quisiera perdonarle la vida.

Las rodillas me temblaron antes de que las piernas me fallaran y cayera estrepitosamente al suelo del sótano de mis padres. Le había ofrecido todo lo que poseía en aquellos momentos: mi libertad y silencio; había creído que le estaba dando todo lo que Patrick quería de mí, lo que me había exigido desde un principio.

Pero me había olvidado de que a Patrick le gustaba jugar demasiado alto.

Miré a R, que estaba arrodillado en el suelo, con el cañón de la pistola de Patrick apuntando directamente a su sien izquierda. Sus ojos grises mostraban alarma, decepción y dolor, mucho dolor. Seguía sin entender por qué estaba sacrificando todo por lo que había luchado y yo no tenía forma de hacérselo comprender.

En una ocasión R me había dicho que era tóxico para mí. Sin embargo, estaba equivocado: la tóxica era yo. ¿Cuántas veces había herido a R por razones erróneas? ¿Cuántas veces había tratado de llevar a R hasta el límite?

Desvié la mirada hacia Patrick de manera sumisa.

-La boda será en un par de semanas –empecé, con la boca reseca-. Podríamos adelantarla si tú quisieras... Incluso podríamos alargar nuestra luna de miel. Dejaría la Academia si es tu mayor deseo... Haría cualquier cosa por ti si dejas que se vaya.

-El problema, querida, es que siempre que desaparece, al final vuelve a reaparecer –me explicó pacientemente Patrick, como si fuera una niña pequeña-. Y tú tienes la capacidad de olvidar muy rápido tus promesas. ¿O acaso no es así, Genevieve?

Sus palabras estaban cargadas de razón, ambos lo sabíamos. Patrick buscaba que lo admitiera en voz alta y que siguiera suplicándole... que siguiera humillándome mientras él se regodeaba en mi dolor.

-Es cierto –reconocí a media voz y la sonrisa de Patrick se ensanchó de pura satisfacción-. Pero las cosas podrían cambiar: envíale lejos de aquí. Tu padre es el presidente y podría evitar que regresara...

Mi timbre de voz se había tornado casi desesperado. Patrick no dejaba de apuntar con su pistola a R y no estaba segura de haber logrado conseguir mi objetivo: Patrick era una persona imprevisible y los celos que sentía hacia R eran demasiado grandes como para poder ignorarlos.

-Patrick, por favor –volví a suplicarle, notando cómo se formaba el nudo de las lágrimas en mi garganta-. No derramemos más sangre.

Sin embargo, vi que comenzaba a dudar al verme tan hundida. Observé cómo bajaba la pistola, apartándola del cuerpo de R, y se me quedaba mirando con un brillo de victoria; si echaba lejos de la ciudad a R con la oportunidad de mantenerlo fuera y sin oportunidad de que volviera era demasiado tentadora como para poder rechazarla.

Si aceptaba mi propuesta lo tendría todo. Se aseguraría que yo cumpliera con mi parte del trato, sin interferencias.

-Tendré que decirle a tu familia que te tenga atada en corto –se burló-. Pero me alegro de que hayas decidido abrir los ojos de una vez por todas.

Contuve un suspiro de alivio al ver cómo Patrick accedía a mi petición. Evité mirar deliberadamente a R y me centré únicamente en Patrick; quería que comprobara por sí mismo que estaba cumpliendo con mi parte del trato y que estaba más que dispuesta a empezar a cumplirlo en ese preciso momento.

Incluso me atreví a tenderle una mano para que me entregara el arma.

-Tenías razón, Patrick –reconocí a media voz-. Para esto, tú eres el único que puede detenerlo.

El corazón se me detuvo cuando Patrick dio el primer paso en mi dirección; ya no apuntaba con la pistola a R, pero no la había guardado. R seguía arrodillado al lado de Patrick, con la cabeza gacha y sin claras intenciones de plantarle cara.

Sin embargo, antes de llegar a mi lado, Patrick se entretuvo unos segundos para propinarle un puntapié a R para que se incorporara.

-Es hora de hacer las maletas. ¿Qué te parece repetir destino? Podría enviarte de nuevo a ese misterioso paraíso en el que te refugiaste después del accidente. Allí podrías volver a las andadas, ¿eh?

R se tambaleó y yo hice un ademán de acercarme para poder ayudarle. Patrick alzó ambas cejas y sacudió la mano donde llevaba el arma, recordándome con ese gesto que podía cambiar de decisión en cualquier momento... o a la menor señal de que estaba incumpliendo a mi palabra; regresé a mi postura anterior y esperé a que Patrick hiciera su siguiente movimiento.

-Iremos a que recoja algo de equipaje y nos encargaremos de llevarlo al aeropuerto –me explicó Patrick, instándole a R a que empezara a caminar-. Será una bonita despedida y un cierre perfecto para vuestra relación.

Me imaginé la escena en el aeropuerto, despidiéndome para siempre de R. En cierto modo, ¿no es aquello lo que había esperado desde un principio? Había comprendido demasiado tarde que habíamos estado retrasando aquella catástrofe, creyendo que podríamos estar realmente juntos.

Y estaba sacrificando lo que me quedaba para poder brindarle a R una oportunidad. Podría comenzar una nueva vida en cualquier otro sitio, podría olvidarse de todo el daño que le había causado esta ciudad.

Se le estaba dando una nueva página en blanco para que pudiera hacer lo que quisiera con ella.

Asentí con rotundidad mientras me apartaba del camino de Patrick y R. Me fijé en que Patrick había pegado el arma a su pierna y que R apenas podía caminar completamente erguido; los hombres de mi padre y el propio Patrick no habían perdido el tiempo desde que este último había decidido ponerse en contacto conmigo para arrastrarme hasta aquella trampa. El pulso se me disparó ante la posibilidad que se me planteaba; había logrado convencer a Patrick de mis intenciones, Patrick había bajado la guardia lo suficiente como para bajar el arma y solamente estaba centrado en R.

La boca se me quedó seca mientras contemplaba la oportunidad que el destino me había brindado; únicamente tenía que cogerlo totalmente por sorpresa, actuar de manera rápida y todo terminaría.

Bajé la mirada en señal de sumisión, sin perder en ningún momento de vista la pistola que llevaba Patrick. R seguía renqueando hacia las escaleras que subían al piso superior bajo la atenta mirada de mi prometido; conté mentalmente hasta diez, fijándome en la distancia que me separaba del cuerpo de Patrick... y de la pistola.

Flexioné las rodillas y aguardé unos segundos más antes de echar a correr hacia Patrick y empujarle hasta que ambos caímos al suelo; la pistola salió disparada por el suelo y los dos alzamos la mirada hasta divisarla a un par de metros de donde estábamos.

No me importó lo más mínimo soltarle una patada en el costado para retrasarlo y empecé a gatear sobre el polvoriento suelo hacia el arma; no quise mirar a mis espaldas para no perder la concentración de alcanzar la maldita pistola, pero Patrick me cogió por uno de mis tobillos, por lo que chillé con fuerza y traté de golpearlo de nuevo.

-Maldita zorra –oí que mascullaba Patrick a mi espalda.

Apreté los dientes y me forcé a seguir avanzando hacia la pistola. Patrick trató de retenerme de nuevo, pero llegó unos segundos tarde: mis dedos se cerraron en torno a la culata del arma justo cuando Patrick tiraba de mi tobillo; me giré en el suelo, alzando la pistola y dirigiendo su cañón a la cara de Patrick.

Su gesto de rabia mudó a uno de estupefacción cuando comprobó que las cosas iban en serio y que ahora era yo quien sostenía el arma.

-Quítame tus zarpas de encima, Patrick –le ordené.

Contemplé cómo su mano soltaba mi tobillo rápidamente. Hice un gesto con el arma para que se pusiera en pie y pusiera distancia entre nosotros dos; la sensación sólida del arma entre mis manos se me antojaba como algo extraño, pero luego pensé en mi padre y en las veces en la que habría empuñado una pistola con tal de cumplir con sus objetivos.

Reculé por el suelo hasta ponerme en pie y sin quitarle la vista de encima a Patrick. Cualquier segundo que lo perdiera de vista podría suponer un nuevo giro en los acontecimientos.

-Pégate a esa vieja mesa –le ordené otra vez.

Tragué saliva con una brizna de alivio cuando vi que Patrick me obedecía de nuevo, incluso alzando ambas manos en señal de rendición; aún no tenía bastante claro qué hacer, pero no quería mostrar ningún signo de debilidad o confusión para que Patrick pudiera sospechar de mis intenciones.

Patrick sonrió con cierta maldad. Mi segunda patada debía haberle acertado en el rostro, ya que le corría sangre por la nariz, manchándole la boca y la barbilla. «Se lo merece –dijo una voz en mi interior-. Eso y mucho más por todo el daño que me ha causado.»

-Genevieve, déjate de juegos –dijo, sonando calmado y seguro de sí mismo-. Jamás has disparado una pistola y no eres el tipo de persona que pueda llegar a hacerlo.

-Esto no es ningún juego –repliqué-. Hace tiempo que dejó de serlo, Patrick.

Él cabeceó, conforme con mis palabras.

-Sin embargo, no eres como tu familia. Ellos han hecho cosas terribles para conseguir ser quienes son, para darte todo lo que tienes...

Esbocé una sonrisa sarcástica.

-Y todos ellos pagarán por lo que han hecho, Patrick –le aseguré, recordando cómo le había entregado los documentos que delataban a mi padre a R para que pudiera usarlos como mejor quisiera-. Ninguno de vosotros quedará impune de todo el daño que habéis causado.

-En el fondo, tú no eres mejor que nosotros...

No pude moverme con suficiente rapidez cuando Patrick se tiró hacia un lado, hacia el lado donde estaba un exhausto R, con algo brillándole en la mano; moví la pistola en su dirección pero no me atreví a disparar. Patrick se había refugiado tras el cuerpo de R y sostenía un cúter sobre el costado del otro; el mundo se me quedó paralizado y no supe cómo proceder.

La sonrisa de Patrick tampoco me ayudó mucho.

-Te he dicho antes que no eres capaz de disparar un arma y ahí tengo mi propia confirmación –se carcajeó de mí-. No tienes el suficiente valor ni la suficiente sangre para hacerlo.

Apreté la mandíbula con fuerza, presa de una rabia ante mi propia debilidad. Tendría que haberle disparado antes, mucho antes.

-Fuiste capaz de no mover ni un dedo cuando tu querido amante asesinó a tu propio primo, sangre de tu sangre, y tampoco lo harás ahora –comentó.

-Teo era un monstruo –sentencié-. Como tú. Como mi padre.

-Te lo hemos dado todo, Genevieve. Pero tú no te das cuenta de las cosas; has traicionado a tu propia familia, a tu propia sangre. Y todo por... esto.

Vi a cámara lenta como Patrick movía el brazo en el que sostenía el cúter para incrustárselo a R entre las costillas; mi grito de horror quedó ahogado entre el quejido de sorpresa de R y la risa histérica de Patrick.

Mi prometido dejó que el cuerpo de R cayera pesadamente al suelo y dio media vuelta para huir por las escaleras, creyendo que sería incapaz de moverme por la estupefacción de lo que acababa de presenciar.

Corregí la trayectoria del cañón de la pistola y apunté a un apresurado Patrick; la respiración se me había agitado debido a la posibilidad de que fuera demasiado tarde para R y que Patrick consiguiera huir.

En aquella ocasión, no titubeé cuando apreté el gatillo. Ni siquiera me inmuté ante el grito de dolor que emitió Patrick cuando la bala le perforó el brazo y le hizo perder el equilibrio; observé cómo caía por las escaleras con una ardiente satisfacción y alcé de nuevo la pistola cuando el cuerpo de Patrick acabó en el suelo, no muy lejos de donde se encontraba el de R.

Comprobé con decepción que seguía vivo, aunque lleno de su propia sangre. El brazo le sangraba profusamente y tenía cortes y magulladuras debido a la caída; sus ojos se mostraron por primera vez alarmados ante la posibilidad de que cumpliera con mis amenazas.

Apunté y amartillé el arma con la sangre latiéndome en los oídos.

-Parece que sabes mucho de cómo murió Teobaldo –pronuncié con desprecio cada una de mis palabras, controlando el temblor de mis manos-. Es cierto que no hice nada por detener a R y, ¡vaya casualidad!, tú estás justo como lo estuvo mi primo antes de morir.

Los ojos de Patrick se movían de manera frenética entre el arma que tenía entre mis manos y mi rostro.

-No voy a sentir ningún remordimiento, Patrick –le aseguré-. Como bien has dicho, soy como vosotros: soy una Clermont.

Patrick dejó escapar un gemido de dolor y noté cómo una de sus piernas se estrellaba contra las mías con fuerza, haciéndome perder el equilibrio y mandándome de golpe al suelo; se me escapó todo el aire de los pulmones debido a la fuerza del impacto y la pistola se disparó sola.

Un segundo después, vi el cuerpo de Patrick lanzándose contra mí...

Y actué de forma instintiva: apreté de nuevo el gatillo, con el cañón dirigido hacia el pecho de Patrick. Fui testigo de cómo la bala abría un agujero en el pecho de Patrick que empezó a teñir de rojo la camisa que llevaba; el cuerpo de mi prometido cayó flácido encima de mí, empapándome de su sangre.

Traté de apartarlo hasta conseguirlo de un fuerte empujón. Escuché el estertor que soltó Patrick, pero yo tiré la pistola como si la culata estuviera al rojo vivo y me lancé hacia el cuerpo de R, que estaba tirado en el suelo.

Estaba cubierta de la sangre de Patrick y, cuando volví con cuidado la cabeza de R, le dejé las manchas de mis dedos ensangrentados en sus mejillas; no quise mirar al charco que se le estaba formando en el lado donde Patrick lo había apuñalado.

-R –gemí, frenética.

Lo abofeteé para que reaccionara, pero los ojos de él permanecieron cerrados. Mi pecho se agitó, dejando que el llanto saliera de mi interior ante la creencia de que había llegado tarde; acuné el cuerpo de R inerte entre mis brazos mientras me abandonaba al llanto.

Lo había perdido.

Para siempre.

De haber seguido con el trato al que había llegado con Patrick, de haberlo dejado en el aeropuerto con un billete de avión y un improvisado petate, no me habría dolido de la misma forma en la que me dolía ahora el corazón. Había valorado la oportunidad que le había brindado Patrick y había llegado a la conclusión de que, aunque no estuviésemos juntos, estaría feliz sabiendo que R podría conocer a otra persona que pudiera darle todo lo que yo no había podido.

Ahora le había robado a R esa oportunidad.

Por mi culpa estaba muerto. Era como si lo hubiera matado yo con mis propias manos.

Escuché jaleo en el piso de arriba y la respiración se me cortó de golpe cuando la puerta del sótano se abrió y por ella aparecieron multitud de siluetas que no podía reconocer; al principio creí que se trataban de los hombres de mi padre que, siguiendo sus órdenes, habían decidido bajar a ver qué estaba sucediendo allí.

Me encogí sobre el cuerpo de R y oculté el rostro en su pecho, deseando fundirme con él y desaparecer.

Alguien me colocó una pesada mano en el hombro y yo me rebatí hasta quitármela de encima. En aquellos momentos, la menor de mis preocupaciones era aquel gesto de rebeldía y lo que pudiera sucederme si se trataba de mi padre.

-Genevieve, tienes que apartarte –me dijo una voz rota.

Alcé la cabeza cuando reconocí a quién pertenecía esa voz.

Charles Beckendorf me observaba con un gesto desolado y con el traje completamente estropeado; se me llenaron los ojos de nuevo al ver que había llegado, tal y como me había prometido cuando había usado el teléfono del chalet donde estábamos escondidos, pero... tarde.

Apreté más contra mí el cuerpo inerte de R, negándome a soltarlo. Sin embargo, Charles hizo un gesto con la cabeza y uno de sus hombres me cogió entre sus brazos, obligándome a soltarlo y alzándome en volandas.

-Está... muerto –cuando pronuncié esta última palabra, algo se rompió en mi interior.

«¡Está muerto porque no llegaste a tiempo! –gritaba en mi interior-. ¡Está muerto porque no fui capaz de dispararle a Patrick cuando debía hacerlo! Ambos somos responsables de su muerte.»

El rostro de Charles Beckendorf estaba mortalmente pálido mientras contemplaba el cuerpo de su hijo a sus pies, en mitad de un charco de su propia sangre. Había enterrado aquella misma mañana a su esposa y ahora tendría que hacerlo con su primogénito.

-Sacadla de aquí y llevadla a un hospital –ordenó sin tan siquiera mirarme.

Empecé a revolverme entre los brazos de aquel gorila con aspecto de terrorista mientras gritaba y trataba de llegar hasta el cuerpo de R; el tipo no tardó en subir las escaleras y dejar atrás el sótano. No reconocí mi casa en todo aquel desorden: había lámparas hechas añicos por los suelos, por no hablar de objetos decorativos y las tan preciadas alfombras de mamá rajadas.

El secuaz de Charles Beckendorf me sacó a la fuerza de mi propia casa y se dirigió a un sedán negro. Abrió con esfuerzo la puerta de atrás y me lanzó contra los asientos; gruñí y traté de abalanzarme sobre él, pero el hombre ya me estaba esperando y no tardó mucho en inmovilizarme con el cinturón de seguridad.

Lo miré con odio.

En todo el tiempo que duró el viaje al hospital no dejé de gritar hasta hacerme daño en la garganta y debatirme para poder saltar del coche en marcha si fuera necesario; el coche se metió en un hospital por un acceso privado donde ya nos aguardaban un nutrido grupo de personas encabezadas por Amálie.

El tipo que conducía me sacó con cuidado del asiento trasero, a pesar de que yo me estuviera comportando como si estuviera poseída, y me llevó en volandas hacia la mujer, que me observaba con signos de evidente preocupación y desconcierto.

-¿Dónde está Romeo? –preguntó Amálie al hombre que me llevaba.

Él negó con la cabeza.

-No sabemos si lo ha conseguido –fue su única respuesta.

-¡Dilo en voz alta! –chillé-. ¡Dile que está muerto! ¡Muerto, muerto, muerto! –canturreé con la voz ronca debido al esfuerzo.

Los ojos de Amálie se abrieron del horror y miró de nuevo al hombre, pidiendo una confirmación por su parte. No llegué a escuchar su respuesta, ya que estallé en un histérico ataque de risa ante la pena de muchos de ellos.

-Sedadla –ordenó Amálie sin que la voz le temblara ni un ápice.

Desperté atada a una cama de hospital. Alguien había sustituido mi ropa ensangrentada por una bata de color verde y se la había llevado a algún sitio; cerré los ojos un segundo, con un palpitante dolor en las sienes, y con el recuerdo del cuerpo inmóvil de R en el suelo sin que reaccionara ante mis continuas súplicas y lágrimas.

Me incorporé de golpe sobre la dura cama y se me escapó un gemido de dolor al rozar mis muñecas con la cinta que las mantenía atadas a ambos lados de la cama; traté de liberarme de ellas, pero no me fue posible.

-Eh, tranquila –una voz me habló desde una de las esquinas de la habitación y yo dirigí mi mirada hacia la zona de la que provenía.

Me quedé paralizada al ver que era Charles Beckendorf... pero no llevaba el mismo traje con el que lo había visto en el sótano de mis padres. Su rostro seguía pálido y las ojeras mucho más marcadas, lo que reafirmó lo que había sucedido: R estaba muerto. Patrick lo había matado.

Y yo había matado a Patrick.

Mi cabeza golpeó la incómoda almohada cuando dejé que mi cuerpo cayera hacia atrás, cansada de seguir con aquella pérdida de tiempo como lo era el tratar de liberarme.

-Señorita Clermont, no puedo negar lo aliviado que estoy de verla despierta tan rápido –añadió el padre de R.

Se me saltaron las lágrimas cuando recordé que R no volvería a despertarse... nunca. Lo que me llevó a otro tipo de pensamientos: ¿dónde estaría su cuerpo? ¿Lo habrían trasladado a aquel mismo hospital? ¿Se encontraría en el depósito de cadáveres, en los sótanos, metido en una de esas cámaras frigoríficas hasta que su padre decidiera qué hacer con él?

-No quiero ver a nadie –le dije con esfuerzo-. Márchese.

A pesar de mi expresa petición para que se fuera y dejara de recordarme que R estaba muerto, el señor Beckendorf no se movió de su sitio. Entrelazó las manos por encima de sus rodillas y me observó largamente.

Desvié la mirada, ya que el señor Beckendorf era una copia casi exacta a R, pero con los ojos azules en vez de grises.

-Solamente le robaré unos minutos, señorita Clermont –me aseguró, aunque no quería brindarle mi tiempo para que me dijera lo que ya sabía-. Es sobre los documentos que le entregó a Romeo y que él me hizo llegar.

Seguí mirando hacia la pared, incapaz de poder mirarlo a la cara. Era cierto que le había dado esos documentos a R, pero no sabía qué habían sido de ellos hasta que me llevó a la mansión Beckendorf la noche en la que supo que su madre había muerto.

Lo que me trajo a la memoria un horrible recuerdo.

-La muerte de su mujer no fue natural, señor Beckendorf –musité, notando mi garganta como si se hubiera convertido en papel de lija-. Patrick quiso vengarse de nosotros –de mí- y no tuvo otra opción que ir directo a por su esposa. Llamó a alguien del hospital en el que se encontraba ella para que subieran la medicación que estaba recibiendo, lo que le condujo a la muerte.

-Me temo que eso ya lo sé, señorita Clermont –me reveló, con un tono duro-. Mi cuñada trabajaba en este centro y se encargó de toda la investigación sobre la muerte de Pomona; fue ella la que me advirtió que había habido una subida en la medicación que no había autorizado, lo que fue fatal para el deteriorado estado de mi esposa. Comprobamos las cámaras de seguridad y pudimos dar con el culpable. Lo que nos lleva a lo que quería hablar con usted.

Sus palabras llamaron mi atención, haciendo que me atreviera a mirarlo. El señor Beckendorf estaba sentado sobre un cómodo sillón, con la pierna derecha apoyada sobre la rodilla izquierda y observándome fijamente. El estómago se me contrajo al ver a R en el rostro de su padre.

Los ojos se me humedecieron sin que yo pudiera evitarlo.

-¿Qué... qué quiere decir?

-Conseguimos acceder a parte del material informático que guardaba su padre en su casa, señorita Clermont –respondió, tenso-. Los documentos que usted consiguió únicamente eran la punta del iceberg: su familia lleva mucho tiempo financiando actividades no contempladas en nuestro marco legal. Lamento decirle que su prometido, el señor Patrick Weiss, junto a su padre también tenían mucho que ver en este tipo de negocios.

La información que me dio el señor Beckendorf me golpeó como un mazo. Había visto los documentos sobre armas que mi padre había intentado traer de Italia, aunque no me había dado tiempo a seguir indagando más. ¿Cómo era posible que el propio presidente estuviera metido en asuntos tan turbios?

-Me temo que el señor Weiss consiguió la presidencia de una forma no muy legal –desveló, rascándose la barbilla en actitud pensativa-. Su padre y él habían conseguido llegar a un acuerdo en aquel entonces, a cambio de haber conseguido la presidencia; después, el señor Patrick Weiss decidió continuar con las actividades que su padre a pesar de que el presidente se había tenido que retirar de ese mundo debido al cargo que ocupaba. Fue entonces cuando el joven Patrick y su padre llegaron a un nuevo acuerdo: la presidencia para Marcus Clermont a cambio de un matrimonio de conveniencia. Tenían pensado elegir como futuros cónsules a un par de familiares suyos, como su hermana, para que la elección del presidente siempre estuviera controlado por ambas familias.

Tragué saliva. Por eso mismo mi padre había decidido meter a mi hermana Michelle como ayudante de aquel viejo amigo suyo: para que luego pudiera presentarla como candidata al consulado y nadie pudiera negarse, ya que él era el nuevo presidente.

Era una idea bien cimentada y que les había llevado mucho tiempo de llevar a cabo, tanto para mi padre como para el propio Patrick.

-Patrick dijo... dijo que se habían estado utilizando mutuamente –recordé, con un pinchazo en la sien-. Pero que mi padre había sido engañado por Patrick...

El señor Beckendorf esbozó una sonrisa triste y desoladora. En aquella ocasión, el pinchazo fue en la zona del pecho, sobre mi corazón.

-El señor Weiss se encargó de eliminar cualquier documento que pudiera implicar a su padre con el suyo, señorita Clermont –me explicó pacientemente-. En caso de incumplir Patrick con su parte, Marcus Clermont no podría demostrar los negocios turbios que habían mantenido con su padre. Y el propio presidente se encargaría de proteger a su hijo de las acusaciones que pudiera lanzar Marcus Clermont.

Me froté la frente con fruición, presa de un repentino dolor de cabeza.

-¿Y cómo lo han descubierto?

-El propio presidente, mediante un par de consejeros de gabinete que poseía, desviaba dinero público hacia un par de cuentas escondidas y privadas que pertenecían a Patrick Weiss –respondió-. Con ese dinero pagaban a su padre. Eran pequeñas cantidades que podían pasar desapercibidas, pero que nadie vio porque el propio presidente se encargaba de vigilar quién podía ver las cuentas. Hemos tenido que pedir ayuda del exterior para poder demostrar nuestras sospechas.

-¿Alguien del exterior? –repetí, estupefacta.

Él asintió con rotundidad.

-Con la ONEU.

Con la Organización de los Nuevos Estados Unidos, repetí para mis adentros. Aquella institución había nacido poco después de que Bronx desbancara por completo a Manhattan como capital, estableciéndose como una ciudad-Estado; al ver esa parte de rebeldía, se decidió crear un organismo que pudiera regular todos los nuevos países que conformaban los Nuevos Estados Unidos que habían nacido tras la grave crisis mundial que había existido.

-Ellos se han encargado de todo –continuó-. Han detenido a todas las personas que han creído que estaban implicadas en el asunto, dejándome a mí como presidente en funciones hasta que den una solución.

Apreté los labios con fuerza, reticente a preguntar sobre qué habría sido de mi familia. Tenía bastante claro cuál había sido el futuro de mi padre, pero no podía evitar preguntarme por mi madre y por mi hermana; mi madre parecía estar al tanto de lo que mi padre hacía en realidad, pero no sabía si Michelle había participado en todo aquello.

Sin embargo, decidí morderme la lengua: no me importaba. Ellos no habían mostrado ningún tipo de empatía hacia mí cuando me habían visto tras una discusión con Patrick; simplemente habían decidido mirar hacia otro lado.

El señor Beckendorf se puso en pie, dando por finalizada la conversación, y se dirigió a la puerta para cumplir con lo que me había prometido: un rato de tranquilidad después de haberme informado de adónde había llevado a mi familia al desvelar su más oscuro secreto.

-¿Cuándo será el funeral de Romeo? –le pregunté atropelladamente y el señor Beckendorf se detuvo con la mano sobre el picaporte de la puerta.

Me miró por encima de su hombro y yo contuve la respiración. ¿Acaso habría estado tanto tiempo inconsciente? ¿Lo habrían hecho ya, en la intimidad de la poca familia que quedaba?

El señor Beckendorf soltó un suspiro de derrota.

-Me comportaría como un ser abominable de hacer de nuevo lo que hice aquella vez, hace cuatro meses –musitó.

Después se aclaró la garganta y mi corazón se detuvo unos segundos, a la espera de su respuesta.

-Romeo está vivo, señorita Clermont. El equipo médico consiguió salvarle la vida, pero lamento decirle que está en coma; no sabemos si se repondrá después de haber perdido tanta sangre y no sabemos las secuelas que le habrá dejado la operación –hizo una pausa para coger aire-. También tengo lo que acordamos, señorita Clermont. Ahora está en su mano elegir si quiere proseguir con su plan original o, por el contrario, debería hacer un ligero cambio de planes.

No se me pasó por alto la sonrisa de ánimo que me dedicó antes de salir de la habitación. En mi cabeza, sin embargo, seguía repitiendo todas y cada una de las palabras del señor Beckendorf al decirme que R había logrado sobrevivir; no podía evitar recordar lo pálido que estaba cuando lo había cogido entre mis brazos, tratando de que despertara.

Escondí el rostro entre las manos y me eché a llorar.


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